S. Juan 6:1-40
S. Juan 6:1-40 Nueva Versión Internacional - Español (NVI)
Algún tiempo después, Jesús se fue a la otra orilla del lago de Galilea o de Tiberíades. Y mucha gente lo seguía porque veían las señales que hacía en los enfermos. Entonces subió Jesús a una colina y se sentó con sus discípulos. Faltaba muy poco tiempo para la fiesta judía de la Pascua. Cuando Jesús alzó la vista y vio una gran multitud que venía hacia él, dijo a Felipe: —¿Dónde vamos a comprar pan para que coma esta gente? Esto lo dijo solo para ponerlo a prueba, porque él ya sabía lo que iba a hacer. —Ni con el salario de más de seis meses de trabajo podríamos comprar suficiente pan para darle un pedazo a cada uno —respondió Felipe. Otro de sus discípulos, Andrés, que era hermano de Simón Pedro, le dijo: —Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente? —Hagan que se sienten todos —ordenó Jesús. En ese lugar había mucha hierba, así que se sentaron. Los varones adultos eran como cinco mil. Jesús tomó entonces los panes, dio gracias y distribuyó a los que estaban sentados todo lo que quisieron. Lo mismo hizo con los pescados. Una vez que quedaron satisfechos, dijo a sus discípulos: —Recojan los pedazos que sobraron, para que no se desperdicie nada. Así que recogieron los pedazos que habían sobrado de los cinco panes de cebada y llenaron doce canastas. Al ver la señal milagrosa que Jesús había realizado, la gente comenzó a decir: «En verdad este es el profeta que había de venir al mundo». Pero Jesús, dándose cuenta de que querían llevárselo a la fuerza y declararlo rey, se retiró de nuevo a la montaña él solo. Cuando ya anochecía, sus discípulos bajaron al lago, subieron a una barca y comenzaron a cruzar el lago en dirección a Capernaúm. Para entonces ya había oscurecido y Jesús todavía no se les había unido. Por causa del fuerte viento que soplaba, el lago estaba agitado. Habrían remado unos cinco o seis kilómetros cuando vieron que Jesús se acercaba a la barca, caminando sobre el agua, y se asustaron. Pero él les dijo: «Soy yo. No tengan miedo». Así que se dispusieron a recibirlo a bordo y enseguida la barca llegó a la playa, lugar al que se dirigían. Al día siguiente, la multitud que estaba aún en el otro lado del lago se dio cuenta de que los discípulos habían embarcado solos. Lo supieron porque allí había estado una sola barca y Jesús no había entrado en ella con sus discípulos. Sin embargo, algunas barcas de Tiberíades se aproximaron al lugar donde la gente había comido el pan después de haber dado gracias el Señor. En cuanto la multitud se dio cuenta de que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y se fueron a Capernaúm a buscar a Jesús. Cuando lo encontraron al otro lado del lago, le preguntaron: —Rabí, ¿cuándo llegaste acá? Jesús respondió con firmeza: —Les aseguro que ustedes me buscan no porque han visto señales, sino porque comieron pan hasta llenarse. Trabajen, pero no por la comida que es perecedera, sino por la que permanece para vida eterna, la cual les dará el Hijo del hombre. Dios el Padre ha puesto sobre él su sello de aprobación. —¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras que Dios exige? —le preguntaron. —Esto es lo que Dios quiere que hagan: que crean en aquel a quien él envió —respondió Jesús. —¿Y qué señal milagrosa harás para que la veamos y te creamos? ¿Qué puedes hacer? —insistieron ellos—. Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”. —Les aseguro que no fue Moisés el que les dio a ustedes el pan del cielo —afirmó Jesús—. El que da el verdadero pan del cielo es mi Padre. El pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo. —Señor —le pidieron—, danos siempre ese pan. —Yo soy el pan de vida —declaró Jesús—. El que a mí viene nunca pasará hambre y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed. Pero como ya les dije, a pesar de que ustedes me han visto, no creen. Todos los que el Padre me da vendrán a mí; y el que a mí viene no lo rechazo. Porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la del que me envió. Y esta es la voluntad del que me envió: que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el día final. Porque la voluntad de mi Padre es que todo el que ve al Hijo y crea en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final.
