Todo el pueblo lloraba amargamente, y junto con el rey cruzaron el torrente de Cedrón y tomaron el camino que lleva al desierto. Entre los que huían estaban el sacerdote Sadoc y los levitas que llevaban el arca del pacto de Dios. Mientras todo el pueblo salía de la ciudad, ellos descansaron del arca, y luego los siguió Sadoc. Cuando el rey vio esto, le dijo a Sadoc: «Lleva el arca de Dios de regreso a la ciudad. Si el Señor se digna verme con buenos ojos, me permitirá volver a ver el arca y su tabernáculo. Pero si él me dice que ya no soy de su agrado, entonces que haga de mí lo que mejor le parezca.» Además, el rey le dijo al sacerdote: «Tú, Sadoc, eres vidente. Así que regresa en paz a la ciudad, y llévate a tu hijo Ajimaz y a Jonatán, el hijo de Abiatar. Yo me detendré en los vados del desierto, hasta que reciba noticias de ustedes.» Entonces Sadoc y Abiatar se llevaron el arca de Dios de vuelta a la ciudad, y ellos también se quedaron allá.
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