Logo de YouVersion
Ícono Búsqueda

1 Samuel 30:7-31

1 Samuel 30:7-31 Nueva Versión Internacional - Español (NVI)

Entonces dijo al sacerdote Abiatar, hijo de Ajimélec: —Tráeme el efod. Tan pronto como Abiatar se lo trajo, David consultó al SEÑOR: —¿Debo perseguir a esa banda de saqueadores? ¿Los voy a alcanzar? —Persíguelos —respondió el SEÑOR—. Vas a alcanzarlos y rescatarás a los cautivos. David partió con sus seiscientos hombres hasta llegar al arroyo de Besor. Allí se quedaron rezagados doscientos hombres que estaban demasiado cansados para cruzar el arroyo. Así que David continuó la persecución con los cuatrocientos hombres restantes. Los hombres de David se encontraron en el campo con un egipcio, y se lo llevaron a David. Le dieron de comer y de beber, y le ofrecieron una torta de higo y dos tortas de uvas pasas, pues hacía tres días y tres noches que no había comido ni bebido nada. En cuanto el egipcio comió, recobró las fuerzas. —¿A quién perteneces? —preguntó David—. ¿De dónde vienes? —Soy egipcio —respondió—, esclavo de un amalecita. Hace tres días caí enfermo, y mi amo me abandonó. Habíamos invadido la región sur de los quereteos, de Judá y de Caleb; también incendiamos Siclag. —Guíanos adonde está esa banda de saqueadores —dijo David. —Júreme usted por Dios —suplicó el egipcio—, que no me matará ni me entregará a mi amo. Con esa condición, lo llevo adonde está la banda. El egipcio los guio hasta los amalecitas, los cuales estaban dispersos por todo el campo, comiendo, bebiendo y festejando el gran botín que habían conseguido en el territorio filisteo y en el de Judá. David los atacó al amanecer y los combatió hasta la tarde del día siguiente. Los únicos que lograron escapar fueron cuatrocientos muchachos que huyeron en sus camellos. David pudo recobrar todo lo que los amalecitas se habían robado, y también rescató a sus dos esposas. Nada les faltó del botín, ni grande ni pequeño, ni hijos ni hijas, ni ninguna otra cosa de lo que les habían quitado. David también se apoderó de todas las ovejas y vacas. La gente llevaba todo al frente y pregonaba: «¡Este es el botín de David!». Luego David regresó al arroyo de Besor, donde se habían quedado los doscientos hombres que estaban demasiado cansados para seguirlo. Ellos salieron al encuentro de David y su gente, y David, por su parte, se acercó para saludarlos. Pero entre los que acompañaban a David había gente mala y perversa que reclamó: —Estos no vinieron con nosotros, así que no vamos a darles nada del botín que recobramos. Que tome cada uno a su esposa y a sus hijos y que se vaya. —No hagan eso, mis hermanos —respondió David—. Fue el SEÑOR quien nos lo dio todo, quien nos protegió y puso en nuestras manos a esa banda de saqueadores que nos había atacado. ¿Quién va a estar de acuerdo con ustedes? Del botín participan tanto los que se quedan cuidando el bagaje como los que van a la batalla. Aquel día David estableció ese estatuto como ley en Israel, la cual sigue vigente hasta el día de hoy. Después de llegar a Siclag, David envió parte del botín a sus amigos que eran jefes de Judá, con este mensaje: «Aquí tienen un regalo del botín que rescatamos de los enemigos del SEÑOR». Recibieron ese regalo los ancianos de Betel, Ramot del Néguev, Jatir, Aroer, Sifmot, Estemoa, Racal, las ciudades de Jeramel, las ciudades quenitas de Jormá, Borasán, Atac, y Hebrón, y los ancianos de todos los lugares donde David y sus hombres habían vivido.