S. Juan 6:1-40 Traducción en Lenguaje Actual (TLA)
Después de esto, Jesús fue al otro lado del Lago de Galilea, también conocido como lago de Tiberias. Mucha gente lo seguía, pues había visto los milagros que él hacía al sanar a los enfermos. Se acercaba la fiesta de los judíos llamada Pascua, y Jesús fue a un cerro con sus discípulos, y allí se sentó. Cuando Jesús vio que mucha gente venía hacia él, le preguntó a Felipe: —¿Dónde podemos comprar comida para tanta gente? Jesús ya sabía lo que iba a hacer, pero preguntó esto para ver qué decía su discípulo. Y Felipe respondió: —Ni trabajando doscientos días ganaría uno suficiente dinero para dar un poco de pan a tanta gente. Andrés, que era hermano de Simón Pedro, y que también era discípulo, le dijo a Jesús: —Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados. Pero eso no alcanzará para repartirlo entre todos. Jesús les dijo a sus discípulos que sentaran a la gente. Había allí unos cinco mil hombres, y todos se sentaron sobre la hierba. Jesús, entonces, tomó los panes en sus manos y oró para dar gracias a Dios. Después, los repartió entre toda la gente, e hizo lo mismo con los pescados. Todos comieron cuanto quisieron. Una vez que todos comieron y quedaron satisfechos, Jesús les dijo a sus discípulos: «Recojan lo que sobró, para que no se desperdicie nada.» Ellos obedecieron, y con lo que sobró llenaron doce canastos. Cuando todos vieron este milagro, dijeron: «De veras este es el profeta que tenía que venir al mundo.» Jesús se dio cuenta de que la gente quería llevárselo a la fuerza para hacerlo su rey. Por eso se fue a lo alto del cerro, para estar solo. Al anochecer los discípulos de Jesús subieron a una barca, y comenzaron a cruzar el lago para ir al pueblo de Cafarnaúm. Ya había oscurecido totalmente, y Jesús todavía no había regresado. De pronto empezó a soplar un fuerte viento, y las olas se hicieron cada vez más grandes. Los discípulos ya habían navegado cinco o seis kilómetros, cuando vieron a Jesús caminar sobre el agua. Como Jesús se acercaba cada vez más a la barca, tuvieron miedo. Pero él les dijo: «¡Soy yo! ¡No tengan miedo!» Los discípulos querían que Jesús subiera a la barca, pero muy pronto la barca llegó al lugar adonde iban. Al día siguiente, la gente que estaba al otro lado del lago se enteró de que los discípulos se habían ido en la única barca que había, y de que Jesús no se había ido con ellos. Otras barcas llegaron de la ciudad de Tiberias, y se detuvieron cerca del lugar donde el Señor Jesús había dado gracias por el pan con que alimentó a la gente. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos venían en esas barcas, decidió ir a buscarlo. Entonces subió a las barcas y cruzó el lago en dirección a Cafarnaúm. La gente encontró a Jesús al otro lado del lago, y le preguntó: —Maestro, ¿cuándo llegaste? Jesús respondió: —Francamente, ustedes me buscan porque comieron hasta quedar satisfechos, y no por haber entendido los milagros que hice. No se preocupen tanto por la comida que se acaba, sino por la comida que dura y que da vida eterna. Esa es la comida que yo, el Hijo del hombre, les daré, y ya Dios mi Padre les ha mostrado que yo tengo autoridad. La gente le preguntó: —¿Qué es lo que Dios quiere que hagamos? Jesús respondió: —Lo único que Dios quiere es que crean en mí, que soy a quien él envió. Entonces le preguntaron: —¿Qué milagro harás para que te creamos? ¡Danos una prueba! Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto. Según la Biblia, el maná es el pan del cielo. Jesús les contestó: —Les aseguro que no fue Moisés quien les dio el verdadero pan del cielo, sino Dios mi Padre. El pan que da vida es el que Dios ha enviado desde el cielo. Entonces la gente le dijo: —Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les dijo: —Yo soy el pan que da vida. El que confía en mí nunca más volverá a tener hambre; el que cree en mí, nunca más volverá a tener sed. Como les dije, ustedes todavía no creen en mí, a pesar de que han podido verme. Todos los que mi Padre ha elegido para que sean mis seguidores vendrán a buscarme; y cuando vengan, yo no los rechazaré. »No bajé del cielo para hacer lo que yo quiera, sino para obedecer a Dios mi Padre, pues él fue quien me envió. Y mi Padre quiere estar seguro de que no se perderá ninguno de los que él eligió para ser mis seguidores. Cuando llegue el fin del mundo, haré que mis seguidores que hayan muerto vuelvan a vivir. Porque mi Padre quiere que todos los que me ven y creen en mí, que soy su Hijo, tengan vida eterna.
