Eclesiastés ECLESIASTÉS
ECLESIASTÉS
INTRODUCCIÓN
El título del libro
Eclesiastés es el título que en la Septuaginta recibe el libro llamado Qohelet en el texto hebreo de la Biblia. Ambos vocablos, el griego y el hebreo, significan prácticamente lo mismo: «predicador», «orador», «persona encargada de convocar un auditorio y dirigirle la palabra». Y en ambos casos se trata de términos derivados: Qohelet procede de qahal, raíz hebrea que, con la idea de «reunión» o «asamblea» quedó representada en griego por el sustantivo ekklesía, del cual, a su vez, se deriva Eclesiastés (Ec). Una peculiaridad que conviene registrar es que, en la Biblia hebrea, el término qohelet aparece unas veces sin artículo y otras con él, lo que en el primer caso da el sentido de un nombre propio (1.12; 7.27; 12.9), y en el segundo, de «funcionario», de un título profesional (12.8). Tal distinción no se hace en la presente traducción.
El autor
Eclesiastés es el más breve de los escritos sapienciales. Su autor fue probablemente un sabio judío de Palestina del período en que la cultura helenística se hallaba en pleno proceso de expansión por todo el Oriente próximo. Sus esfuerzos estaban presididos por su amor a la verdad y por comunicarla de forma idónea, con las palabras más adecuadas (12.9-10). Fue un pensador original y crítico, que no se conformaba con repetir ideas ajenas o aceptar sin examen los postulados que la tradición daba por irrebatibles.
Sin nombrar expresamente a Salomón, el autor se refiere a él cuando alude al «hijo de David, rey en Jerusalén» (1.1,12) y cuando enumera (en primera persona) sus obras y riquezas (2.4-9). Tales alusiones contribuyeron, sin duda, a dar carta de autoridad a Eclesiastés y a que fuera atribuido a Salomón, el rey sabio por excelencia. Sin embargo, el hebreo característico de su redacción, así como las ideas en él expuestas, corresponden a una época posterior.
El contenido de Eclesiastés
Más que un discurso pronunciado ante una asamblea, este libro parece un soliloquio. Es una especie de discusión del autor consigo mismo, interna, en la que frecuentemente considera realidades opuestas entre sí: la vida y la muerte, la sabiduría y la necedad, la riqueza y la pobreza. En esta contraposición de conceptos, los aspectos negativos de la realidad aparecen subrayados y como teñidos de un tono de hondo pesimismo. Sin embargo, en ningún momento llega Eclesiastés al extremo de menospreciar o negar cuanto de valioso tiene la vida; nunca deja de reconocer los aspectos positivos que forman parte de la existencia y la experiencia del ser humano; trabajo, placer, familia, hacienda o sabiduría (2.11,13). Pero tienen un valor relativo, de modo que ninguno de ellos (ni cada uno de por sí, ni todos juntos) llega a satisfacer los anhelos más profundos del corazón.
Se interroga el Predicador por el sentido de la vida. Con absoluta sinceridad se plantea la cuestión que más le preocupa y que él reduce a términos concretos preguntándose: «¿Qué provecho tiene el hombre de todo el trabajo con que se afana debajo del sol?» (1.3). Lo que equivale a: ¿Qué debe conocer, saber y hacer el ser humano para vivir de manera plenamente satisfactoria?
En busca de la respuesta que mejor convenga a esta pregunta fundamental, el escritor analiza y critica con sistemática atención los diversos caminos que podrían conducirlo a su objetivo: el placer (2.1), la sabiduría (1.13) o la realización de grandes empresas (2.4). Pero descubre que al final de todos sus esfuerzos lo espera idéntica decepción, la que él resume en las pocas palabras de su célebre aforismo: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad» (1.2; 12.8). Porque, a fin de cuentas, la actividad de Dios en el mundo es un misterio impenetrable para la sabiduría humana, incapaz ella misma de descorrer el velo que lo envuelve. Eclesiastés trata de descifrar el enigma de la existencia y de penetrar el sentido de las cosas apoyándose tan solo en su experiencia personal y en sus propios razonamientos. Esta actitud crítica lo distanció del sereno optimismo que revela el libro de Proverbios, y le impidió compartir la gran esperanza de los profetas del pueblo de Israel; sin embargo, concluye con la afirmación de que «el todo del hombre» (12.13) se halla en la relación de este con Dios.
Esquema del contenido:
1. La experiencia del Predicador (1.1—2.26)
2. Juicios del Predicador en torno a la existencia humana (3.1—12.8)
3. Conclusión (12.9-14)
Actualmente seleccionado:
Eclesiastés ECLESIASTÉS: RVR1960
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Texto bíblico Reina-Valera 1960® © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Derechos renovados 1988, Sociedades Bíblicas Unidas.
