1 Reyes PRIMER LIBRO DE LOS REYES
PRIMER LIBRO DE LOS REYES
INTRODUCCIÓN
Historia
A manera de introducción al Primer libro de Reyes (1R), el autor narra la última etapa de la historia de David desde el punto en que la había dejado 2 Samuel. La avanzada edad del rey hace prever la proximidad de su muerte, y la monarquía de Israel ha de encarar el problema de la sucesión al trono. Requerido por Betsabé, David dispone que se unja y proclame rey a su hijo Salomón (1 R 1—2), y así queda establecida la dinastía davídica. De esta forma, la historia del pueblo de Israel entra en una nueva fase, la sucesión monárquica, que cubre el período entre el comienzo del reinado de Salomón (ca. 970 a.C.) y la caída de Jerusalén en tiempos de Sedequías (586 a.C.).
No se dispone de mucha más información sobre el gobierno del hijo de David que la referente a su prudencia, a sus riquezas y a la edificación del templo. Desde el punto de vista político, es destacable que Salomón siempre supo mantener la unidad del reino y evitar que Israel se viera envuelto en conflictos bélicos. Sin embargo, cuando él murió (930 a.C.) y su hijo Roboam ocupó el trono, se precipitaron los acontecimientos que causaron la división del reino en dos estados independientes: el de Judá o reino del sur, y el de Israel o reino del norte. Dos siglos más tarde, en el año 721 a.C., Israel quedó sometido a la dominación asiria, y cerca de siglo y medio después, en el 586 a.C., cayó Judá bajo el poder del imperio neobabilónico.
El período de los reyes está documentado por los libros de Reyes y Crónicas, que ciertamente proveen una considerable cantidad de datos cronológicos. Esas indicaciones, no obstante, son a menudo tan imprecisas que no bastan para establecer con exactitud las fechas de principio y final de los reinados correspondientes. Esto explica las variaciones de algunos años que se aprecian en cronologías propuestas por diferentes historiadores.
Contenido y composición de los libros
El reinado de Salomón ocupa una extensa porción de la primera parte de esta obra (1 R 2.12—11.43), donde se hace evidente el interés del autor en realzar la personalidad del rey. Recuerda su inteligencia y sabiduría, las riquezas que atesoró y las grandiosas construcciones que impulsó; entre otras, el complejo de edificios amurallados del palacio real, las enormes caballerizas de Meguido, las ciudades-campamento y, destacando sobre todas ellas con especial relieve, el templo que hizo construir en los terrenos adquiridos por David a tal efecto (cf. 2 S. 24.18-25). Esta «Casa de Jehová», santuario único de Israel, habría de tener una importancia sin par en la vida religiosa y en la cultura del pueblo, tal y como lo expresó el mismo Salomón en su plegaria durante la ceremonia de dedicación del templo (1 R. 8.23-53).
En contraste con las espléndidas realizaciones del reinado de Salomón, 1 Reyes descubre algunos aspectos personales que desdoran su imagen. Entre ellos, la conducta apóstata y poco ejemplar del monarca y su actitud permisiva ante la penetración en Israel de cultos paganos e idolátricos. Porque Salomón, a fin de consolidar su poder, y conforme a los usos y costumbres de la época, estableció acuerdos políticos y comerciales con naciones vecinas tomando por esposas a princesas extranjeras (1 R. 7.8; 11.1-3); de modo que tuvo muchas mujeres no israelitas, «las cuales quemaban incienso y ofrecían sacrificios a sus dioses», y cuando llegó a la vejez, «sus mujeres inclinaron su corazón tras dioses ajenos», de modo que adoró ídolos y les erigió santuarios (1 R. 11.4-8).
También informa 1 Reyes acerca del alto costo de las construcciones promovidas por Salomón. Para sufragarlas se recurrió a la imposición de tributos públicos, que convirtieron en realidad las advertencias de Samuel acerca de la institución de una monarquía en Israel (cf. 1 S. 8). Considerados por muchos como cargas en extremo onerosas, dieron lugar a un clima de tensión que no tardó en extenderse por todo el país. Aquel descontento, agravado con el renacer de viejas desavenencias entre los territorios del norte y del sur (cf. 2 S. 20.1-2), pronto quebró la frágil unidad política alcanzada durante el reinado de David (cf. 2 S. 2.4; 5.1-3).