S. Juan 6:1-40 Reina Valera Contemporánea (RVC)
Después de esto, Jesús se dirigió al otro lado del lago de Galilea, el lago de Tiberias. Y una gran multitud lo seguía, porque veía las señales que hacía en los enfermos. Entonces Jesús subió a un monte, y se sentó allí con sus discípulos. Ya estaba cerca la pascua, la fiesta de los judíos. Cuando Jesús alzó la vista y vio que una gran multitud se acercaba a él, le dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan, para que estos coman?» Pero decía esto para ponerlo a prueba, pues él ya sabía lo que estaba por hacer. Felipe le respondió: «Ni doscientos días de sueldo bastarían para que cada uno de ellos recibiera un poco de pan.» Andrés, que era hermano de Simón Pedro y uno de sus discípulos, le dijo: «Aquí está un niño, que tiene cinco panes de cebada y dos pescados pequeños; pero ¿qué es esto para tanta gente?» Entonces Jesús dijo: «Hagan que la gente se recueste.» Había mucha hierba en aquel lugar, y se recostaron como cinco mil hombres. Jesús tomó aquellos panes, y luego de dar gracias los repartió entre los discípulos, y los discípulos entre los que estaban recostados. Esto mismo hizo con los pescados, y les dio cuanto querían. Cuando quedaron saciados, les dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada.» Entonces ellos recogieron los pedazos que de los cinco panes de cebada les sobraron a los que habían comido, y con ellos llenaron doce cestas. Al ver aquellos hombres la señal que Jesús había hecho, dijeron: «Verdaderamente, este es el profeta que había de venir al mundo.» Cuando Jesús se dio cuenta de que iban a venir para apoderarse de él y hacerlo rey, volvió a retirarse al monte él solo. Al anochecer sus discípulos bajaron al lago, y en una barca comenzaron a cruzar el lago hacia Cafarnaún. Ya estaba oscuro, y Jesús no había venido a reunirse con ellos. Y el lago se agitaba con un gran viento que soplaba. Habrían remado unos cinco kilómetros cuando vieron a Jesús caminar sobre el lago y acercarse a la barca. Y tuvieron miedo. Pero él les dijo: «Yo soy; no teman.» Entonces ellos gustosamente lo recibieron en la barca, y esta llegó enseguida a la tierra adonde iban. Al día siguiente, la gente que estaba al otro lado del lago vio que allí no había habido más que una sola barca, y que Jesús no había entrado en ella con sus discípulos, sino que estos se habían ido solos. Pero otras barcas habían arribado de Tiberias, cerca del lugar donde habían comido el pan después de haber dado gracias al Señor. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, entraron en las barcas y fueron a Cafarnaún, para buscar a Jesús. Cuando lo hallaron al otro lado del lago, le dijeron: «Rabí, ¿cuándo llegaste acá?» Jesús les respondió: «De cierto, de cierto les digo que ustedes no me buscan por haber visto señales, sino porque comieron el pan y quedaron satisfechos. Trabajen, pero no por la comida que perece, sino por la comida que permanece para vida eterna, la cual el Hijo del Hombre les dará; porque a este señaló Dios el Padre.» Entonces le dijeron: «¿Y qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?» Jesús les respondió: «Esta es la obra de Dios: que crean en aquel que él ha enviado.» Le dijeron entonces: «Pero ¿qué señal haces tú, para que veamos y te creamos? ¿Qué es lo que haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, tal y como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer.”» Y Jesús les dijo: «De cierto, de cierto les digo, que no fue Moisés quien les dio el pan del cielo, sino que es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. Y el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo.» Le dijeron: «Señor, danos siempre este pan.» Jesús les dijo: «Yo soy el pan de vida. El que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. Pero yo les he dicho que, aunque me han visto, no creen. Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no lo echo fuera. Porque no he descendido del cielo para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del que me envió: Que de todo lo que él me dio, yo no pierda nada, sino que lo resucite en el día final. Y esta es la voluntad de mi Padre: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo lo resucitaré en el día final.»
