2 Samuel 1:1-27
2 Samuel 1:1-27 Nueva Versión Internacional - Español (NVI)
Después de la muerte de Saúl, David se detuvo dos días en Siclag, luego de haber derrotado a los amalecitas. Al tercer día, llegó a Siclag un hombre que venía del campamento de Saúl. En señal de duelo se presentó ante David con la ropa rasgada y la cabeza cubierta de ceniza, y se postró rostro en tierra. —¿De dónde vienes? —preguntó David. —Vengo huyendo del campamento israelita —respondió. —Pero ¿qué ha pasado? —exclamó David—. ¡Cuéntamelo todo! —Pues resulta que nuestro ejército ha huido de la batalla y muchos han caído muertos —contestó el mensajero—. Entre los caídos en combate se cuentan Saúl y su hijo Jonatán. —¿Y cómo sabes tú que Saúl y su hijo Jonatán han muerto? —preguntó David al criado que había traído la noticia. —Por casualidad me encontraba yo en el monte Guilboa. De pronto, vi a Saúl apoyado en su lanza y asediado por los carros y la caballería —respondió el criado—. Saúl se volvió y al verme me llamó. Yo me puse a sus órdenes. Me preguntó quién era yo y respondí que era amalecita. Entonces me pidió que me acercara y me ordenó: “¡Mátame de una vez, pues estoy agonizando y no acabo de morir!”. Yo me acerqué y lo maté, pues me di cuenta de que no iba a sobrevivir al desastre. Luego le quité la corona de la cabeza y el brazalete que llevaba en el brazo para traérselos a usted, mi señor. Al oírlo, David y los que estaban con él se rasgaron las vestiduras. Lloraron y ayunaron hasta el anochecer porque Saúl y su hijo Jonatán habían caído a filo de espada, y también por el ejército del SEÑOR y por la nación de Israel. Entonces David preguntó al joven que había traído la noticia: —¿De dónde eres? —Soy un extranjero amalecita —respondió. —¿Y cómo te atreviste a alzar la mano para matar al ungido del SEÑOR? —reclamó David. Y enseguida llamó a uno de sus hombres y ordenó: —¡Anda, mátalo! Aquel cumplió la orden y lo mató. David, por su parte, dijo: —¡Que tu sangre caiga sobre tu cabeza! Tu boca misma te condena al admitir que mataste al ungido del SEÑOR. David compuso este lamento en honor de Saúl y de su hijo Jonatán. Lo llamó el «Cántico del Arco» y ordenó que lo enseñaran a los habitantes de Judá. Así consta en el libro de Jaser: «¡Ay, Israel! Tus héroes yacen heridos en las alturas de tus montes. ¡Cómo han caído los valientes! »No lo anuncien en Gat ni lo pregonen en las calles de Ascalón para que no se alegren las filisteas ni lo celebren esas hijas de incircuncisos. »¡Ay, montes de Guilboa, que no caiga sobre ustedes lluvia ni rocío! ¡Que no crezca nada en sus campos! Porque allí deshonraron el escudo de Saúl: ¡nunca más será ungido con aceite! »¡Jamás volvía el arco de Jonatán sin haberse saciado con la sangre de los heridos ni regresaba la espada de Saúl sin haberse hartado con la grasa de sus oponentes! ¡Saúl! ¡Jonatán! Fueron amados y admirados, y en la vida y en la muerte, inseparables. Más veloces eran que las águilas y más fuertes que los leones. »¡Ay, mujeres de Israel! Lloren por Saúl, que las vestía con lujosa seda carmesí y las adornaba con joyas de oro. »¡Cómo han caído los valientes en batalla! Jonatán yace muerto en tus alturas. ¡Cuánto sufro por ti, Jonatán, pues te quería como a un hermano! Más preciosa fue para mí tu amistad que el amor de las mujeres. »¡Cómo han caído los valientes! ¡Las armas de guerra han perecido!».