1 Samuel 30:7-31 Nueva Traducción Viviente (NTV)

Entonces le dijo a Abiatar, el sacerdote: —¡Tráeme el efod! Así que Abiatar lo trajo y David le preguntó al SEÑOR: —¿Debo perseguir a esta banda de saqueadores? ¿Los atraparé? Y el SEÑOR le dijo: —Sí, persíguelos. Recuperarás todo lo que te han quitado. De modo que David y sus seiscientos hombres salieron y llegaron al arroyo de Besor. Pero doscientos de ellos estaban demasiado cansados para cruzar el arroyo, por lo que David continuó la persecución con cuatrocientos hombres. En el camino encontraron a un egipcio en un campo y lo llevaron a David. Le dieron pan para comer y agua para beber. También le dieron parte de un pastel de higos y dos racimos de pasas, porque no había comido ni bebido nada durante tres días y tres noches. Al poco tiempo recobró sus fuerzas. —¿A quién le perteneces y de dónde vienes? —le preguntó David. —Soy egipcio, esclavo de un amalecita —respondió—. Mi amo me abandonó hace tres días porque yo estaba enfermo. Regresábamos de asaltar a los cereteos en el Neguev, el territorio de Judá y la tierra de Caleb, y acabábamos de incendiar Siclag. —¿Me guiarás a esa banda de saqueadores? —preguntó David. El joven contestó: —Si haces un juramento en el nombre de Dios que no me matarás ni me devolverás a mi amo, entonces te guiaré a ellos. Así que guio a David hasta los amalecitas, y los encontraron dispersos por los campos comiendo, bebiendo y bailando con alegría por el enorme botín que habían tomado de los filisteos y de la tierra de Judá. Entonces David y sus hombres se lanzaron contra ellos y los mataron durante toda la noche y durante todo el día siguiente hasta la tarde. Ninguno de los amalecitas escapó, excepto cuatrocientos jóvenes que huyeron en camellos. Así que David recuperó todo lo que los amalecitas habían tomado y rescató a sus dos esposas. No faltaba nada: fuera grande o pequeño, hijo o hija, ni ninguna otra cosa que se habían llevado. David regresó con todo. También recuperó los rebaños y las manadas, y sus hombres los arrearon delante de los demás animales. «¡Este botín le pertenece a David!», dijeron. Luego David regresó al arroyo de Besor y se encontró con los doscientos hombres que se habían quedado rezagados porque estaban demasiado cansados para seguir con él. Entonces salieron para encontrarse con David y con sus hombres, y David los saludó con alegría. Pero unos alborotadores entre los hombres de David dijeron: —Ellos no fueron con nosotros, así que no pueden tener nada del botín que recuperamos. Denles sus esposas e hijos y díganles que se vayan. Pero David dijo: —¡No, mis hermanos! No sean egoístas con lo que el SEÑOR nos dio. Él nos protegió y nos ayudó a derrotar a la banda de saqueadores que nos atacó. ¿Quién les hará caso cuando hablan así? Compartiremos por partes iguales tanto con los que vayan a la batalla como con los que cuiden las pertenencias. A partir de entonces, David estableció este dicho como decreto y ordenanza en Israel y hasta el día de hoy todavía se cumple. Cuando llegó a Siclag, David envió parte del botín a los ancianos de Judá, quienes eran sus amigos. «Esto es un regalo para ustedes —les dijo David—, tomado de los enemigos del SEÑOR». Los regalos fueron enviados a la gente de las siguientes ciudades que David había visitado: Betel, Ramot-neguev, Jatir, Aroer, Sifmot, Estemoa, Racal, las ciudades de Jerameel, las ciudades de los ceneos, Horma, Corasán, Atac, Hebrón, y a todos los demás lugares que David había visitado con sus hombres.