S. Juan 6:1-40 Biblia Dios Habla Hoy (DHH94I)
Después de esto, Jesús se fue al otro lado del Lago de Galilea, que es el mismo Lago de Tiberias. Mucha gente lo seguía, porque habían visto las señales milagrosas que hacía sanando a los enfermos. Entonces Jesús subió a un monte, y se sentó con sus discípulos. Ya estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Cuando Jesús miró y vio la mucha gente que lo seguía, le dijo a Felipe: —¿Dónde vamos a comprar pan para toda esta gente? Pero lo dijo por ver qué contestaría Felipe, porque Jesús mismo sabía bien lo que había de hacer. Felipe le respondió: —Ni siquiera el salario de doscientos días bastaría para comprar el pan suficiente para que cada uno recibiera un poco. Entonces Andrés, que era otro de sus discípulos y hermano de Simón Pedro, le dijo: —Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados; pero, ¿qué es esto para tanta gente? Jesús respondió: —Díganles a todos que se sienten. Había mucha hierba en aquel lugar, y se sentaron. Eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó en sus manos los panes y, después de dar gracias a Dios, los repartió entre los que estaban sentados. Hizo lo mismo con los pescados, dándoles todo lo que querían. Cuando ya estuvieron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: —Recojan los pedazos sobrantes, para que no se desperdicie nada. Ellos los recogieron, y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada. La gente, al ver esta señal milagrosa hecha por Jesús, decía: —De veras este es el profeta que había de venir al mundo. Pero como Jesús se dio cuenta de que querían llevárselo a la fuerza para hacerlo rey, se retiró otra vez a lo alto del cerro, para estar solo. Al llegar la noche, los discípulos de Jesús bajaron al lago, subieron a una barca y comenzaron a cruzar el lago para llegar a Cafarnaúm. Ya estaba completamente oscuro, y Jesús no había regresado todavía. En esto, el lago se alborotó a causa de un fuerte viento que se había levantado. Cuando ya habían avanzado unos cinco o seis kilómetros, vieron a Jesús, que se acercaba a la barca caminando sobre el agua, y tuvieron miedo. Él les dijo: —¡Soy yo, no tengan miedo! Con gusto lo recibieron en la barca, y en un momento llegaron a la tierra adonde iban. Al día siguiente, la gente que estaba al otro lado del lago se dio cuenta de que los discípulos se habían ido en la única barca que allí había, y que Jesús no iba con ellos. Mientras tanto, otras barcas llegaron de la ciudad de Tiberias a un lugar cerca de donde habían comido el pan después que el Señor dio gracias. Así que, al ver que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, la gente subió también a las barcas y se dirigió a Cafarnaúm, a buscarlo. Al llegar ellos al otro lado del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron: —Maestro, ¿cuándo viniste acá? Jesús les dijo: —Les aseguro que ustedes me buscan porque comieron hasta llenarse, y no porque hayan entendido las señales milagrosas. No trabajen por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y que les da vida eterna. Esta es la comida que les dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él. Le preguntaron: —¿Qué debemos hacer para realizar las obras que Dios quiere que hagamos? Jesús les contestó: —La única obra que Dios quiere es que crean en aquel que él ha enviado. Le preguntaron entonces: —¿Qué señal puedes darnos, para que al verla te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: “Les dio a comer pan del cielo.” Jesús les contestó: —Les aseguro que no fue Moisés quien les dio a ustedes el pan del cielo, sino que mi Padre es quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan que Dios da es el que ha bajado del cielo y da vida al mundo. Ellos le pidieron: —Señor, danos siempre ese pan. Y Jesús les dijo: —Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca tendrá hambre; y el que cree en mí, nunca tendrá sed. Pero como ya les dije, ustedes no creen aunque me han visto. Todos los que el Padre me da, vienen a mí; y a los que vienen a mí, no los echaré fuera. Porque yo no he bajado del cielo para hacer mi propia voluntad, sino para hacer la voluntad de mi Padre, que me ha enviado. Y la voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda a ninguno de los que me ha dado, sino que los resucite en el día último. Porque la voluntad de mi Padre es que todos los que miran al Hijo de Dios y creen en él, tengan vida eterna; y yo los resucitaré en el día último.