2 Samuel 1:1-27 Traducción en Lenguaje Actual (TLA)
Después de que Saúl murió, David peleó contra los amalecitas y los derrotó. Entonces regresó a Siclag y se quedó allí dos días. Al tercer día, llegó a Siclag uno de los soldados de Saúl. Venía con la ropa toda rota y con ceniza en la cabeza, lo que demostraba que venía muy triste. Cuando llegó ante David, se inclinó hasta tocar el suelo en señal de respeto. David le preguntó: —¿De dónde vienes? Y el soldado le contestó: —Me escapé del campo de batalla, donde peleaban los israelitas. —¿Y qué pasó allí? —volvió a preguntar David. El soldado respondió: —El ejército israelita perdió la batalla. Muchos de nosotros escapamos, y muchos otros murieron. También murieron Saúl y su hijo Jonatán. David insistió en preguntar: —¿Y cómo sabes que Saúl y Jonatán murieron? Y el soldado le respondió: —Yo estaba en el cerro de Guilboa, y vi cuando Saúl se lanzó sobre su espada. Saúl vio que se acercaban los filisteos con sus carros de guerra y su caballería, me llamó y yo me puse a sus órdenes. »Saúl me preguntó: “¿Quién eres?”, y yo le respondí: “Soy un amalecita”. Entonces me ordenó: “Ven, acércate a mí, y mátame. Estoy agonizando, pero no me puedo morir”. »Yo lo ayudé a morir porque me di cuenta que de todos modos no iba a vivir. Luego le quité la corona y el brazalete que tenía en el brazo, y aquí los tiene usted, mi señor. Una vez más, David le preguntó: —¿De dónde dices que eres? Él respondió: —Soy hijo de un amalecita que vino a vivir en Israel. Entonces David le dijo: —¿Y cómo te atreviste a matar a quien Dios eligió como rey de su pueblo? Tú mismo reconoces tu culpa al decir: “Yo maté al elegido de Dios”. Enseguida le ordenó David a uno de sus oficiales que matara al amalecita, y el oficial lo mató. Después de eso, David y sus hombres rompieron su ropa para mostrar su tristeza por la muerte de Saúl y Jonatán, y se echaron a llorar. Luego ayunaron y estuvieron muy tristes, pues también habían muerto muchos soldados israelitas. David entonó un canto para expresar su tristeza por la muerte de Saúl y Jonatán, y ordenó que ese canto se le enseñara a toda la gente de Judá. Ese canto aparece en el libro del Justo, y dice así: «¡Pobre Israel! ¡Los valientes que eran tu orgullo cayeron muertos en las montañas! »¡No se lo digan a nadie en Gat, ni lo cuenten por las calles de Ascalón! ¡Que no se alegren las ciudades filisteas, ni haga fiesta esa gente idólatra! »¡Que nunca más vuelva a llover en los campos y colinas de Guilboa! ¡Fue allí donde se burlaron de los escudos de los valientes! ¡Fue allí donde perdió su brillo el escudo de Saúl! »¡Tanto las flechas de Jonatán como la espada de Saúl siempre estaban empapadas de sangre! ¡Siempre se clavaban en la grasa de sus enemigos más valientes! »¡Saúl y Jonatán, mis amigos más queridos! ¡Más rápidos que las águilas, y más fuertes que los leones! ¡Juntos disfrutaron de la vida! ¡Juntos sufrieron la muerte! »¡Mujeres de Israel, lloren por Saúl, que las vestía con grandes lujos y las cubría con adornos de oro! »¿Cómo pudieron los valientes perder la vida en la batalla? ¡Jonatán ha caído muerto en lo alto de la montaña! »¡Qué triste estoy por ti, Jonatán! ¡Yo te quería más que a un hermano! ¡Mi cariño por ti fue mayor que mi amor por las mujeres! »¿Cómo pudieron los valientes perder la vida en la batalla?»