Una vez narradas las circunstancias en que se produjo la ruptura de la unidad nacional bajo el gobierno de Roboam (1 R. 12) y la fundación del reino del norte, Reyes aborda en forma paralela las historias de Judá y de Israel, separadas para siempre e incapaces de superar su mutua hostilidad. Los reyes de uno y otro reino aparecen alternativamente, encuadrados en fórmulas literarias que se repiten en cada caso y siguiendo el respectivo orden dinástico. En general, el autor no entra en pormenores, sino que se limita a relacionar o describir algunos de los hechos más significativos de los monarcas y a juzgar su conducta sobre la base de la ley de Moisés. Estos juicios revisten la máxima severidad. Tratándose de Judá, se aprueba el comportamiento de algunos reyes que siguieron los pasos de David, como Asa (1 R. 15.11), Josafat (1 R. 22.43), Ezequías (2 R. 18.3), Josías (2 R. 22.2) y otros; pero son muchos más los que merecen el veredicto de reprobación: «Hizo lo malo ante los ojos de Jehová» (p.e., 1 R. 15.26; 22.52; 2 R. 13.2). En cuanto a los monarcas de Israel, ninguno queda libre de un juicio tan grave como: «Anduvo en el camino de Jeroboam, y en su pecado con que hizo pecar a Israel» (1 R. 15.34). Jeroboam I (929-909 a.C.) es propuesto, así como prototipo de infidelidad al Señor y a la unicidad de su templo en Jerusalén. Con Jeroboam I se inicia la cadena de infidelidades de los reyes del norte, que provocan la ira de Dios y arrastran al reino a su trágico final del año 721 a.C.: «En el año nueve de Oseas, el rey de Asiria tomó Samaria, y llevó a Israel cautivo a Asiria» (2 R. 17.6; cf. vv. 7-23).
La situación política de Israel adoleció siempre de gran inestabilidad. En sus algo más de dos siglos de existencia (929-721 a.C.), el reino contó nueve dinastías para un total de diecinueve reyes, muchos de los cuales llegaron al trono usando de medios violentos. En Judá, por el contrario, los reyes que se sucedieron durante los tres siglos y medio de permanencia del reino (929-586 a.C.) fueron todos descendientes de David, a excepción de la reina Atalía, que, habiendo usurpado el trono, logró mantenerse en él durante seis años.
La última parte de Reyes (2 R. 18—25) está dedicada a los tiempos siguientes a la caída de Samaria y la desaparición del reino del norte. Se distingue en estos capítulos la época de Josías, a causa de la reforma religiosa que él impulsó, pero que, pese a su importancia, no bastó para contener la desintegración moral y política de Judá (2 R. 23.26-27). Después de Josías, la sucesión monárquica se encaminó directamente hacia su dramático final con la destrucción de Jerusalén y el exilio babilónico.
Inscrita en el marco histórico de Reyes, corre también la vida de algunos profetas. Objeto de singular atención son Elías (1 R. 17—2 R. 1) y Eliseo (2 R. 2.1—8.15; 13.14-20), los dos grandes representantes del profetismo; pero a su lado figuran también los nombres de otros profetas, que van de Natán (1 R. 1.45) a Hulda (2 R. 22.14-20) pasando por Ahías de Silo (1 R. 11.29-40), Semaías (1 R. 12.21-24) e Isaías (2 R. 19.20—20.19). Dado el carácter narrativo de los libros de Reyes, el autor atiende especialmente a mostrar la actitud de los profetas en momentos de importancia decisiva para la historia de Israel. No se limita, pues, a recoger y transmitir el mensaje profético como tal, sino que presenta a los profetas en su personal relación con el acontecer histórico. De particular significación son los pasajes en que un profeta se enfrenta con un rey para echarle en cara su conducta y su falta de fidelidad al Señor (1 R. 18.16-19; 21.17-29; 2 R. 1.15-16).
En la Biblia hebrea, los libros de Reyes están integrados en el grupo de los denominados Profetas anteriores (véase la Introduccción a los libros históricos). Esto significa que, aun cuando en principio sean catalogados estos escritos como género narrativo, su propósito, más allá de lo puramente histórico, es proyectar una reflexión profética desde la base de una etapa de la historia de la salvación. Aquí es evidente la influencia de la teología del Deuteronomio, que insiste en la fidelidad a la Torah como fundamento necesario para que se cumplan en el pueblo de Dios las promesas recibidas de paz y prosperidad (Dt. 28.1-14; cf. 2 R. 21.8; y véase la Introducción al Pentateuco).
Lo mismo que Samuel y Crónicas, también Reyes es una sola obra compuesta de dos volúmenes. Esta división del texto no se debe a ningún plan previo, sino que es más bien artificiosa, hecha en el s. III a. C. por los traductores de la Septuaginta.