S. Juan 6:1-40 Biblia Reina Valera 1960 (RVR1960)
Después de esto, Jesús fue al otro lado del mar de Galilea, el de Tiberias. Y le seguía gran multitud, porque veían las señales que hacía en los enfermos. Entonces subió Jesús a un monte, y se sentó allí con sus discípulos. Y estaba cerca la pascua, la fiesta de los judíos. Cuando alzó Jesús los ojos, y vio que había venido a él gran multitud, dijo a Felipe: ¿De dónde compraremos pan para que coman estos? Pero esto decía para probarle; porque él sabía lo que había de hacer. Felipe le respondió: Doscientos denarios de pan no bastarían para que cada uno de ellos tomase un poco. Uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dijo: Aquí está un muchacho, que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; mas ¿qué es esto para tantos? Entonces Jesús dijo: Haced recostar la gente. Y había mucha hierba en aquel lugar; y se recostaron como en número de cinco mil varones. Y tomó Jesús aquellos panes, y habiendo dado gracias, los repartió entre los discípulos, y los discípulos entre los que estaban recostados; asimismo de los peces, cuanto querían. Y cuando se hubieron saciado, dijo a sus discípulos: Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada. Recogieron, pues, y llenaron doce cestas de pedazos, que de los cinco panes de cebada sobraron a los que habían comido. Aquellos hombres entonces, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo. Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo. Al anochecer, descendieron sus discípulos al mar, y entrando en una barca, iban cruzando el mar hacia Capernaum. Estaba ya oscuro, y Jesús no había venido a ellos. Y se levantaba el mar con un gran viento que soplaba. Cuando habían remado como veinticinco o treinta estadios, vieron a Jesús que andaba sobre el mar y se acercaba a la barca; y tuvieron miedo. Mas él les dijo: Yo soy; no temáis. Ellos entonces con gusto le recibieron en la barca, la cual llegó en seguida a la tierra adonde iban. El día siguiente, la gente que estaba al otro lado del mar vio que no había habido allí más que una sola barca, y que Jesús no había entrado en ella con sus discípulos, sino que estos se habían ido solos. Pero otras barcas habían arribado de Tiberias junto al lugar donde habían comido el pan después de haber dado gracias el Señor. Cuando vio, pues, la gente que Jesús no estaba allí, ni sus discípulos, entraron en las barcas y fueron a Capernaum, buscando a Jesús. Y hallándole al otro lado del mar, le dijeron: Rabí, ¿cuándo llegaste acá? Respondió Jesús y les dijo: De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a este señaló Dios el Padre. Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado. Le dijeron entonces: ¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obra haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a comer. Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo. Le dijeron: Señor, danos siempre este pan. Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. Mas os he dicho, que aunque me habéis visto, no creéis. Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.