2 Samuel 1:1-27 Reina Valera Contemporánea (RVC)
David volvió de haber derrotado a los amalecitas y se quedó dos días en Siclag. Esto sucedió después de la muerte de Saúl. Al tercer día, llegó un soldado que venía del campamento de Saúl. Iba con los vestidos desgarrados y la cabeza llena de tierra. Al ver a David, se arrodilló hasta el suelo e hizo una reverencia. Y David le preguntó: «¿De dónde vienes?» Y aquel soldado respondió: «Vengo del campamento de Israel, de donde me escapé.» David le preguntó entonces: «¿Qué ha pasado? Te ruego que me lo digas.» Y el soldado respondió: «El ejército israelita fue vencido, y huyó. Muchos soldados cayeron muertos, y entre ellos estaban Saúl y su hijo Jonatán.» Y David volvió a preguntar: «¿Y cómo sabes que murieron Saúl y Jonatán?» El soldado respondió: «Por casualidad fui al monte Gilboa, y allí vi a Saúl apoyado sobre la punta de su espada, dispuesto a matarse. También vi que se acercaban carros de guerra y gente de caballería, que venían persiguiéndolo. Cuando él volvió la vista, me vio y me llamó. Yo me acerqué, y él me preguntó quién era yo, y le respondí que era amalecita. Entonces él me dijo: “Te ruego que me mates, porque siento que me domina una gran angustia.” Yo me acerqué y le ayudé a bien morir, porque me di cuenta que ya no viviría después de esas heridas; luego le quité la corona y el brazalete que llevaba en el brazo, para traértelas a ti, mi señor.» Entonces David se rasgó la ropa, y lo mismo hicieron los hombres que lo acompañaban. Y todos lloraron y lamentaron lo sucedido a Saúl y Jonatán, y ayunaron hasta el anochecer por ellos y por la derrota de Israel, pueblo de Dios. Luego, David le preguntó al soldado que le había llevado las noticias: «¿Tú de dónde eres?» Y aquel respondió: «Soy amalecita, hijo de un extranjero.» Y David le dijo: «¿Y cómo es que no tuviste miedo de usar tu fuerza para matar al ungido del Señor?» Dicho esto, le ordenó a uno de sus soldados: «Ven y mátalo.» Y el soldado fue y lo mató, mientras David decía: «Tú eres el culpable de tu propia muerte, pues confesaste haber matado al ungido del Señor.» Y David entonó este lamento en memoria de Saúl y Jonatán, y ordenó que lo aprendieran los descendientes de Judá. Este lamento se halla escrito en el libro de Jaser. ¡Cómo han perecido los valientes! ¡Tu gloria, Israel, ha perecido en las montañas! ¡Que no lo sepan en Gat, ni lo anuncien en las plazas de Ascalón! ¡Que no se alegren las filisteas, ni salten de gozo las hijas de incircuncisos! ¡Que no caiga sobre ustedes, montes de Gilboa, ni rocío ni lluvias que fertilicen tus campos! Porque allí cayó el valiente Saúl con su escudo, como si no hubiera sido ungido como rey. Nunca Jonatán retrocedió con su arco, sus flechas daban en el blanco. Nunca Saúl rehuyó el ataque, su espada atravesó a sus enemigos. ¡Querido Saúl! ¡Amado Jonatán! ¡Inseparables en su vida; unidos en su muerte! ¡Eran más ligeros que las águilas y más fuertes que los leones! ¡Lloren por Saúl, mujeres de Israel! ¡Él las cubría con finos vestidos de escarlata, y las adornaba con joyas de oro! ¡Cómo han perecido los valientes en batalla! ¡Murió Jonatán en las altas montañas! ¡Cuánto me angustia tu muerte, mi hermano Jonatán! ¡Dulce y maravillosa fue para mí tu amistad! ¡Tu amor superó al amor de las mujeres! ¡Cómo han perecido los valientes! ¡Han quedado destrozadas las armas de guerra!
