Cierto día, sin embargo, José entró a hacer su trabajo y no había nadie más allí. Ella llegó, lo agarró del manto y le ordenó: «¡Vamos, acuéstate conmigo!». José se zafó de un tirón, pero dejó su manto en manos de ella al salir corriendo de la casa. Cuando ella vio que tenía el manto en las manos y que él había huido, llamó a sus siervos. Enseguida todos los hombres llegaron corriendo. «¡Miren! —dijo ella—. ¡Mi esposo ha traído aquí a este esclavo hebreo para que nos deje en ridículo! Él entró en mi cuarto para violarme, pero yo grité. Cuando me oyó gritar, salió corriendo y se escapó, pero dejó su manto en mis manos». Ella se quedó con el manto hasta que su esposo regresó a la casa. Luego le contó su versión de lo sucedido: «Ese esclavo hebreo que trajiste a nuestra casa intentó entrar y aprovecharse de mí; pero, cuando grité, ¡salió corriendo y dejó su manto en mis manos!». Potifar se enfureció cuando oyó el relato de su esposa acerca de cómo José la había tratado. Entonces agarró a José y lo metió en la cárcel donde estaban los presos del rey. José quedó allí, pero el SEÑOR estaba con José en la cárcel y le mostró su fiel amor. El SEÑOR hizo que José fuera el preferido del encargado de la cárcel.
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