S. Juan 6:1-40 La Biblia de las Américas (LBLA)
Después de esto, Jesús se fue al otro lado del mar de Galilea, el de Tiberias. Y le seguía una gran multitud, pues veían las señales que realizaba en los enfermos. Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos. Y estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Entonces Jesús, alzando los ojos y viendo que una gran multitud venía hacia Él, dijo* a Felipe: ¿Dónde compraremos pan para que coman estos? Pero decía esto para probarlo, porque Él sabía lo que iba a hacer. Felipe le respondió: Doscientos denarios de pan no les bastarán para que cada uno reciba un pedazo. Uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, dijo* a Jesús: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados; pero ¿qué es esto para tantos? Jesús dijo: Haced que la gente se recueste. Y había mucha hierba en aquel lugar. Así que los hombres se recostaron, en número de unos cinco mil. Entonces Jesús tomó los panes, y habiendo dado gracias, los repartió a los que estaban recostados; y lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que querían. Cuando se saciaron, dijo* a sus discípulos: Recoged los pedazos que sobran, para que no se pierda nada. Los recogieron, pues, y llenaron doce cestas con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver la señal que Jesús había hecho, decía: Verdaderamente este es el Profeta que había de venir al mundo. Por lo que Jesús, dándose cuenta de que iban a venir y llevárselo por la fuerza para hacerle rey, se retiró otra vez al monte Él solo. Al atardecer, sus discípulos descendieron al mar, y subiendo en una barca, se dirigían al otro lado del mar, hacia Capernaúm. Ya había oscurecido, y Jesús todavía no había venido a ellos; y el mar estaba agitado porque soplaba un fuerte viento. Cuando habían remado unos veinticinco o treinta estadios, vieron* a Jesús caminando sobre el mar y acercándose a la barca; y se asustaron. Pero Él les dijo*: Soy yo; no temáis. Entonces ellos querían recibirle en la barca, e inmediatamente la barca llegó a la tierra adonde iban. Al día siguiente, la multitud que había quedado al otro lado del mar se dio cuenta de que allí no había más que una barca, y que Jesús no había entrado en ella con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían ido solos. Vinieron otras barcas de Tiberias cerca del lugar donde habían comido el pan después de que el Señor había dado gracias. Por tanto, cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y se fueron a Capernaúm buscando a Jesús. Cuando le hallaron al otro lado del mar, le dijeron: Rabí, ¿cuándo llegaste acá? Jesús les respondió y dijo: En verdad, en verdad os digo: me buscáis, no porque hayáis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el cual el Hijo del Hombre os dará, porque a este es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello. Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios: que creáis en el que Él ha enviado. Le dijeron entonces: ¿Qué, pues, haces tú como señal para que veamos y te creamos? ¿Qué obra haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: «LES DIO A COMER PAN DEL CIELO». Entonces Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: no es Moisés el que os ha dado el pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es elque baja del cielo, y da vida al mundo. Entonces le dijeron: Señor, danos siempre este pan. Jesús les dijo: Yo soy el pan de la vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed. Pero ya os dije que aunque me habéis visto, no creéis. Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que viene a mí, de ningún modo lo echaré fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del que me envió: que de todo lo que Él me ha dado yo no pierda nada, sino que lo resucite en el día final. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo aquel que ve al Hijo y cree en Él, tenga vida eterna, y yo mismo lo resucitaré en el día final.
