Así que, hermanos, yo les ruego, por las misericordias de Dios, que se presenten ustedes mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. ¡Así es como se debe adorar a Dios!
Y no adopten las costumbres de este mundo, sino transfórmense por medio de la renovación de su mente, para que comprueben cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable y perfecto.
Por la gracia que me es dada, digo a cada uno de ustedes que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con sensatez, según la medida de fe que Dios repartió a cada uno.
Porque así como en un cuerpo hay muchos miembros, y no todos los miembros tienen la misma función,
así también nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo, y cada miembro está unido a los demás.
Ya que tenemos diferentes dones, según la gracia que nos ha sido dada, si tenemos el don de profecía, usémoslo conforme a la medida de la fe.
Si tenemos el don de servicio, sirvamos; si tenemos el don de la enseñanza, enseñemos;
si tenemos el don de exhortación, exhortemos; si debemos repartir, hagámoslo con generosidad; si nos toca presidir, hagámoslo con solicitud; si debemos brindar ayuda, hagámoslo con alegría.
Nuestro amor debe ser sincero. Aborrezcamos lo malo y sigamos lo bueno.
Amémonos unos a otros con amor fraternal; respetemos y mostremos deferencia hacia los demás.
Si algo demanda diligencia, no seamos perezosos; sirvamos al Señor con espíritu ferviente.
Gocémonos en la esperanza, soportemos el sufrimiento, seamos constantes en la oración.