Jesús se fue de allí a la región de Tiro y de Sidón. Una mujer de esa región, que era del grupo al que los judíos llamaban cananeos, se acercó a Jesús y le dijo a gritos: —¡Señor, tú que eres el Mesías, ten compasión de mí y ayúdame! ¡Mi hija tiene un demonio que la hace sufrir mucho! Jesús no le hizo caso. Pero los discípulos se acercaron a él y le rogaron: —Atiende a esa mujer, pues viene gritando detrás de nosotros. Jesús respondió: —Dios me envió para ayudar solo a los israelitas, pues ellos son para mí como ovejas perdidas. Pero la mujer se acercó a Jesús, se arrodilló delante de él y le dijo: —¡Señor, ayúdame! Jesús le dijo: —No está bien quitarles la comida a los hijos para echársela a los perros. La mujer le respondió: —¡Señor, eso es cierto! Pero aun los perros comen de las sobras que caen de la mesa de sus dueños. Entonces Jesús le dijo: —¡Mujer, tú sí que tienes confianza en Dios! Lo que me has pedido se hará. Y en ese mismo instante su hija quedó sana. Jesús salió de allí y llegó a la orilla del Lago de Galilea. Luego subió a un cerro y se sentó. Mucha gente llevó a Jesús personas que estaban enfermas. Entre ellas había cojos, ciegos, mancos, mudos y muchos otros enfermos. Y Jesús los sanó. La gente, asombrada de ver a todos completamente sanos, comenzó a alabar al Dios de los israelitas. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: —Siento compasión de toda esta gente. Ya han estado conmigo tres días, y no tienen comida. No quiero que se vayan sin comer, pues podrían desmayarse en el camino. Los discípulos le dijeron: —Pero en un lugar tan solitario como este, ¿dónde vamos a conseguir comida para tanta gente? Jesús les preguntó: —¿Cuántos panes tienen? —Siete panes y unos pescaditos —contestaron los discípulos. Jesús le ordenó a la gente que se sentara en el suelo. Luego tomó los siete panes y los pescados, y dio gracias a Dios. Partió en pedazos los panes y los pescados, los entregó a sus discípulos, y ellos los repartieron a la gente. Todos comieron hasta quedar satisfechos. Con los pedazos que sobraron, llenaron siete canastas. Los que comieron fueron como cuatro mil hombres, además de las mujeres y los niños. Después Jesús despidió a la gente, subió a una barca y se fue al pueblo de Magadán.
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