Ustedes no se han acercado a una montaña que se pueda tocar o que esté ardiendo en fuego; tampoco a oscuridad, tinieblas o tormenta; ni a sonido de trompeta, ni a tal clamor de palabras que quienes lo oyeron suplicaron que no se les hablara más, porque no podían soportar esta orden: «Será apedreado todo el que toque la montaña, aunque sea un animal». Tan aterrador era este espectáculo que Moisés dijo: «Estoy temblando de miedo». Por el contrario, ustedes se han acercado al monte Sión, a la Jerusalén celestial, la ciudad del Dios viviente. Se han acercado a millares y millares de ángeles, a una asamblea gozosa, a la iglesia de los primogénitos inscritos en el cielo. Se han acercado a Dios, el Juez de todos; a los espíritus de los justos que han llegado a la perfección; a Jesús, el mediador de un nuevo pacto; y a la sangre rociada, que habla mejor que la de Abel.
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