Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos. En eso, una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto, pues pensaba: «Si alcanzo a tocar tan solo su manto, me sanaré.» Pero Jesús se volvió a mirarla y le dijo: «Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado.» Y a partir de ese momento la mujer quedó sana. Cuando Jesús entró en la casa del magistrado, vio a los que tocaban flautas y a la gente que hacía alboroto, y les dijo: «Váyanse, porque la niña no está muerta, sino dormida.» Ellos se burlaron de él. Pero luego de despedir a la gente, él entró y tomó de la mano a la niña, y ella se levantó. Esta noticia se difundió por toda aquella región. Cuando Jesús salió de allí, dos ciegos lo siguieron, y a gritos le decían: «¡Ten misericordia de nosotros, Hijo de David!» Cuando Jesús llegó a la casa, los ciegos se le acercaron y él les preguntó: «¿Creen que puedo hacer esto?» Ellos dijeron: «Sí, Señor.»
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