[Alrededor de la mesa] Todos están invitadosMuestra

Autoridad

El Espíritu Santo facultó a los discípulos para que hablaran en otras lenguas y declararan las maravillas de Dios. Sé que en la Iglesia, cuando se trata del Espíritu Santo, ha habido muchos excesos, pero no debemos tener miedo ni ser escépticos con este don. Démosle a Dios el beneficio de la duda. No debemos meter a Dios en una caja. Él es quien era ayer, quien es hoy y será mañana. Creemos que Él puede; creemos que lo hace; creemos que lo hará. Nada es imposible para Dios (Mateo 19:26).

Siempre hay algunos que serán cínicos y escépticos. Junto a los fieles que estaban asombrados, estaban los incrédulos que se divertían pensando que los discípulos estaban simplemente borrachos. Fue entonces que Pedro dio un paso al frente junto a los once apóstoles y se dirigió a la multitud. Dijo: «Esta gente no está borracha, como suponen. ¡Solo son las nueve de la mañana! No, lo que ven fue predicho hace tiempo por el profeta Joel». A continuación, Pedro repite las palabras del profeta afirmando que Dios derramaría su Espíritu sobre todos: jóvenes y ancianos, hombres y mujeres. Unidad en comunidad. A los que les gusta discutir sobre el papel de las mujeres en la Iglesia, sé lo que dijo Pablo, pero tampoco se pierdan lo que dijeron Pedro o Joel.

Pedro continúa citando a Joel, proclamando: «Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará». Esta es una noticia maravillosa. Todos están invitados a la mesa. Todo el que invoque al Señor (sin importar la desesperación, el dolor, las circunstancias, el sufrimiento o la enfermedad), es y será salvo.

Pedro siguió declarando lo que Dios había hecho a través de Jesucristo. De repente, el discípulo que lo había negado tres veces por miedo, se llenó de audacia. Predicó, citando el Salmo 16. Así pues, el subproducto del ministerio, la crucifixión, la resurrección y la ascensión de Jesús no solo dio lugar a la comunión y al empoderamiento, sino a la autoridad. Esta identidad empoderada por Dios en la que caminaba Pedro es el mismo Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos. Había una unción derramada sobre él.