En un sueño, el Dios todopoderoso me dijo:
«Cuando yo haga volver a los israelitas del país donde ahora son esclavos, los que viven en las ciudades de Judá volverán a decir:
“¡Dios te bendiga, Jerusalén!
¡Ciudad elegida por Dios!
¡Dios te bendiga, templo de Dios,
pues en ti habita la justicia!”
»Allí vivirán todos los que ahora viven en las ciudades de Judá, junto con los campesinos y los pastores de ovejas. A los que tengan hambre les daré de comer, y a los que tengan sed les daré de beber».
Cuando me desperté y abrí los ojos, me di cuenta de que había tenido un sueño muy hermoso.
El Dios de Israel dice:
«Viene el día en que haré que Israel y Judá vuelvan a poblarse de gente y de animales. Así como antes me dediqué a derribarlos, arrancarlos y destruirlos, ahora me dedicaré a plantarlos, reconstruirlos y ayudarlos a crecer. Cuando llegue ese día, nadie volverá a decir: “Los padres la hacen, y los hijos la pagan”, porque cada quien será responsable de sus propios actos. En otras palabras, cada uno de ustedes morirá por su propio pecado».
El Dios de Israel dice:
«Viene el día en que haré un nuevo pacto con el pueblo de Israel y con el pueblo de Judá. En el pasado, tomé de la mano a sus antepasados y los saqué de Egipto, y luego hice un pacto con ellos. Pero no lo cumplieron, a pesar de que yo era su Dios. Por eso, mi nuevo pacto con el pueblo de Israel será este:
»Haré que mis enseñanzas
las aprendan de memoria,
y que sean la guía de su vida.
Yo seré su Dios,
y ellos serán mi pueblo.
Les juro que así será.
»Ya no hará falta que unos sean maestros de otros, y que les enseñen a conocerme, porque todos me conocerán, desde el más joven hasta el más viejo. Yo les perdonaré todas sus maldades, y nunca más me acordaré de sus pecados. Les juro que así será».
El Dios todopoderoso dice:
«Yo hago que el sol alumbre de día,
y que la luna y las estrellas
alumbren de noche.
Yo hago que ruja el mar
y que se agiten las olas.
¡Yo soy el Dios de Israel!
»El día que estas leyes naturales
lleguen a faltar,
ese día el pueblo de Israel
dejará de ser mi nación preferida.
El día que alguien pueda
medir la altura del cielo
o explorar lo profundo de la tierra,
ese día yo rechazaré a mi pueblo
por todo el mal que ha hecho.
¡Pero eso nunca sucederá!
¡Les doy mi palabra!»
El Dios de Israel dice:
«Viene el día en que Jerusalén, mi ciudad, será reconstruida desde la torre de Hananel hasta el portón de la Esquina, y de allí hasta la colina de Gareb y el barrio de Goá. Y serán dedicados a mí el valle donde se arrojan los cadáveres y las cenizas, y también los campos que llegan hasta el arroyo de Cedrón y hasta la entrada de los Caballos, en la esquina del este. ¡Nunca más la ciudad de Jerusalén volverá a ser arrancada ni destruida!»