1 Samuel 30:7-31 Traducción en Lenguaje Actual (TLA)

y le dijo al sacerdote Abiatar, el hijo de Ahimélec: «Tráeme tu chaleco sacerdotal. Voy a consultar con Dios qué es lo que debo hacer». Cuando Abiatar le llevó a David el chaleco sacerdotal, David consultó a Dios: —¿Debo perseguir a esos bandidos? Y si los persigo, ¿los alcanzaré? Dios respondió: —Persíguelos, porque vas a alcanzarlos, y también vas a recuperar lo que se robaron. Entonces David se fue con sus seiscientos hombres. Al llegar al arroyo de Besor, doscientos de ellos estaban tan cansados que no lo pudieron cruzar y se quedaron allí. David siguió persiguiendo a los amalecitas con los otros cuatrocientos hombres. Más adelante, encontraron en el campo a un hombre desmayado. Estaba así porque en tres días no había comido ni bebido nada. Le dieron agua, un pedazo de pan de higos, y dos panes de pasas. Después de comer, aquel hombre se sintió mejor, así que David le preguntó: —¿De dónde vienes? ¿Al servicio de quién estás? —Soy egipcio —contestó aquel hombre—. Mi amo es un amalecita. Hace tres días me enfermé, y mi amo me abandonó aquí. Antes de eso, habíamos atacado varios lugares: el territorio de los filisteos, que está al sur, el de Judá y el de Caleb. También quemamos la ciudad de Siclag. David le preguntó: —¿Me puedes llevar a donde están los amalecitas? —Te llevaré —contestó el egipcio—. Pero júrame por Dios que no me matarás ni me entregarás a mi amo. David se lo juró, y el egipcio los condujo hasta ellos. Al llegar, David y sus hombres encontraron a los amalecitas comiendo, bebiendo y danzando por todo el campamento. Estaban celebrando el haberles quitado a los filisteos y a los de Judá todo lo que tenían. Al amanecer, David los atacó, y la batalla duró hasta la noche del día siguiente. David mató a todos los amalecitas. Solo se salvaron cuatrocientos jóvenes, que montaron en camellos y lograron escapar. David recobró todo lo que los amalecitas se habían llevado, y también rescató a sus dos esposas. No faltó ningún niño ni adulto, y ni siquiera el objeto más pequeño. Además, David recobró todas las vacas y ovejas. Y los que iban guiando el ganado decían: «Esta es la parte que le toca a David». David y sus hombres regresaron al arroyo de Besor, donde se habían quedado con el equipaje los doscientos soldados que estaban muy cansados. Cuando ellos vieron que David se acercaba con los otros hombres, salieron a recibirlos. David les contestó el saludo. Entre los hombres que habían ido con David a la batalla, no faltaron algunos malvados y envidiosos que le dijeron a David: —A esos doscientos hombres que no vinieron con nosotros, no debemos darles nada de lo que les quitamos a los amalecitas. ¡Que se conformen con llevarse a sus mujeres y a sus hijos! Pero David les dijo: —No, hermanos míos, no debemos hacer eso. Después de todo, Dios nos ha dado todo esto, y nos cuidó y ayudó a vencer a esos amalecitas ladrones. Además, nadie va a estar de acuerdo con ustedes, pues le debe tocar lo mismo al que va a la batalla que al que se queda a cuidar el equipaje. David estableció esta ley en Israel, y desde entonces hasta ahora se ha cumplido. De regreso en Siclag, David tomó una parte de lo que les había quitado a los amalecitas, y la envió a los lugares donde había estado con su gente, es decir, a Betel, a Ramot del desierto del sur, a Jatir, a Aroer, a Sifmot, a Estemoa y a Racal. David también envió regalos a los que estaban en las ciudades de Jerahmeel y de los quenitas, y en Hormá, Corasán, Atac y Hebrón, entre otras. Junto con los regalos, les envió este mensaje: «Este es un regalo para ustedes, de lo que les quité a los enemigos de Dios».

