Luego comenzó a contarle a la gente esta parábola: «Un hombre plantó una viña, se la arrendó a unos labradores, y se ausentó por mucho tiempo.
A su debido tiempo, envió a uno de sus siervos para que los labradores le entregaran la parte de lo que la viña había producido; pero los labradores lo golpearon y lo mandaron con las manos vacías.
Volvió a enviar a otro siervo; pero ellos golpearon y humillaron también a este, y lo enviaron con las manos vacías.
Envió entonces a un tercer siervo, pero también a este lo hirieron y lo echaron de allí.
Entonces el dueño de la viña dijo: “¿Qué haré? Voy a enviar a mi hijo amado. Tal vez, cuando lo vean, le tendrán respeto.”
Pero cuando los labradores lo vieron, se dijeron unos a otros: “Este es el heredero. Vamos a matarlo, para quedarnos con la herencia.”
Así que lo expulsaron de la viña, y lo mataron. ¿Qué creen ustedes que el dueño de la viña hará con ellos?
Pues irá y matará a esos labradores, y dará su viña a otros.»
Al oír esto, la gente exclamó: «¡Dios nos libre!»
Pero Jesús los miró fijamente y les dijo: «¿Qué significa esta escritura que dice:
»“La piedra que desecharon los constructores
ha venido a ser la piedra angular?”
Todo el que caiga sobre esa piedra, se hará pedazos; y si ella cae sobre alguien, lo aplastará por completo.»
En ese mismo instante los principales sacerdotes y los escribas trataron de echarle mano, pues comprendieron que, al contar esa parábola, Jesús se refería a ellos. Pero tenían miedo de la gente;
entonces enviaron espías que parecían gente buena, para que lo acecharan y atraparan a Jesús en sus propias palabras, y así poder ponerlo bajo el poder y la autoridad del gobernador.
Los espías le preguntaron: «Maestro, sabemos que dices y enseñas con rectitud, y que no discriminas a nadie, sino que en verdad enseñas el camino de Dios.
¿Nos está permitido pagar tributo al César, o no?»
Pero Jesús se dio cuenta de sus malas intenciones, y les dijo:
«Muéstrenme una moneda. ¿De quién son la imagen y la inscripción?» Ellos respondieron: «Del César.»
Entonces Jesús les dijo: «Pues den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.»
Así que no pudieron sorprenderlo ante el pueblo en ninguna palabra; y admirados de su respuesta, no dijeron más.