Eclesiastés ECLESIASTÉS
ECLESIASTÉS
INTRODUCCIÓN
El título del libro
Eclesiastés es el título que en la Septuaginta recibe el libro llamado Qohelet en el texto hebreo de la Biblia. Ambos vocablos, el griego y el hebreo, significan prácticamente lo mismo: «predicador», «orador», «persona encargada de convocar un auditorio y dirigirle la palabra». Y en ambos casos se trata de términos derivados: Qohelet procede de qahal, raíz hebrea que, con la idea de «reunión» o «asamblea» quedó representada en griego por el sustantivo ekklesía, del cual, a su vez, se deriva Eclesiastés (Ec). Una peculiaridad que conviene registrar es que, en la Biblia hebrea, el término qohelet aparece unas veces sin artículo y otras con él, lo que en el primer caso da el sentido de un nombre propio (1.12; 7.27; 12.9), y en el segundo, de «funcionario», de un título profesional (12.8). Tal distinción no se hace en la presente traducción.
El autor
Eclesiastés es el más breve de los escritos sapienciales. Su autor fue probablemente un sabio judío de Palestina del período en que la cultura helenística se hallaba en pleno proceso de expansión por todo el Oriente próximo. Sus esfuerzos estaban presididos por su amor a la verdad y por comunicarla de forma idónea, con las palabras más adecuadas (12.9-10). Fue un pensador original y crítico, que no se conformaba con repetir ideas ajenas o aceptar sin examen los postulados que la tradición daba por irrebatibles.
Sin nombrar expresamente a Salomón, el autor se refiere a él cuando alude al «hijo de David, rey en Jerusalén» (1.1,12) y cuando enumera (en primera persona) sus obras y riquezas (2.4-9). Tales alusiones contribuyeron, sin duda, a dar carta de autoridad a Eclesiastés y a que fuera atribuido a Salomón, el rey sabio por excelencia. Sin embargo, el hebreo característico de su redacción, así como las ideas en él expuestas, corresponden a una época posterior.
El contenido de Eclesiastés
Más que un discurso pronunciado ante una asamblea, este libro parece un soliloquio. Es una especie de discusión del autor consigo mismo, interna, en la que frecuentemente considera realidades opuestas entre sí: la vida y la muerte, la sabiduría y la necedad, la riqueza y la pobreza. En esta contraposición de conceptos, los aspectos negativos de la realidad aparecen subrayados y como teñidos de un tono de hondo pesimismo. Sin embargo, en ningún momento llega Eclesiastés al extremo de menospreciar o negar cuanto de valioso tiene la vida; nunca deja de reconocer los aspectos positivos que forman parte de la existencia y la experiencia del ser humano; trabajo, placer, familia, hacienda o sabiduría (2.11,13). Pero tienen un valor relativo, de modo que ninguno de ellos (ni cada uno de por sí, ni todos juntos) llega a satisfacer los anhelos más profundos del corazón.
Se interroga el Predicador por el sentido de la vida. Con absoluta sinceridad se plantea la cuestión que más le preocupa y que él reduce a términos concretos preguntándose: «¿Qué provecho tiene el hombre de todo el trabajo con que se afana debajo del sol?» (1.3). Lo que equivale a: ¿Qué debe conocer, saber y hacer el ser humano para vivir de manera plenamente satisfactoria?
En busca de la respuesta que mejor convenga a esta pregunta fundamental, el escritor analiza y critica con sistemática atención los diversos caminos que podrían conducirlo a su objetivo: el placer (2.1), la sabiduría (1.13) o la realización de grandes empresas (2.4). Pero descubre que al final de todos sus esfuerzos lo espera idéntica decepción, la que él resume en las pocas palabras de su célebre aforismo: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad» (1.2; 12.8). Porque, a fin de cuentas, la actividad de Dios en el mundo es un misterio impenetrable para la sabiduría humana, incapaz ella misma de descorrer el velo que lo envuelve. Eclesiastés trata de descifrar el enigma de la existencia y de penetrar el sentido de las cosas apoyándose tan solo en su experiencia personal y en sus propios razonamientos. Esta actitud crítica lo distanció del sereno optimismo que revela el libro de Proverbios, y le impidió compartir la gran esperanza de los profetas del pueblo de Israel; sin embargo, concluye con la afirmación de que «el todo del hombre» (12.13) se halla en la relación de este con Dios.
Esquema del contenido:
1. La experiencia del Predicador (1.1—2.26)
2. Juicios del Predicador en torno a la existencia humana (3.1—12.8)
3. Conclusión (12.9-14)
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Texto bíblico Reina-Valera 1960® © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Derechos renovados 1988, Sociedades Bíblicas Unidas.