1 Samuel 30:7-31 Reina Valera Contemporánea (RVC)

Entonces llamó al sacerdote Abiatar hijo de Ajimélec, y le dijo: «Te ruego que me traigas el efod.» Abiatar se lo llevó, y David consultó al Señor. Le preguntó: «¿Debo perseguir a esa banda de malvados? ¿Podré darles alcance?» Y el Señor le dijo: «Ve tras ellos, porque les darás alcance y podrás liberar a los cautivos.» David partió entonces con sus seiscientos hombres, y llegaron hasta el torrente de Besor, donde se quedaron unos cuantos. Los que siguieron adelante con David fueron cuatrocientos hombres, pues doscientos de ellos estaban tan cansados que no pudieron cruzar el torrente. Y esos que siguieron hallaron en el campo a un egipcio, y lo llevaron ante David; lo alimentaron con pan, y le dieron a beber agua. También le dieron pan de higos secos y dos racimos de uvas pasas, y el egipcio comió y recobró el ánimo, pues hacía tres días con sus noches que no había comido ni bebido nada. Luego, David le preguntó: «¿Quién eres, y de dónde vienes?» Y el joven egipcio respondió: «Sirvo a un amalecita, pero me abandonó hace tres días porque me vio muy mal, pues habíamos hecho una incursión al Néguev de los cretenses y de Judá, y también al Néguev de Caleb, y luego le prendimos fuego a Siclag.» Y David le preguntó: «¿Me puedes llevar hasta esa tropa?» Y el egipcio dijo: «Lo haré, si me juras que no me matarás ni me entregarás a mi amo. Solo así te llevaré hasta esa gente.» Y como David se lo juró, el egipcio lo llevó adonde estaban ellos. Cuando llegaron, David vio a la tropa esparcida y en completo desorden. Estaban comiendo y bebiendo, y haciendo una gran fiesta con todo el botín que habían tomado de los filisteos y de la tierra de Judá. David, aprovechando su descuido, los hirió de muerte durante todo ese día y hasta la tarde del día siguiente, sin dejar con vida más que a cuatrocientos jóvenes que huyeron montados en sus camellos. Después de que David recuperó todo lo que los amalecitas habían robado, liberó también a sus dos mujeres. David recuperó todo, sin que le faltara absolutamente nada, por pequeña que fuera, y devolvió los hijos y las hijas a sus padres. También se apoderó de las ovejas y del ganado mayor, y como lo iba arriando, todos decían que era el botín de David. Cuando David llegó al torrente de Besor, los doscientos hombres que por cansancio no habían podido acompañarlo salieron a recibirlo, y al verlos David, los saludó en paz. Pero entre los soldados que habían ido con David a la batalla, había algunos que eran egoístas y malvados, que dijeron: «A estos no les corresponde nada del botín que capturamos. Que tomen a sus mujeres y a sus hijos, y que se vayan.» Pero David les dijo: «No se porten así, hermanos míos. El Señor nos ha protegido y nos ha permitido recuperar lo que esa banda de malvados que nos atacó nos había arrebatado. ¿Quién va a darles la razón en este caso? El mismo derecho tiene el que entra en combate como el que se queda al cuidado del bagaje. Todos merecen recibir lo mismo.» Y desde aquel día y hasta la fecha, esto quedó establecido como una ley y ordenanza en Israel. Cuando David llegó a Siclag, tomó parte del botín y lo repartió entre sus amigos, los ancianos de Judá, junto con este mensaje: «Aquí tienen este presente. Se lo quitamos a los enemigos del Señor, y es para ustedes.» El regalo se lo envió a los que vivían en Betel, en Ramot del Néguev, en Jatir, en Aroer, en Sifmot, en Estemoa, en Racal, en las ciudades de Yeramel, en las ciudades de los quenitas, en Jormá, en Corasán, en Atac, en Hebrón, y en todos los lugares donde David había estado con sus hombres.

