Jesús les dijo: «Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado. De cierto, de cierto les digo que, si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, se queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; pero el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para vida eterna. Si alguno me sirve, sígame; donde yo esté, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirve, mi Padre lo honrará. »Ahora mi alma está turbada. ¿Y acaso diré: “Padre, sálvame de esta hora”? ¡Si para esto he venido! Padre, ¡glorifica tu nombre!» En ese momento vino una voz del cielo: «Lo he glorificado, y volveré a glorificarlo.» La multitud que estaba allí, y que había oído la voz, decía que había sido un trueno. Pero otros decían: «Le ha hablado un ángel.» Jesús les dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por ustedes. Ahora es el juicio de este mundo; ahora será expulsado el príncipe de este mundo. Y cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo.» Con esto Jesús daba a entender de qué muerte iba a morir. Pero la gente le respondió: «Nosotros hemos oído que, según la ley, el Cristo permanece para siempre. Entonces, ¿cómo puedes decir que es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado? ¿Quién es este Hijo del Hombre?» Jesús les dijo: «Por un poco más de tiempo la luz está entre ustedes; mientras tengan luz, caminen, para que no los sorprendan las tinieblas; porque el que anda en tinieblas no sabe por dónde va. Mientras tengan la luz, crean en la luz, para que sean hijos de la luz.»
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