El autor de Reyes se sirvió de diversas fuentes, p.e. los archivos del templo, y también de un número desconocido de narraciones contemporáneas relativas a los profetas. De modo expreso, el texto alude a algunos documentos perdidos hasta hoy para la investigación histórica:
Libro de los hechos de Salomón: 1 R. 11.41
Libro de las historias de los reyes de Israel: 1 R. 14.19
Crónicas de los reyes de Judá: 1 R. 14.29
El mensaje
Ciertamente, la historia de los dos reinos, Judá e Israel, se deja ver como una interminable serie de fracasos, delitos y flagrantes infidelidades al Señor, de los cuales fueron responsables inmediatos y principales los propios monarcas. El gobierno del pueblo de Dios se les había confiado para que lo ejercieran con sabiduría –la que para sí mismo pedía Salomón (1 R. 3.9)–, no arbitrariamente o con despotismo, sino como un auténtico servicio de guía y protección (1 R. 12.7). Pero aquellos reyes se dejaron arrastrar por la corrupción, cayeron en la idolatría y condujeron su nación al desastre y a la pérdida de la libertad y la independencia. Como paradigmas de depravación y de impiedad se describen los reinados de Oseas sobre Israel (2 R. 17) y de Manasés sobre Judá (2 R. 21.1-18).
El mensaje de Reyes no debe, sin embargo, entenderse en un sentido exclusivamente negativo. Junto a los muchos personajes malvados que formaron parte de las realezas de Judá y de Israel, hubo otros consagrados de corazón a Dios y deseosos de conducir a sus súbditos por los caminos de la ley divina. Fueron los suyos casos relevantes, en los que el Señor, manifestándose como el poderoso protector de su pueblo, abrió ante este una ancha puerta a la esperanza (2 R. 18.1-8,13-37; 19.1—20.11).
Esquema del contenido:
1. Fin del reinado de David. Salomón es proclamado rey (1.1—2.12)
2. Reinado de Salomón (2.13—11.43)
3. División del reino (12.1-33)
4. Los dos reinos (13.1—16.34)
5. El profeta Elías y el rey Acab (17.1—22.40)
6. Reinados de Josafat (Judá) y Ocozías (Israel) (22.41-53)
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1 Reyes PRIMER LIBRO DE LOS REYES: RVR1960
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Texto bíblico Reina-Valera 1960® © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Derechos renovados 1988, Sociedades Bíblicas Unidas.
1 Reyes PRIMER LIBRO DE LOS REYES
PRIMER LIBRO DE LOS REYES
INTRODUCCIÓN
Historia
A manera de introducción al Primer libro de Reyes (1R), el autor narra la última etapa de la historia de David desde el punto en que la había dejado 2 Samuel. La avanzada edad del rey hace prever la proximidad de su muerte, y la monarquía de Israel ha de encarar el problema de la sucesión al trono. Requerido por Betsabé, David dispone que se unja y proclame rey a su hijo Salomón (1 R 1—2), y así queda establecida la dinastía davídica. De esta forma, la historia del pueblo de Israel entra en una nueva fase, la sucesión monárquica, que cubre el período entre el comienzo del reinado de Salomón (ca. 970 a.C.) y la caída de Jerusalén en tiempos de Sedequías (586 a.C.).
No se dispone de mucha más información sobre el gobierno del hijo de David que la referente a su prudencia, a sus riquezas y a la edificación del templo. Desde el punto de vista político, es destacable que Salomón siempre supo mantener la unidad del reino y evitar que Israel se viera envuelto en conflictos bélicos. Sin embargo, cuando él murió (930 a.C.) y su hijo Roboam ocupó el trono, se precipitaron los acontecimientos que causaron la división del reino en dos estados independientes: el de Judá o reino del sur, y el de Israel o reino del norte. Dos siglos más tarde, en el año 721 a.C., Israel quedó sometido a la dominación asiria, y cerca de siglo y medio después, en el 586 a.C., cayó Judá bajo el poder del imperio neobabilónico.
El período de los reyes está documentado por los libros de Reyes y Crónicas, que ciertamente proveen una considerable cantidad de datos cronológicos. Esas indicaciones, no obstante, son a menudo tan imprecisas que no bastan para establecer con exactitud las fechas de principio y final de los reinados correspondientes. Esto explica las variaciones de algunos años que se aprecian en cronologías propuestas por diferentes historiadores.
