Tú, Señor, me libraste de la muerte, enjugaste mis lágrimas y no me dejaste caer. Por eso, Señor, mientras tenga vida, viviré según tu voluntad. Yo tenía fe, aun cuando dije: «¡Es muy grande mi aflicción!» Era tal mi desesperación, que exclamé: «¡No hay nadie digno de confianza!» ¿Con qué voy a pagarle al Señor tantas bendiciones que de él he recibido? ¡Solo ofreciendo libaciones por su salvación, e invocando el nombre del Señor! ¡Solo cumpliendo al Señor mis promesas en presencia de todo su pueblo! A los ojos del Señor es muy valiosa la muerte de quienes lo aman. Señor, yo soy tu siervo; mi madre fue tu sierva, y yo también lo soy, pues me libraste de mis cadenas. El sacrificio que te ofrezco es mi alabanza; voy, Señor, a proclamar tu nombre. Voy a cumplirte mis promesas en presencia de todo tu pueblo, en los atrios de tu templo, Señor; ¡en medio de ti, ciudad de Jerusalén!
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