Enfrentemos nuestros temores con feMuestra

La honestidad y la soberanía de Dios

¿Alguna vez te has encontrado con personas que afirman tener una fe sólida, pero que parecen distantes e indiferentes ante los problemas de la vida real? Muchos creen erróneamente que comprender la soberanía de Dios debería protegernos de experimentar miedo, cargas o desesperación. Se trata de una suposición errónea y defectuosa. En realidad, los que no han comprendido plenamente las implicaciones de la soberanía de Dios a menudo muestran más calidez, compasión y ánimo que los que afirman tener una comprensión profunda. El fallo no reside en las enseñanzas en sí, sino en nuestra comprensión defectuosa de su poder transformador.

Considera al profeta Habacuc, quien se planteó profundas interrogantes. ¿Eran deficientes sus creencias? ¿Le faltaba comprensión? No. Tales ideas carecen de fundamento. Habacuc era auténtico y honesto. No se puso una máscara ni actuó con una respuesta predeterminada. Se enfrentó con autenticidad a los desafíos que amenazaban su fe y confesó sus temores.

Nosotros también podemos enfrentarnos a los desafíos de nuestra fe. Las pruebas pueden provocar miedo, obligarnos a cuestionar nuestras convicciones y exigir una respuesta sincera. A pesar de confiar en los planes de Dios y en su victoria final, debemos reconocer nuestras propias fragilidades humanas, vacilaciones y lamentos estremecedores. La honradez de Habacuc es una inspiración, un recordatorio de que podemos ser sinceros sobre nuestras luchas sin comprometer nuestra fe.

Una respuesta que debemos evitar es la resignación, una rendición fatalista ante las circunstancias. Tal rendición no es fe; se limita a aceptar lo inevitable sin buscar el poder transformador de Dios. El Espíritu Santo y la Palabra de Dios nos animan a elevarnos por encima de la resignación. No debemos conformarnos con la aceptación pasiva, sino confiar en que Dios desea obrar profundamente en nuestros corazones, mentes y vidas, ofreciéndonos una paz que sobrepasa todo entendimiento.

Tal vez te encuentres luchando contra una enfermedad grave o una relación tensa en el seno de tu familia. Tal vez te enfrentes a otra situación que te provoque miedo. Debes saber esto: Dios quiere realizar en ti algo profundo que supera con creces la resignación. Nos llama a la fe auténtica, a reconocer nuestros miedos mientras confiamos en su divina providencia.

En un mundo en el que algunos optan por distanciarse emocionalmente, cultivemos una fe honesta. Rompamos las ilusiones de la fe estoica y abracemos la realidad de nuestra humanidad. La verdadera fe no es incompatible con el miedo, las cargas o la desesperación. Por el contrario, nuestras respuestas auténticas se convierten en un testimonio del poder de Dios. Abordemos los retos de la vida con humildad, reconociendo nuestras limitaciones, pero confiando en el poder ilimitado de Dios. Que se nos conozca por nuestra autenticidad y nuestra fe inquebrantable, no por nuestras máscaras ni nuestras pretensiones.