En su santuario, Dios ha sentenciado: «Con gran alegría fraccionaré Siquén, y dividiré en parcelas el valle de Sucot. Galaad y Manasés me pertenecen, Efraín es un yelmo en mi cabeza, y Judá es un cetro en mi mano. Moab es la vasija en que me lavo, sobre Edom arrojaré mis sandalias, y sobre Filistea proclamaré mi victoria.» ¿Y quién me dará entrada en Edom? ¿Quién me hará entrar en esa ciudad amurallada? ¿No eres tú, mi Dios, quien nos ha desechado? ¿No eres tú quien ya no sale con nuestros ejércitos? Bríndanos tu apoyo contra el enemigo, pues vana resulta la ayuda de los hombres. Por ti, Dios nuestro, haremos proezas; ¡tú harás morder el polvo a nuestros enemigos!
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