2 Samuel 1:1-27 Biblia Dios Habla Hoy (DHH94I)
Después de la muerte de Saúl, David volvió a Siclag tras haber derrotado a los amalecitas, y allí se quedó dos días. Pero al tercer día llegó del campamento de Saúl un hombre que traía la ropa rasgada y la cabeza cubierta de tierra en señal de dolor. Cuando llegó ante David, se inclinó hasta el suelo en señal de reverencia. David le preguntó: —¿De dónde vienes? —He logrado escapar del campamento israelita —respondió aquel hombre. —¿Pues qué ha ocurrido? ¡Dímelo, por favor! —exigió David. —Pues que el ejército huyó del combate, y que muchos de ellos murieron —contestó aquel hombre—. ¡Y también murieron Saúl y su hijo Jonatán! —¿Y cómo sabes que Saúl y su hijo Jonatán han muerto? —preguntó David al criado que le había traído la noticia. Este respondió: —Pues de pura casualidad estaba yo en el monte Guilboa, y vi a Saúl apoyándose en su lanza y a los carros de combate y la caballería enemiga a punto de alcanzarlo. En ese momento él miró hacia atrás, y al verme me llamó. Yo me puse a sus órdenes. Luego me preguntó quién era yo, y yo le respondí que era amalecita. Entonces me pidió que me acercara a él y lo matara de una vez, porque ya había entrado en agonía y, sin embargo, todavía estaba vivo. Así que me acerqué a él y lo maté, porque me di cuenta de que no podría vivir después de su caída. Luego le quité la corona de su cabeza y el brazalete que tenía en el brazo, para traérselos a usted, mi señor. Entonces David y los que lo acompañaban se rasgaron la ropa en señal de dolor, y lloraron y lamentaron la muerte de Saúl y de su hijo Jonatán, lo mismo que la derrota que habían sufrido los israelitas, el ejército del Señor, y ayunaron hasta el atardecer. Después David le preguntó al joven que le había traído la noticia: —¿Tú de dónde eres? —Soy extranjero, un amalecita —contestó él. —¿Y cómo es que te atreviste a levantar tu mano contra el rey escogido por el Señor? —exclamó David, y llamando a uno de sus hombres, le ordenó: —¡Anda, mátalo! Y él hirió mortalmente al amalecita y lo mató, mientras David decía: —Tú eres responsable de tu propia muerte, pues tú mismo te declaraste culpable al confesar que habías matado al rey escogido por el Señor. David entonó este lamento por la muerte de Saúl y de su hijo Jonatán, y ordenó que se le enseñara a la gente de Judá. Este lamento se halla escrito en el Libro del Justo: «¡Oh, Israel, herida fue tu gloria en tus montañas! ¡Cómo han caído los valientes! No lo anuncien en Gat ni lo cuenten en las calles de Ascalón, para que no se alegren las mujeres filisteas, para que no salten de gozo esas paganas. »¡Que no caiga más sobre ustedes lluvia ni rocío, montes de Guilboa, pues son campos de muerte! Allí fueron pisoteados los escudos de los héroes. Allí perdió su brillo el escudo de Saúl. »Jamás Saúl y Jonatán volvieron sin haber empapado espada y flechas en la sangre y la grasa de los guerreros más valientes. »Saúl y Jonatán, amados y queridos, ni en su vida ni en su muerte estuvieron separados. ¡Más veloces eran que las águilas! ¡Más fuertes que los leones! »¡Hijas de Israel, lloren por Saúl, que las vestía de púrpura y lino fino, que las adornaba con brocados de oro! ¡Cómo han caído los valientes en el campo de batalla! ¡Jonatán ha sido muerto en lo alto de tus montes! »¡Angustiado estoy por ti, Jonatán, hermano mío! ¡Con cuánta dulzura me trataste! Para mí tu cariño superó al amor de las mujeres. ¡Cómo han caído los valientes! ¡Las armas han sido destruidas!»
