Un joven fue a ver a Jesús, y le preguntó:
—Maestro, ¿qué cosa buena debo hacer para tener vida eterna?
Jesús le contestó:
—¿Por qué me preguntas acerca de lo que es bueno? Bueno solamente hay uno. Pero si quieres entrar en la vida, obedece los mandamientos.
—¿Cuáles? —preguntó el joven.
Y Jesús le dijo:
—“No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas mentiras en perjuicio de nadie, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo.”
—Todo eso ya lo he cumplido —dijo el joven—. ¿Qué más me falta?
Jesús le contestó:
—Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riqueza en el cielo. Luego ven y sígueme.
Cuando el joven oyó esto, se fue triste, porque era muy rico.
Jesús dijo entonces a sus discípulos:
—Les aseguro que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Les repito que es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, que para un rico entrar en el reino de Dios.
Al oírlo, sus discípulos se asombraron más aún, y decían:
—Entonces, ¿quién podrá salvarse?
Jesús los miró y les contestó:
—Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible.
Pedro le dijo entonces:
—Nosotros hemos dejado todo lo que teníamos y te hemos seguido. ¿Qué vamos a recibir?
Jesús les respondió:
—Les aseguro que cuando llegue el tiempo en que todo sea renovado, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono glorioso, ustedes que me han seguido se sentarán también en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Y todos los que por causa mía hayan dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos, o terrenos, recibirán cien veces más, y también recibirán la vida eterna. Pero muchos que ahora son los primeros, serán los últimos; y muchos que ahora son los últimos, serán los primeros.