—Solo tengo la espada de Goliat el filisteo, a quien tú mataste en el valle de Ela —le contestó el sacerdote—. Está envuelta en una tela detrás del efod. Tómala si quieres, porque es la única que tengo. —¡Esta espada es sin igual —respondió David—, dámela! Entonces David escapó de Saúl y fue donde el rey Aquis de Gat. Pero a los oficiales de Aquis no les agradaba que David estuviera allí. «¿No es este David, el rey de la tierra? —preguntaron—. ¿No es este a quien el pueblo honra con danzas, y canta: “Saúl mató a sus miles, y David, a sus diez miles”?». David oyó esos comentarios y tuvo mucho miedo de lo que el rey Aquis de Gat pudiera hacer con él. Así que se hizo pasar por loco, arañando las puertas y dejando que la saliva escurriera por su barba. Finalmente, el rey Aquis le dijo a sus hombres: —¿Tienen que traerme a un loco? ¡Ya tenemos suficientes de ellos aquí! ¿Por qué habría de permitir que alguien como él sea huésped en mi casa?
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