En verdad Dios es bueno con Israel, con los de corazón puro. Pero en cuanto a mí, casi perdí el equilibrio; mis pies resbalaron y estuve a punto de caer, porque envidiaba a los orgullosos cuando los veía prosperar a pesar de su maldad. Pareciera que viven sin problemas; tienen el cuerpo tan sano y fuerte. No tienen dificultades como otras personas; no están llenos de problemas como los demás. Lucen su orgullo como un collar de piedras preciosas y se visten de crueldad. ¡Estos gordos ricachones tienen todo lo que su corazón desea! Se burlan y hablan solo maldades; en su orgullo procuran aplastar a otros. Se jactan contra los cielos mismos, y sus palabras se pasean presuntuosas por toda la tierra. Entonces la gente se desanima y se confunde al tragarse todas esas palabras. «¿Y qué sabe Dios? —preguntan—. ¿Acaso el Altísimo sabe lo que está pasando?». Miren a esos perversos: disfrutan de una vida fácil mientras sus riquezas se multiplican. ¿Conservé puro mi corazón en vano? ¿Me mantuve en inocencia sin ninguna razón? En todo el día no consigo más que problemas; cada mañana me trae dolor. Si yo realmente hubiera hablado a otros de esta manera, habría sido un traidor a tu pueblo. Traté de entender por qué los malvados prosperan, ¡pero qué tarea tan difícil!
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