Y reanudó Job su discurso, y dijo:
¡Quién me diera volver a ser como en meses pasados,
como en los días en que Dios velaba sobre mí;
cuando su lámpara resplandecía sobre mi cabeza,
y a su luz caminaba yo en las tinieblas;
como era yo en los días de mi juventud,
cuando el favor de Dios estaba sobre mi tienda;
cuando el Todopoderoso estaba aún conmigo,
y mis hijos en derredor mío;
cuando en leche se bañaban mis pies,
y la roca me derramaba ríos de aceite!
Cuando yo salía a la puerta de la ciudad,
cuando en la plaza tomaba mi asiento,
me veían los jóvenes y se escondían,
y los ancianos se levantaban y permanecían en pie.
Los príncipes dejaban de hablar
y ponían la mano sobre su boca;
la voz de los nobles se apagaba,
y la lengua se les pegaba al paladar.
Porque el oído que oía me llamaba bienaventurado,
y el ojo que veía daba testimonio de mí;
porque yo libraba al pobre que clamaba,
y al huérfano que no tenía quien le ayudara.
Venía sobre mí la bendición del que estaba a punto de perecer,
y el corazón de la viuda yo llenaba de gozo.
De justicia me vestía, y ella me cubría;
como manto y turbante era mi derecho.
Ojos era yo para el ciego,
y pies para el cojo.
Padre era para los necesitados,
y examinaba la causa que no conocía.
Quebraba los colmillos del impío,
y de sus dientes arrancaba la presa.
Entonces pensaba: «En mi nido moriré,
y multiplicaré mis días como la arena.
-»Mi raíz se extiende hacia las aguas,
y el rocío se posa de noche en mi rama.
-»Conmigo es siempre nueva mi gloria,
y mi arco en mi mano se renueva».
¶Me escuchaban y esperaban,
y guardaban silencio para oír mi consejo.
Después de mis palabras no hablaban de nuevo,
y sobre ellos caía gota a gota mi discurso.
Me esperaban como a la lluvia,
y abrían su boca como a lluvia de primavera.
Yo les sonreía cuando ellos no creían,
y no abatían la luz de mi rostro.
Les escogía el camino y me sentaba como jefe,
y moraba como rey entre las tropas,
como el que consuela a los que lloran.