2 Samuel 1:1-27 Biblia Reina Valera 1960 (RVR1960)
Aconteció después de la muerte de Saúl, que vuelto David de la derrota de los amalecitas, estuvo dos días en Siclag. Al tercer día, sucedió que vino uno del campamento de Saúl, rotos sus vestidos, y tierra sobre su cabeza; y llegando a David, se postró en tierra e hizo reverencia. Y le preguntó David: ¿De dónde vienes? Y él respondió: Me he escapado del campamento de Israel. David le dijo: ¿Qué ha acontecido? Te ruego que me lo digas. Y él respondió: El pueblo huyó de la batalla, y también muchos del pueblo cayeron y son muertos; también Saúl y Jonatán su hijo murieron. Dijo David a aquel joven que le daba las nuevas: ¿Cómo sabes que han muerto Saúl y Jonatán su hijo? El joven que le daba las nuevas respondió: Casualmente vine al monte de Gilboa, y hallé a Saúl que se apoyaba sobre su lanza, y venían tras él carros y gente de a caballo. Y mirando él hacia atrás, me vio y me llamó; y yo dije: Heme aquí. Y me preguntó: ¿Quién eres tú? Y yo le respondí: Soy amalecita. Él me volvió a decir: Te ruego que te pongas sobre mí y me mates, porque se ha apoderado de mí la angustia; pues mi vida está aún toda en mí. Yo entonces me puse sobre él y le maté, porque sabía que no podía vivir después de su caída; y tomé la corona que tenía en su cabeza, y la argolla que traía en su brazo, y las he traído acá a mi señor. Entonces David, asiendo de sus vestidos, los rasgó; y lo mismo hicieron los hombres que estaban con él. Y lloraron y lamentaron y ayunaron hasta la noche, por Saúl y por Jonatán su hijo, por el pueblo de Jehová y por la casa de Israel, porque habían caído a filo de espada. Y David dijo a aquel joven que le había traído las nuevas: ¿De dónde eres tú? Y él respondió: Yo soy hijo de un extranjero, amalecita. Y le dijo David: ¿Cómo no tuviste temor de extender tu mano para matar al ungido de Jehová? Entonces llamó David a uno de sus hombres, y le dijo: Ve y mátalo. Y él lo hirió, y murió. Y David le dijo: Tu sangre sea sobre tu cabeza, pues tu misma boca atestiguó contra ti, diciendo: Yo maté al ungido de Jehová. Y endechó David a Saúl y a Jonatán su hijo con esta endecha, y dijo que debía enseñarse a los hijos de Judá. He aquí que está escrito en el libro de Jaser. ¡Ha perecido la gloria de Israel sobre tus alturas! ¡Cómo han caído los valientes! No lo anunciéis en Gat, Ni deis las nuevas en las plazas de Ascalón; Para que no se alegren las hijas de los filisteos, Para que no salten de gozo las hijas de los incircuncisos. Montes de Gilboa, Ni rocío ni lluvia caiga sobre vosotros, ni seáis tierras de ofrendas; Porque allí fue desechado el escudo de los valientes, El escudo de Saúl, como si no hubiera sido ungido con aceite. Sin sangre de los muertos, sin grosura de los valientes, El arco de Jonatán no volvía atrás, Ni la espada de Saúl volvió vacía. Saúl y Jonatán, amados y queridos; Inseparables en su vida, tampoco en su muerte fueron separados; Más ligeros eran que águilas, Más fuertes que leones. Hijas de Israel, llorad por Saúl, Quien os vestía de escarlata con deleites, Quien adornaba vuestras ropas con ornamentos de oro. ¡Cómo han caído los valientes en medio de la batalla! ¡Jonatán, muerto en tus alturas! Angustia tengo por ti, hermano mío Jonatán, Que me fuiste muy dulce. Más maravilloso me fue tu amor Que el amor de las mujeres. ¡Cómo han caído los valientes, Han perecido las armas de guerra!
