Sin embargo, el pueblo siguió pecando; a pesar de sus maravillas, se negaron a confiar en él. Entonces, hizo que la vida de ellos terminara en fracaso, y sus años, en horror. Cuando Dios comenzó a matarlos, finalmente lo buscaron. Se arrepintieron y tomaron en serio a Dios. Entonces recordaron que Dios era su roca, que el Dios Altísimo era su redentor. Pero todo fue de dientes para afuera; le mintieron con la lengua. Con el corazón no eran leales a él; no cumplieron su pacto. Sin embargo, él tuvo misericordia y perdonó sus pecados, y no los destruyó a todos. Muchas veces contuvo su enojo y no desató su furia. Se acordó de que eran simples mortales que desaparecen como una ráfaga de viento que nunca vuelve. Oh, cuántas veces se rebelaron contra él en el desierto y entristecieron su corazón en esa tierra seca y baldía. Una y otra vez pusieron a prueba la paciencia de Dios y provocaron al Santo de Israel. No se acordaron de su poder ni de cómo los rescató de sus enemigos. No recordaron las señales milagrosas que hizo en Egipto ni sus maravillas en la llanura de Zoán. Pues él convirtió los ríos en sangre, para que nadie pudiera beber de los arroyos. Envió grandes enjambres de moscas para que los consumieran y miles de ranas para que los arruinaran.
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