Adoración sin revelación

Me había acostumbrado a servir al Señor en casa. Conocía la forma, pero no el fondo. Dios era el Dios de mis padres, lo cual no estaba mal, pero yo necesitaba que fuera una realidad en mi vida. Creía conocerlo a través de lo que había escuchado sobre Él. Pensaba que amaba a Dios, pero no tenía ni un mínimo de relación con él.

Hay tantas personas que viven un Evangelio por costumbre, por lo que les han enseñado o porque han aprendido a comportarse de cierta manera. Sin embargo, sus corazones están vacíos y lejos de Dios. En la adoración, las costumbres no nos llevarán a ningún lado, pues de lo que se trata es de tener una relación con el Padre. No es posible adorar sin conocer a Jesús.

Al escudriñar la Palabra de Dios en profundidad, podemos encontrar que la revelación de Jesús se encuentra desde el Génesis hasta el Apocalipsis, y es esa verdad la que es capaz de transformar los lugares más escondidos de nuestro corazón. Cuando nos es revelada, inmediatamente nuestra forma de leer la Biblia cambia, empezamos a entender lo que antes no entendíamos, nuestra vida de oración crece, nuestra manera de vivir es transformada; el lugar de adoración ahora es irrelevante, porque entendemos que nosotros somos los adoradores. Entonces, esa verdad nos hace libres de toda idea errónea, de todo principio falso, y de toda mentalidad religiosa y ritual. En ese proceso, nuestro amor por Él aumenta, y conociendo la magnitud de su sacrificio, no volvemos a ser los mismos adoradores.

Solo cuando Jesús nos es revelado y entendemos la magnitud de Su amor y sacrificio, entonces empezamos a vivir plenos en Él, quien lo llena todo en todo. A medida que empezamos a sentirnos seguros de Su amor, entonces empezaremos a experimentar la plenitud. Mientras más estudiamos, más aspectos de Su grandeza podemos conocer. Mientras más lo conocemos, más profunda es nuestra adoración. Mientras más profunda sea nuestra adoración, Dios es más glorificado.
Una adoración, como Jesús la describió, requiere sintonía y armonización de todo lo que somos dirigidos a un solo propósito: agradarle a Él con todos los aspectos de nuestra vida. Esto es adorar en verdad.

Cuando adoramos en verdad, adoramos sobre la revelación correcta de quién es Él, el conocimiento de lo que ha hecho y la confianza de lo que ha dicho. Un adorador en verdad, es un adorador que conoce al Padre.