2 Samuel 1:1-27 La Biblia de las Américas (LBLA)
Sucedió que después de la muerte de Saúl, habiendo regresado David de la derrota de los amalecitas, David permaneció dos días en Siclag. Y al tercer día, he aquí, un hombre llegó del campamento de Saúl con sus ropas rasgadas y polvo sobre su cabeza, y al llegar ante David, cayó en tierra y se postró. Y David le dijo: ¿De dónde vienes? Y él le respondió: Me he escapado del campamento de Israel. David le preguntó: ¿Qué aconteció? Te ruego que me lo digas. Y él respondió: El pueblo ha huido de la batalla, y también muchos del pueblo han caído y han muerto; también Saúl y su hijo Jonatán han muerto. Dijo David al joven que se lo había contado: ¿Cómo sabes que Saúl y su hijo Jonatán han muerto? El joven que se lo había contado, dijo: Yo estaba por casualidad en el monte Gilboa, y he aquí, Saúl estaba apoyado sobre su lanza. Y he aquí que los carros y los jinetes lo perseguían de cerca. Al mirar él hacia atrás, me vio y me llamó. Y dije: «Heme aquí». Y él me dijo: «¿Quién eres?». Y le respondí: «Soy amalecita». Entonces él me dijo: «Te ruego que te pongas junto a mí y me mates, pues la agonía se ha apoderado de mí, porque todavía estoy con vida». Me puse, pues, junto a él y lo maté, porque yo sabía que él no podía vivir después de haber caído. Tomé la corona que estaba en su cabeza y la pulsera que estaba en su brazo, y los he traído aquí a mi señor. Entonces David agarró sus ropas y las rasgó, y así hicieron también todos los hombres que estaban con él. Y se lamentaron y lloraron y ayunaron hasta el atardecer por Saúl y por su hijo Jonatán, por el pueblo del SEÑOR y por la casa de Israel, porque habían caído a espada. Dijo David al joven que se lo había contado: ¿De dónde eres? Y él respondió: Soy hijo de un extranjero, un amalecita. Y David le dijo: ¿Cómo es que no tuviste temor de extender tu mano para destruir al ungido del SEÑOR? Llamando David a uno de los jóvenes, le dijo: Ve, mátalo. Y él lo hirió, y murió. Y David le dijo: Tu sangre sea sobre tu cabeza, porque tu boca ha testificado contra ti, al decir: «Yo he matado al ungido del SEÑOR». David entonó esta elegía por Saúl y por su hijo Jonatán, y ordenó que enseñaran a los hijos de Judá el cántico del arco; he aquí, está escrito en el libro de Jaser. Tu hermosura, oh Israel, ha perecido sobre tus montes. ¡Cómo han caído los valientes! No lo anunciéis en Gat, no lo proclaméis en las calles de Ascalón; para que no se regocijen las hijas de los filisteos, para que no se alegren las hijas de los incircuncisos. Oh montes de Gilboa, no haya sobre vosotros rocío ni lluvia, ni campos de ofrendas; porque allí fue deshonrado el escudo de los valientes, el escudo de Saúl, no ungido con aceite. De la sangre de los muertos, de la grosura de los poderosos, el arco de Jonatán no volvía atrás, y la espada de Saúl no volvía vacía. Saúl y Jonatán, amados y amables en su vida, y en su muerte no fueron separados; más ligeros eran que águilas, más fuertes que leones. Hijas de Israel, llorad por Saúl, que os vestía lujosamente de escarlata, que ponía adornos de oro en vuestros vestidos. ¡Cómo han caído los valientes en medio de la batalla! Jonatán, muerto en tus alturas. Estoy afligido por ti, Jonatán, hermano mío; tú me has sido muy estimado. Tu amor fue para mí más maravilloso que el amor de las mujeres. ¡Cómo han caído los valientes, y perecido las armas de guerra!