Contenido y composición de los libros
El reinado de Salomón ocupa una extensa porción de la primera parte de esta obra (1 R 2.12—11.43), donde se hace evidente el interés del autor en realzar la personalidad del rey. Recuerda su inteligencia y sabiduría, las riquezas que atesoró y las grandiosas construcciones que impulsó; entre otras, el complejo de edificios amurallados del palacio real, las enormes caballerizas de Meguido, las ciudades-campamento y, destacando sobre todas ellas con especial relieve, el templo que hizo construir en los terrenos adquiridos por David a tal efecto (cf. 2 S. 24.18-25). Esta «Casa de Jehová», santuario único de Israel, habría de tener una importancia sin par en la vida religiosa y en la cultura del pueblo, tal y como lo expresó el mismo Salomón en su plegaria durante la ceremonia de dedicación del templo (1 R. 8.23-53).
En contraste con las espléndidas realizaciones del reinado de Salomón, 1 Reyes descubre algunos aspectos personales que desdoran su imagen. Entre ellos, la conducta apóstata y poco ejemplar del monarca y su actitud permisiva ante la penetración en Israel de cultos paganos e idolátricos. Porque Salomón, a fin de consolidar su poder, y conforme a los usos y costumbres de la época, estableció acuerdos políticos y comerciales con naciones vecinas tomando por esposas a princesas extranjeras (1 R. 7.8; 11.1-3); de modo que tuvo muchas mujeres no israelitas, «las cuales quemaban incienso y ofrecían sacrificios a sus dioses», y cuando llegó a la vejez, «sus mujeres inclinaron su corazón tras dioses ajenos», de modo que adoró ídolos y les erigió santuarios (1 R. 11.4-8).
También informa 1 Reyes acerca del alto costo de las construcciones promovidas por Salomón. Para sufragarlas se recurrió a la imposición de tributos públicos, que convirtieron en realidad las advertencias de Samuel acerca de la institución de una monarquía en Israel (cf. 1 S. 8). Considerados por muchos como cargas en extremo onerosas, dieron lugar a un clima de tensión que no tardó en extenderse por todo el país. Aquel descontento, agravado con el renacer de viejas desavenencias entre los territorios del norte y del sur (cf. 2 S. 20.1-2), pronto quebró la frágil unidad política alcanzada durante el reinado de David (cf. 2 S. 2.4; 5.1-3).
Una vez narradas las circunstancias en que se produjo la ruptura de la unidad nacional bajo el gobierno de Roboam (1 R. 12) y la fundación del reino del norte, Reyes aborda en forma paralela las historias de Judá y de Israel, separadas para siempre e incapaces de superar su mutua hostilidad. Los reyes de uno y otro reino aparecen alternativamente, encuadrados en fórmulas literarias que se repiten en cada caso y siguiendo el respectivo orden dinástico. En general, el autor no entra en pormenores, sino que se limita a relacionar o describir algunos de los hechos más significativos de los monarcas y a juzgar su conducta sobre la base de la ley de Moisés. Estos juicios revisten la máxima severidad. Tratándose de Judá, se aprueba el comportamiento de algunos reyes que siguieron los pasos de David, como Asa (1 R. 15.11), Josafat (1 R. 22.43), Ezequías (2 R. 18.3), Josías (2 R. 22.2) y otros; pero son muchos más los que merecen el veredicto de reprobación: «Hizo lo malo ante los ojos de Jehová» (p.e., 1 R. 15.26; 22.52; 2 R. 13.2). En cuanto a los monarcas de Israel, ninguno queda libre de un juicio tan grave como: «Anduvo en el camino de Jeroboam, y en su pecado con que hizo pecar a Israel» (1 R. 15.34). Jeroboam I (929-909 a.C.) es propuesto, así como prototipo de infidelidad al Señor y a la unicidad de su templo en Jerusalén. Con Jeroboam I se inicia la cadena de infidelidades de los reyes del norte, que provocan la ira de Dios y arrastran al reino a su trágico final del año 721 a.C.: «En el año nueve de Oseas, el rey de Asiria tomó Samaria, y llevó a Israel cautivo a Asiria» (2 R. 17.6; cf. vv. 7-23).
La situación política de Israel adoleció siempre de gran inestabilidad. En sus algo más de dos siglos de existencia (929-721 a.C.), el reino contó nueve dinastías para un total de diecinueve reyes, muchos de los cuales llegaron al trono usando de medios violentos. En Judá, por el contrario, los reyes que se sucedieron durante los tres siglos y medio de permanencia del reino (929-586 a.C.) fueron todos descendientes de David, a excepción de la reina Atalía, que, habiendo usurpado el trono, logró mantenerse en él durante seis años.
