El sumo sacerdote comenzó a preguntarle a Jesús acerca de sus discípulos y de lo que él enseñaba. Jesús le dijo: —Yo he hablado públicamente delante de todo el mundo; siempre he enseñado en las sinagogas y en el templo, donde se reúnen todos los judíos; así que no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregúntales a los que me han escuchado, y que ellos digan de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho. Cuando Jesús dijo esto, uno de los guardianes del templo le dio una bofetada, diciéndole: —¿Así contestas al sumo sacerdote? Jesús le respondió: —Si he dicho algo malo, dime en qué ha consistido; y si lo que he dicho está bien, ¿por qué me pegas? Entonces Anás lo envió, atado, a Caifás, el sumo sacerdote. Entre tanto, Pedro seguía allí, calentándose junto al fuego. Le preguntaron: —¿No eres tú uno de los discípulos de ese hombre? Pedro lo negó, diciendo: —No, no lo soy. Luego le preguntó uno de los criados del sumo sacerdote, pariente del hombre a quien Pedro le había cortado la oreja: —¿No te vi con él en el huerto? Pedro lo negó otra vez, y en ese mismo instante cantó el gallo.
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