Señor, tú has tratado bien a este siervo tuyo, conforme a tu promesa. Enséñame a tener buen juicio y conocimiento, pues confío en tus mandamientos. Antes de ser humillado cometí muchos errores, pero ahora obedezco tu palabra. Tú eres bueno, y haces el bien; ¡enséñame tus leyes! Los insolentes me acusan falsamente, pero yo cumplo tus preceptos de todo corazón. Ellos tienen la mente entorpecida, pero yo me alegro con tu enseñanza. Me hizo bien haber sido humillado, pues así aprendí tus leyes. Para mí vale más la enseñanza de tus labios, que miles de monedas de oro y plata. Tú mismo me hiciste y me formaste; ¡dame inteligencia para aprender tus mandamientos! Los que te honran se alegrarán al verme, porque he puesto mi esperanza en tu palabra. Señor, yo sé que tus decretos son justos y que tienes razón cuando me afliges. ¡Que tu amor me sirva de consuelo, conforme a la promesa que me hiciste! Muéstrame tu ternura, y hazme vivir, pues me siento feliz con tu enseñanza. Sean avergonzados los insolentes que sin razón me maltratan; yo quiero meditar en tus preceptos. Que se reúnan conmigo los que te honran, los que conocen tus mandatos. Que mi corazón sea perfecto en tus leyes, para no tener de qué avergonzarme.
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