Cuando el Señor oyó esto, se indignó, y su furor se encendió contra Jacob, como un fuego; su furor se encendió contra Israel, porque no tuvieron fe en Dios, ni confiaron en que él podía salvarlos. Sin embargo, dio órdenes a las nubes, y abrió las compuertas de los cielos, y como lluvia dejó caer sobre ellos el maná; ¡les dio a comer el trigo de los cielos! ¡Los mortales comieron pan angelical! ¡Dios les envió comida hasta saciarlos! Cambió la dirección del viento del este, y con su poder hizo venir el viento del sur, y cayó sobre ellos carne como lluvia; ¡llovieron tantas aves como arena hay en el mar! Dios las dejó caer en el campamento, y en los alrededores de sus tiendas, y ellos comieron y quedaron saciados, pues Dios satisfizo su apetito. Pero aún no habían calmado su hambre; aún tenían la comida en la boca, cuando el furor de Dios vino sobre ellos y acabó con sus hombres más robustos; ¡Dios derribó a los mejores israelitas! A pesar de todo, ellos siguieron pecando y no dieron crédito a sus grandes hechos. Por eso Dios puso fin a sus días, ¡y en un soplo les quitó la vida! Si Dios los hacía morir, ellos lo buscaban y con gran diligencia se volvían a él; ¡se acordaban de que Dios era su refugio, de que el Dios altísimo era su redentor! Pero con los labios lo adulaban, y con la lengua le mentían. En el fondo, nunca fueron rectos con él, ni se mantuvieron fieles a su pacto.
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