S. Juan 6:1-40 Nueva Traducción Viviente (NTV)
Después Jesús cruzó al otro lado del mar de Galilea, conocido también como el mar de Tiberias. Una gran multitud siempre lo seguía a todas partes porque veía las señales milagrosas que hacía cuando sanaba a los enfermos. Entonces Jesús subió a una colina y se sentó allí rodeado de sus discípulos. (Ya era casi el tiempo de la celebración de la Pascua judía). Enseguida Jesús vio que una gran multitud venía a su encuentro. Dirigiéndose a Felipe, le preguntó: —¿Dónde podemos comprar pan para alimentar a toda esta gente? Lo estaba poniendo a prueba, porque Jesús ya sabía lo que iba a hacer. Felipe contestó: —¡Aunque trabajáramos meses enteros, no tendríamos el dinero suficiente para alimentar a toda esta gente! Entonces habló Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchachito que tiene cinco panes de cebada y dos pescados. ¿Pero de qué sirven ante esta enorme multitud?». Jesús dijo: «Díganles a todos que se sienten». Así que todos se sentaron sobre la hierba, en las laderas. (Solo contando a los hombres sumaban alrededor de cinco mil). Luego Jesús tomó los panes, dio gracias a Dios y los distribuyó entre la gente. Después hizo lo mismo con los pescados. Y todos comieron cuanto quisieron. Una vez que quedaron satisfechos, Jesús les dijo a sus discípulos: «Ahora junten lo que sobró, para que no se desperdicie nada». Entonces ellos juntaron las sobras y llenaron doce canastos con los restos que la multitud había dejado después de comer de los cinco panes de cebada. La gente, al ver la señal milagrosa que Jesús había hecho, exclamó: «¡No hay duda de que es el Profeta que esperábamos!». Cuando Jesús vio que estaban dispuestos a hacerlo rey a la fuerza, se escabulló hacia las colinas él solo. Al atardecer, los discípulos de Jesús bajaron a la orilla del lago para esperarlo; pero al ver que caía la noche y que Jesús aún no había vuelto, subieron a la barca y comenzaron a cruzar el lago rumbo a Capernaúm. Poco después, se levantó un viento fuerte sobre ellos y el mar se agitó mucho. Habían remado unos cinco o seis kilómetros cuando de pronto vieron a Jesús caminando sobre el agua en dirección a la barca. Estaban aterrados, pero él exclamó: «No tengan miedo, ¡yo estoy aquí!». Entonces lo recibieron con entusiasmo en la barca, ¡y enseguida llegaron a su destino! Al día siguiente, la multitud que se había quedado en la otra orilla del lago se dio cuenta de que los discípulos habían tomado la única barca y que Jesús no había ido con ellos. Varias barcas de Tiberias arribaron cerca del lugar donde el Señor había bendecido el pan y la gente había comido. Cuando la multitud vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y cruzaron el lago hasta Capernaúm para ir en busca de Jesús. Lo encontraron al otro lado del lago y le preguntaron: —Rabí, ¿cuándo llegaste acá? Jesús les contestó: —Les digo la verdad, ustedes quieren estar conmigo porque les di de comer, no porque hayan entendido las señales milagrosas. No se preocupen tanto por las cosas que se echan a perder, tal como la comida. Pongan su energía en buscar la vida eterna que puede darles el Hijo del Hombre. Pues Dios Padre me ha dado su sello de aprobación. —Nosotros también queremos realizar las obras de Dios —contestaron ellos—. ¿Qué debemos hacer? Jesús les dijo: —La única obra que Dios quiere que hagan es que crean en quien él ha enviado. —Si quieres que creamos en ti —le respondieron—, muéstranos una señal milagrosa. ¿Qué puedes hacer? Después de todo, ¡nuestros antepasados comieron maná mientras andaban por el desierto! Las Escrituras dicen: “Moisés les dio de comer pan del cielo”. Jesús les respondió: —Les digo la verdad, no fue Moisés quien les dio el pan del cielo, fue mi Padre. Y ahora él les ofrece el verdadero pan del cielo, pues el verdadero pan de Dios es el que desciende del cielo y da vida al mundo. —Señor —le dijeron—, danos ese pan todos los días. Jesús les respondió: —Yo soy el pan de vida. El que viene a mí nunca volverá a tener hambre; el que cree en mí no tendrá sed jamás. Pero ustedes no han creído en mí, a pesar de que me han visto. Sin embargo, los que el Padre me ha dado vendrán a mí, y jamás los rechazaré. Pues he descendido del cielo para hacer la voluntad de Dios, quien me envió, no para hacer mi propia voluntad. Y la voluntad de Dios es que yo no pierda ni a uno solo de todos los que él me dio, sino que los resucite, en el día final. Pues la voluntad de mi Padre es que todos los que vean a su Hijo y crean en él tengan vida eterna; y yo los resucitaré en el día final.