¡Aleluya! ¡Cuán bueno es cantar salmos a nuestro Dios! ¡Cuán grato y hermoso es alabarlo! El Señor reconstruye a Jerusalén, y hace volver a los israelitas desterrados. El Señor reanima a los descorazonados, y sana sus heridas. El Señor creó todas la estrellas del cielo, y a cada una le puso nombre. Nuestro Señor es grande y poderoso, y su sabiduría no tiene límite. El Señor exalta a los humildes, y humilla hasta el polvo a los malvados. ¡Cantemos alabanzas al Señor! ¡Cantemos salmos a nuestro Dios al son del arpa! El Señor cubre de nubes los cielos, y hace que llueva sobre la tierra; el Señor hace crecer la hierba de los montes, da de comer a los ganados, y también a los polluelos de los cuervos, cuando piden. El Señor no se deleita en los caballos briosos, ni se complace en la agilidad de los jinetes; el Señor se complace en los que le honran, y en los que confían en su misericordia. Jerusalén, ¡alaba al Señor! Sión, ¡alaba a tu Dios! El Señor refuerza los cerrojos de tus puertas, y bendice a los que habitan dentro de tus muros. El Señor mantiene en paz tus fronteras, y te sacia con lo mejor del trigo. El Señor envía su palabra a la tierra, y sus órdenes se cumplen de inmediato. Cae la nieve como copos de lana, y la escarcha se esparce como ceniza. Deja caer las piedrecillas de granizo; y a causa del frío todo se congela. Pero da otra orden, y el hielo se derrite; sopla el viento, y las aguas vuelven a correr. El Señor comunicó a Jacob, que es Israel, sus estatutos y sus sentencias. No hizo lo mismo con ninguna otra nación; nadie más conoció sus mandamientos.
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