El hijo honra a su padre, y el siervo a su señor. Pues si yo soy padre, ¿dónde está mi honor? Y si yo soy señor, ¿dónde está mi temor? —dice el SEÑOR de los ejércitos a vosotros sacerdotes que menospreciáis mi nombre—. Pero vosotros decís: «¿En qué hemos menospreciado tu nombre?». Ofreciendo sobre mi altar pan inmundo. Y vosotros decís: «¿En qué te hemos deshonrado?». En que decís: «La mesa del SEÑOR es despreciable». Y cuando presentáis un animal ciego para el sacrificio, ¿no es malo? Y cuando presentáis el cojo y el enfermo, ¿no es malo? ¿Por qué no lo ofreces a tu gobernador? ¿Se agradaría de ti o te recibiría con benignidad? —dice el SEÑOR de los ejércitos. Ahora pues, ¿no pediréis el favor de Dios, para que se apiade de nosotros? Con tal ofrenda de vuestra parte, ¿os recibirá Él con benignidad? —dice el SEÑOR de los ejércitos. ¡Oh, si hubiera entre vosotros quien cerrara las puertas para que no encendierais mi altar en vano! No me complazco en vosotros —dice el SEÑOR de los ejércitos— ni de vuestra mano aceptaré ofrenda. Porque desde la salida del sol hasta su puesta, mi nombre será grande entre las naciones, y en todo lugar se ofrecerá incienso a mi nombre, y ofrenda pura de cereal; pues grande será mi nombre entre las naciones —dice el SEÑOR de los ejércitos. Pero vosotros lo profanáis, cuando decís: «La mesa del Señor es inmunda, y su fruto, su alimento despreciable». También decís: «¡Ay, qué fastidio!». Y con indiferencia lo despreciáis —dice el SEÑOR de los ejércitos— y traéis lo robado, o cojo, o enfermo; así traéis la ofrenda. ¿Aceptaré eso de vuestra mano? —dice el SEÑOR.
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