1 Samuel 30:7-31 Biblia Dios Habla Hoy (DHH94I)

y le dijo al sacerdote Abiatar, hijo de Ahimélec: —Por favor, tráeme el efod. En cuanto Abiatar llevó el efod a David, este consultó al Señor. Le preguntó: —¿Debo perseguir a esa banda de ladrones? ¿Podré alcanzarla? Y el Señor contestó: —Persíguela, pues la alcanzarás y rescatarás a los prisioneros. Inmediatamente David se puso en camino con los seiscientos hombres que le acompañaban, y llegaron al arroyo de Besor. Allí se quedaron doscientos hombres que estaban muy cansados para cruzar el arroyo, y con los otros cuatrocientos continuó David la persecución. Más tarde encontraron en el llano a un egipcio, y lo llevaron ante David, aunque antes tuvieron que darle de comer y de beber: le dieron una rebanada de torta de higo y dos tortas de uvas pasas. Después de comer, el egipcio se sintió más reanimado, pues hacía tres días y tres noches que no había comido ni bebido nada. Entonces le preguntó David: —¿Quién es tu amo? ¿De dónde vienes? El egipcio le respondió: —Soy egipcio, criado de un amalecita, pero hace tres días mi amo me abandonó porque caí enfermo, pues fuimos a saquear la parte sur del territorio de los quereteos, y de los de Judá y de Caleb. También le prendimos fuego a Siclag. —¿Me quieres conducir hasta esa banda de ladrones? —le preguntó David. Y el egipcio contestó: —Si me juras por Dios que no me matarás ni me entregarás a mi amo, te llevaré hasta ellos. Y lo llevó hasta donde estaban los ladrones, los cuales se habían desparramado por todo el campo y estaban comiendo, bebiendo y haciendo fiesta por todo lo que habían robado en territorio filisteo y en territorio de Judá. Entonces David los atacó desde la mañana hasta la tarde, y los destruyó por completo, menos a cuatrocientos muchachos que montaron en sus camellos y lograron escapar. David rescató todo lo que los amalecitas habían robado, y rescató también a sus dos mujeres. No les faltó ni la más pequeña cosa de todo lo que les habían quitado, ni tampoco faltó un solo niño ni adulto, pues David lo recuperó todo. También se apoderó David de todas sus ovejas y vacas, y los que arreaban el ganado decían que aquello era lo que había ganado David. Cuando David llegó adonde estaban los doscientos hombres que por estar demasiado cansados no lo habían acompañado, sino que se habían quedado en el arroyo de Besor, salieron ellos a recibirlo a él y a sus acompañantes. David se acercó a ellos y los saludó. Pero algunos de sus hombres, que eran gente malvada y perversa, protestaron y dijeron que a quienes no habían ido con ellos no se les debía dar nada de lo que ellos habían obtenido, excepto sus mujeres e hijos, y que deberían irse después de recuperarlos. Sin embargo, David dijo: —No hagan eso, amigos míos, después de todo lo que el Señor nos ha dado, y de que nos ha conservado la vida y ha puesto en nuestras manos a esa banda de ladrones que nos había atacado. En este caso nadie va a darles la razón, porque en el reparto lo mismo les toca a los que se quedan cuidando el equipo que a los que van a la batalla. (Desde entonces, y hasta el presente, esta fue la práctica general en Israel.) Cuando David llegó a Siclag, envió a sus amigos, los ancianos de Judá, una parte de lo que le había quitado al enemigo, junto con este mensaje: «Aquí tienen ustedes este regalo, que es parte de lo que les quité a los enemigos del Señor.» Y envió regalos a los que estaban en Betel, en Ramot del Négueb, en Jatir, en Aroer, en Sifmot, en Estemoa y en Racal, y también a los que estaban en las ciudades de Jerahmeel, en las ciudades de los quenitas, y en Hormá, en Corasán, en Atac, en Hebrón y en todos los sitios por donde él y sus hombres habían andado.

