Este árbol crecía y se hacía fuerte, y su copa llegaba hasta el cielo. ¡Se podía ver desde los lugares más lejanos de la tierra!
Era de hermoso follaje y de abundante fruto, y de él podían alimentarse todos. Todas las bestias se refugiaban bajo su sombra, en sus ramas anidaban las aves del cielo, y de él se alimentaba la humanidad entera.
»”Mientras yacía en mi lecho, en las visiones de mi mente vi descender del cielo a un vigilante santo,
que a gran voz clamaba: ‘¡Derriben el árbol, y córtenle las ramas! ¡Quítenle el follaje, y esparzan su fruto! ¡Espanten a las bestias que yacen bajo su sombra, y a las aves que anidan en sus ramas!
Pero dejen en la tierra solo la cepa de sus raíces, y sujétenlas con cadenas de hierro y de bronce entre la hierba del campo. ¡Dejen que lo empape el rocío del cielo, y que crezca entre las bestias y entre la hierba del campo!
¡Que cambie su corazón humano y se le dé un corazón de bestia, y que transcurran sobre él siete tiempos!
Esta sentencia la han decretado los vigilantes, y los santos han ordenado ejecutarla, para que todos los seres vivos reconozcan que el Altísimo es el señor del reino de los hombres, y que él entrega este reino a quien él quiere, y entroniza en él al hombre más humilde.’
»”Yo, el rey Nabucodonosor, he tenido este sueño, y tú, Beltsasar, me dirás qué es lo que significa, porque todos los sabios de mi reino no han podido decírmelo. Pero tú sí puedes dármelo a saber, porque en ti habita el espíritu de los dioses santos.”»
Durante casi una hora Daniel, también llamado Beltsasar, quedó atónito y sus pensamientos lo perturbaban. Pero el rey le habló y le dijo:
«Beltsasar, que no te perturben ni el sueño ni su interpretación.»
Beltsasar respondió y dijo:
«Mi señor, que el sueño y su interpretación se hagan realidad en tus enemigos y en los que mal te quieren.
El árbol que viste crecer y hacerse fuerte, y cuya copa llegaba hasta el cielo y podía verse desde los lugares más lejanos de la tierra,
y cuyo follaje era hermoso y su fruto abundante, y del cual se alimentaban todos, y bajo cuya sombra se refugiaban las bestias del campo, y en cuyas ramas anidaban las aves del cielo,
es Su Majestad, que ha crecido y se ha hecho fuerte, pues su grandeza ha aumentado hasta alcanzar el cielo, y su dominio llega hasta los confines de la tierra.