La última parte de Reyes (2 R. 18—25) está dedicada a los tiempos siguientes a la caída de Samaria y la desaparición del reino del norte. Se distingue en estos capítulos la época de Josías, a causa de la reforma religiosa que él impulsó, pero que, pese a su importancia, no bastó para contener la desintegración moral y política de Judá (2 R. 23.26-27). Después de Josías, la sucesión monárquica se encaminó directamente hacia su dramático final con la destrucción de Jerusalén y el exilio babilónico.
Inscrita en el marco histórico de Reyes, corre también la vida de algunos profetas. Objeto de singular atención son Elías (1 R. 17—2 R. 1) y Eliseo (2 R. 2.1—8.15; 13.14-20), los dos grandes representantes del profetismo; pero a su lado figuran también los nombres de otros profetas, que van de Natán (1 R. 1.45) a Hulda (2 R. 22.14-20) pasando por Ahías de Silo (1 R. 11.29-40), Semaías (1 R. 12.21-24) e Isaías (2 R. 19.20—20.19). Dado el carácter narrativo de los libros de Reyes, el autor atiende especialmente a mostrar la actitud de los profetas en momentos de importancia decisiva para la historia de Israel. No se limita, pues, a recoger y transmitir el mensaje profético como tal, sino que presenta a los profetas en su personal relación con el acontecer histórico. De particular significación son los pasajes en que un profeta se enfrenta con un rey para echarle en cara su conducta y su falta de fidelidad al Señor (1 R. 18.16-19; 21.17-29; 2 R. 1.15-16).
En la Biblia hebrea, los libros de Reyes están integrados en el grupo de los denominados Profetas anteriores (véase la Introduccción a los libros históricos). Esto significa que, aun cuando en principio sean catalogados estos escritos como género narrativo, su propósito, más allá de lo puramente histórico, es proyectar una reflexión profética desde la base de una etapa de la historia de la salvación. Aquí es evidente la influencia de la teología del Deuteronomio, que insiste en la fidelidad a la Torah como fundamento necesario para que se cumplan en el pueblo de Dios las promesas recibidas de paz y prosperidad (Dt. 28.1-14; cf. 2 R. 21.8; y véase la Introducción al Pentateuco).
Lo mismo que Samuel y Crónicas, también Reyes es una sola obra compuesta de dos volúmenes. Esta división del texto no se debe a ningún plan previo, sino que es más bien artificiosa, hecha en el s. III a. C. por los traductores de la Septuaginta.
El autor de Reyes se sirvió de diversas fuentes, p.e. los archivos del templo, y también de un número desconocido de narraciones contemporáneas relativas a los profetas. De modo expreso, el texto alude a algunos documentos perdidos hasta hoy para la investigación histórica:
Libro de los hechos de Salomón: 1 R. 11.41
Libro de las historias de los reyes de Israel: 1 R. 14.19
Crónicas de los reyes de Judá: 1 R. 14.29
El mensaje
Ciertamente, la historia de los dos reinos, Judá e Israel, se deja ver como una interminable serie de fracasos, delitos y flagrantes infidelidades al Señor, de los cuales fueron responsables inmediatos y principales los propios monarcas. El gobierno del pueblo de Dios se les había confiado para que lo ejercieran con sabiduría –la que para sí mismo pedía Salomón (1 R. 3.9)–, no arbitrariamente o con despotismo, sino como un auténtico servicio de guía y protección (1 R. 12.7). Pero aquellos reyes se dejaron arrastrar por la corrupción, cayeron en la idolatría y condujeron su nación al desastre y a la pérdida de la libertad y la independencia. Como paradigmas de depravación y de impiedad se describen los reinados de Oseas sobre Israel (2 R. 17) y de Manasés sobre Judá (2 R. 21.1-18).
El mensaje de Reyes no debe, sin embargo, entenderse en un sentido exclusivamente negativo. Junto a los muchos personajes malvados que formaron parte de las realezas de Judá y de Israel, hubo otros consagrados de corazón a Dios y deseosos de conducir a sus súbditos por los caminos de la ley divina. Fueron los suyos casos relevantes, en los que el Señor, manifestándose como el poderoso protector de su pueblo, abrió ante este una ancha puerta a la esperanza (2 R. 18.1-8,13-37; 19.1—20.11).
Esquema del contenido:
1. Fin del reinado de David. Salomón es proclamado rey (1.1—2.12)
2. Reinado de Salomón (2.13—11.43)
3. División del reino (12.1-33)
4. Los dos reinos (13.1—16.34)
5. El profeta Elías y el rey Acab (17.1—22.40)
6. Reinados de Josafat (Judá) y Ocozías (Israel) (22.41-53)
Actualmente seleccionado:
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