En los últimos días, el monte de la casa del SEÑOR será el más alto de todos, el lugar más importante de la tierra. Se levantará por encima de las demás colinas y gente del mundo entero acudirá allí para adorar. Vendrá gente de muchas naciones y dirá: «Vengan, subamos al monte del SEÑOR, a la casa del Dios de Jacob. Allí él nos enseñará sus caminos y andaremos en sus sendas». Pues la enseñanza del SEÑOR saldrá de Sion, y su palabra, de Jerusalén. El SEÑOR mediará entre los pueblos y resolverá conflictos entre naciones poderosas y lejanas. Ellos forjarán sus espadas para convertirlas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas. No peleará más nación contra nación, ni seguirán entrenándose para la guerra. Todos vivirán en paz y prosperidad; disfrutarán de sus propias vides e higueras porque no habrá nada que temer. ¡El SEÑOR de los Ejércitos Celestiales ha hecho esta promesa! Aunque las naciones que nos rodean sigan a sus ídolos, nosotros seguiremos al SEÑOR nuestro Dios por siempre y para siempre. «En aquel día venidero —dice el SEÑOR— reuniré a los lisiados, a los que fueron desterrados, y a quienes he llenado de profundo dolor. Los que son débiles sobrevivirán como un remanente; los que fueron desterrados volverán a ser una nación poderosa. Entonces yo, el SEÑOR, desde Jerusalén gobernaré como su rey para siempre». En cuanto a ti, Jerusalén, ciudadela del pueblo de Dios, recuperarás tu fuerza y poder soberano. El reino será restaurado a mi muy amada Jerusalén. Ahora pues, ¿por qué gritas de terror? ¿Acaso no tienes rey que te dirija? ¿Han muerto todos tus sabios? El dolor te ha apresado como a una mujer durante el parto. Retuérzanse y giman como una mujer con dolores de parto, ustedes, habitantes de Jerusalén, porque ahora tendrán que salir de esta ciudad para vivir en campos abiertos. Pronto serán enviados al destierro a la lejana Babilonia. Pero allí el SEÑOR los rescatará; él los redimirá de las garras de sus enemigos. Ahora muchas naciones se han reunido contra ustedes. «Que sean profanados —dicen ellos—. Seamos testigos de la destrucción de Jerusalén». Pero estas naciones no conocen los pensamientos del SEÑOR ni entienden su plan. No saben que las está reuniendo para golpearlas y pisotearlas como a gavillas de grano en el campo de trillar. «¡Levántate y aplasta a las naciones, oh Jerusalén! —dice el SEÑOR—. Pues te daré cuernos de hierro y pezuñas de bronce, para que pisotees a muchas naciones hasta reducirlas a polvo. Presentarás al SEÑOR las riquezas mal habidas de esas naciones, sus tesoros al Señor de toda la tierra».
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