2 Samuel 1:1-27 Nueva Traducción Viviente (NTV)
Después de la muerte de Saúl, David regresó de su victoria sobre los amalecitas y pasó dos días en Siclag. Al tercer día llegó un hombre del campamento del ejército de Saúl con sus ropas rasgadas y polvo sobre la cabeza en señal de duelo. El hombre cayó al suelo y se postró delante de David con profundo respeto. —¿De dónde vienes? —le preguntó David. —Me escapé del campamento israelita —le respondió el hombre. —¿Qué sucedió? —preguntó David—. Cuéntame lo que pasó en la batalla. —Todo nuestro ejército huyó de la batalla —le contó—. Murieron muchos hombres. Saúl y su hijo Jonatán también están muertos. —¿Cómo sabes que Saúl y Jonatán están muertos? —le insistió David al joven. El hombre respondió: —Sucedió que yo estaba en el monte Gilboa, y allí estaba Saúl apoyado en su lanza mientras se acercaban los enemigos en sus carros de guerra. Cuando se dio vuelta y me vio, me gritó que me acercara a él. “¿Qué quiere que haga?”, le pregunté y él me contestó: “¿Quién eres?”. Le respondí: “Soy un amalecita”. Entonces me suplicó: “Ven aquí y sácame de mi sufrimiento, porque el dolor es terrible y quiero morir”. »De modo que lo maté —dijo el amalecita a David—, porque me di cuenta de que no iba a vivir. Luego tomé su corona y su brazalete y se los he traído a usted, mi señor. Al escuchar las noticias, David y sus hombres rasgaron sus ropas en señal de dolor. Hicieron duelo, lloraron y ayunaron todo el día por Saúl y su hijo Jonatán, también por el ejército del SEÑOR y por la nación de Israel, porque ese día habían muerto a espada. Luego David le dijo al joven que trajo la noticia: —¿De dónde eres? —Soy un extranjero —contestó—, un amalecita que vive en su tierra. —¿Y cómo no tuviste temor de matar al ungido del SEÑOR? —le preguntó David. Entonces le ordenó a uno de sus hombres: —¡Mátalo! Enseguida el hombre le clavó su espada al amalecita y lo mató, y David dijo: —Te condenaste a ti mismo al confesar que mataste al ungido del SEÑOR. David compuso un canto fúnebre por Saúl y Jonatán, y ordenó que se lo enseñaran al pueblo de Judá. Es conocido como el Cántico del arco y está registrado en El libro de Jaser: ¡Oh Israel, tu orgullo y tu alegría yacen muertos en las colinas! ¡Oh, cómo han caído los héroes poderosos! No lo anuncien en Gat, ni lo proclamen en las calles de Ascalón, o las hijas de los filisteos se alegrarán y los paganos se reirán con aires de triunfo. Oh montes de Gilboa, que no caiga sobre ustedes lluvia ni rocío, ni haya campos fructíferos que produzcan ofrendas de grano. Pues fue allí donde se contaminó el escudo de los héroes poderosos; el escudo de Saúl ya no será ungido con aceite. El arco de Jonatán era potente, y la espada de Saúl realizó su trabajo mortífero. Derramaron la sangre de sus enemigos y atravesaron a muchos héroes poderosos. ¡Cuán amados y agradables fueron Saúl y Jonatán! Estuvieron juntos en la vida y en la muerte. Eran más rápidos que águilas, más fuertes que leones. Oh mujeres de Israel, lloren por Saúl, porque él las vistió con lujosas ropas escarlatas, con prendas adornadas de oro. ¡Oh, cómo han caído los héroes poderosos en batalla! Jonatán yace muerto en las colinas. ¡Cómo lloro por ti, Jonatán, hermano mío! ¡Oh, cuánto te amaba! Tu amor por mí fue profundo, ¡más profundo que el amor de las mujeres! ¡Oh, cómo han caído los héroes poderosos! Despojados de sus armas, yacen muertos.