El sacerdote le respondió: «Tengo la espada del filisteo Goliat, al que tú venciste en el valle de Elá. Está aquí, detrás del efod, envuelta en un velo. Si te sirve, tómala. Es la única que tengo.» Y David le dijo: «Ninguna otra sería mejor. Dámela.» Ese día David huyó de los dominios de Saúl y llegó al pueblo de Gat, donde Aquis era rey. Los siervos de Aquis le dijeron: «¡Aquí está David, el rey de esta tierra! Este es de quien, entre danzas y cantos, la gente decía: “Saúl mató a miles de guerreros, pero David mató a más de diez mil.”» Cuando David oyó esto, presintió que había peligro y tuvo miedo de Aquis, el rey de Gat. Entonces cambió su comportamiento y fingió estar loco, y se puso a escribir en las puertas, y dejaba que la saliva le corriera por la barba. Al verlo, Aquis dijo a sus siervos: «¿No se dan cuenta que este hombre está loco? ¿Para qué me lo traen? ¿Acaso faltan locos en mi casa, para que me traigan a este a hacer sus locuras delante de mí? ¿Creen que voy a dejar que entre aquí?»
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