El séptimo día se levantaron de madrugada y volvieron a marchar alrededor de la ciudad, solo que ese día lo hicieron siete veces. En la séptima vuelta, mientras los sacerdotes tocaban sus trompetas, Josué dio la orden: «¡Griten con todas sus fuerzas! ¡Dios nos ha entregado la ciudad! La ciudad y todos sus habitantes serán destruidos por completo, como una ofrenda para Dios. Pero acuérdense de no hacerles daño ni a Rahab ni a su familia, porque ella escondió a los espías que enviamos. No toquen nada de lo que hay que destruir. Si lo hacen, causarán una terrible destrucción en nuestro campamento. Toda la plata, y el oro, el bronce y el hierro serán dedicados a Dios, y deben ponerse con sus tesoros». Cuando los sacerdotes tocaron sus trompetas, los soldados gritaron con todas sus fuerzas y los muros se derrumbaron. Entonces todo el ejército entró en la ciudad, y cada soldado la atacó hasta conquistarla.
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