1 Samuel 30:7-31 Biblia Reina Valera 1960 (RVR1960)

Y dijo David al sacerdote Abiatar hijo de Ahimelec: Yo te ruego que me acerques el efod. Y Abiatar acercó el efod a David. Y David consultó a Jehová, diciendo: ¿Perseguiré a estos merodeadores? ¿Los podré alcanzar? Y él le dijo: Síguelos, porque ciertamente los alcanzarás, y de cierto librarás a los cautivos. Partió, pues, David, él y los seiscientos hombres que con él estaban, y llegaron hasta el torrente de Besor, donde se quedaron algunos. Y David siguió adelante con cuatrocientos hombres; porque se quedaron atrás doscientos, que cansados no pudieron pasar el torrente de Besor. Y hallaron en el campo a un hombre egipcio, el cual trajeron a David, y le dieron pan, y comió, y le dieron a beber agua. Le dieron también un pedazo de masa de higos secos y dos racimos de pasas. Y luego que comió, volvió en él su espíritu; porque no había comido pan ni bebido agua en tres días y tres noches. Y le dijo David: ¿De quién eres tú, y de dónde eres? Y respondió el joven egipcio: Yo soy siervo de un amalecita, y me dejó mi amo hoy hace tres días, porque estaba yo enfermo; pues hicimos una incursión a la parte del Neguev que es de los cereteos, y de Judá, y al Neguev de Caleb; y pusimos fuego a Siclag. Y le dijo David: ¿Me llevarás tú a esa tropa? Y él dijo: Júrame por Dios que no me matarás, ni me entregarás en mano de mi amo, y yo te llevaré a esa gente. Lo llevó, pues; y he aquí que estaban desparramados sobre toda aquella tierra, comiendo y bebiendo y haciendo fiesta, por todo aquel gran botín que habían tomado de la tierra de los filisteos y de la tierra de Judá. Y los hirió David desde aquella mañana hasta la tarde del día siguiente; y no escapó de ellos ninguno, sino cuatrocientos jóvenes que montaron sobre los camellos y huyeron. Y libró David todo lo que los amalecitas habían tomado, y asimismo libertó David a sus dos mujeres. Y no les faltó cosa alguna, chica ni grande, así de hijos como de hijas, del robo, y de todas las cosas que les habían tomado; todo lo recuperó David. Tomó también David todas las ovejas y el ganado mayor; y trayéndolo todo delante, decían: Este es el botín de David. Y vino David a los doscientos hombres que habían quedado cansados y no habían podido seguir a David, a los cuales habían hecho quedar en el torrente de Besor; y ellos salieron a recibir a David y al pueblo que con él estaba. Y cuando David llegó a la gente, les saludó con paz. Entonces todos los malos y perversos de entre los que habían ido con David, respondieron y dijeron: Porque no fueron con nosotros, no les daremos del botín que hemos quitado, sino a cada uno su mujer y sus hijos; que los tomen y se vayan. Y David dijo: No hagáis eso, hermanos míos, de lo que nos ha dado Jehová, quien nos ha guardado, y ha entregado en nuestra mano a los merodeadores que vinieron contra nosotros. ¿Y quién os escuchará en este caso? Porque conforme a la parte del que desciende a la batalla, así ha de ser la parte del que queda con el bagaje; les tocará parte igual. Desde aquel día en adelante fue esto por ley y ordenanza en Israel, hasta hoy. Y cuando David llegó a Siclag, envió del botín a los ancianos de Judá, sus amigos, diciendo: He aquí un presente para vosotros del botín de los enemigos de Jehová. Lo envió a los que estaban en Bet-el, en Ramot del Neguev, en Jatir, en Aroer, en Sifmot, en Estemoa, en Racal, en las ciudades de Jerameel, en las ciudades del ceneo, en Horma, en Corasán, en Atac, en Hebrón, y en todos los lugares donde David había estado con sus hombres.

1 Samuel 30:7-31 La Biblia de las Américas (LBLA)

Entonces dijo David al sacerdote Abiatar, hijo de Ahimelec: Te ruego que me traigas el efod. Y Abiatar llevó el efod a David. Y David consultó al SEÑOR, diciendo: ¿Perseguiré a esta banda? ¿Podré alcanzarlos? Y Él le respondió: Persíguelos, porque de cierto los alcanzarás y sin duda rescatarás a todos. Partió, pues, David, él y los seiscientos hombres que estaban con él, y llegaron hasta el torrente Besor, donde se quedaron algunos rezagados. Pero David siguió adelante, él y cuatrocientos hombres, porque doscientos, que estaban demasiado fatigados para cruzar el torrente Besor, se quedaron atrás. Y hallaron en el campo a un egipcio y se lo llevaron a David; le dieron pan y comió, y le dieron a beber agua. También le dieron un pedazo de torta de higos y dos racimos de uvas pasas y comió, y su espíritu se reanimó; porque no había comido pan ni bebido agua en tres días y tres noches. Y David le dijo: ¿De quién eres tú, y de dónde eres? Y él dijo: Soy un joven de Egipto, siervo de un amalecita; mi amo me dejó atrás cuando me enfermé hace tres días. Hicimos una incursión contra el Neguev de los cereteos, contra el de Judá y contra el Neguev de Caleb, y pusimos fuego a Siclag. Entonces David le dijo: ¿Me llevarás a esa banda? Y él respondió: Júrame por Dios que no me matarás ni me entregarás en manos de mi amo, y te llevaré a esa banda. Cuando lo llevó, he aquí que estaban desparramados sobre toda aquella tierra, comiendo, bebiendo y bailando por el gran botín que habían tomado de la tierra de los filisteos y de la tierra de Judá. Y los hirió David desde el anochecer hasta el atardecer del día siguiente, ninguno de ellos escapó, excepto cuatrocientos jóvenes que montaron en camellos y huyeron. David recuperó todo lo que los amalecitas habían tomado, también rescató a sus dos mujeres. Nada de lo que era de ellos les faltó, pequeño o grande, hijos o hijas, botín o cualquier cosa que habían tomado para sí; David lo recuperó todo. David tomó también todas las ovejas y el ganado de los amalecitas, llevándolos delante de los otros ganados, y decían: Este es el botín de David. Cuando David llegó a donde estaban los doscientos hombres que, demasiado fatigados para seguir a David, se habían quedado en el torrente Besor, estos salieron al encuentro de David y del pueblo que estaba con él, y David se acercó al pueblo y los saludó. Entonces todos los hombres malvados e indignos de entre los que habían ido con David respondieron, y dijeron: Porque no fueron con nosotros, no les daremos nada del botín que hemos recuperado, sino a cada hombre su mujer y sus hijos, para que se los lleven y se vayan. Pero David dijo: No debéis hacer así, hermanos míos, con lo que nos ha dado el SEÑOR, quien nos ha guardado y ha entregado en nuestra mano la banda que vino contra nosotros. ¿Y quién os escuchará sobre este asunto? Porque conforme a la parte del que desciende a la batalla, así será la parte del que queda con el bagaje; ellos recibirán lo mismo. Y así ha sido desde aquel día en adelante, en que él lo estableció como estatuto y ordenanza para Israel hasta el día de hoy. Cuando llegó David a Siclag, mandó parte del botín a los ancianos de Judá, sus amigos, diciendo: He aquí un presente para vosotros del botín de los enemigos del SEÑOR. Y lo envió a los de Betel, a los de Ramot del Neguev, a los de Jatir, a los de Aroer, a los de Sifmot, a los de Estemoa, a los de Racal, a los de las ciudades de Jerameel, a los de las ciudades del ceneo, a los de Horma, a los de Corasán, a los de Atac, a los de Hebrón y a todos los lugares por donde David y sus hombres habían andado.