Génesis Introducción
Introducción
La gente siempre se ha preguntado cómo comenzaron todas las cosas: el universo, la vida, el bien, el mal, la muerte, las ciudades, las artes, las profesiones, los seres humanos, y muchas otras cosas.
El libro de Génesis nos habla precisamente de eso, de los orígenes de las cosas y personas que forman el universo. Y esto explica por qué el libro se llama así: Génesis. Esta palabra viene del idioma griego y quiere decir «origen» o «principio».
Este libro puede dividirse en dos grandes secciones: los capítulos 1–11 y los capítulos 12–50. Los primeros once capítulos hablan de los orígenes de la humanidad y del mundo en que vivimos, así como del origen de las plantas y animales que hay en la tierra. También hablan del origen de los diferentes idiomas, de las primeras ciudades, de las diferentes profesiones e instrumentos musicales, y de cómo apareció el mal. Génesis 1–11 habla también de los distintos grupos humanos que habitaron las regiones que hoy conocemos como el Oriente Medio.
Los capítulos 12–50 hablan de los antepasados del pueblo de Israel, al que el Antiguo Testamento o Biblia Hebrea conoce como «el pueblo de Dios», «pueblo de la alianza» o «pueblo del pacto». El antepasado principal de ese grupo es Abrahán; su nieto Jacob llegó a ser el padre o antepasado principal de los israelitas. Cuenta el libro de Génesis que Jacob tuvo doce hijos, de los cuales José tuvo un protagonismo especial. A partir de Gn 32.29 Jacob recibirá también el nombre de Israel que en adelante designará a toda la nación descendiente de Jacob. Diez de sus hijos y dos de los hijos de José llegaron a ser jefes de las tribus que formaron la nación israelita.
La importancia de José puede verse claramente en que el libro le dedica un amplio espacio (Gn 37–50). Habla de su niñez, de la envidia que le tenían sus hermanos por ser el favorito de sus padres, y de los sueños que tuvo y en los que él aparecía como el jefe de toda la familia. Era tanto el odio que sus hermanos le tenían, que quisieron matarlo. Al final no lo hicieron, pero lo vendieron a unos comerciantes del desierto, quienes lo llevaron al país de Egipto, y allí lo vendieron como esclavo. Después de varias experiencias difíciles, José llegó a trabajar como el ayudante especial del faraón, es decir, el rey de Egipto. Dios concedió a José una gran sabiduría e inteligencia, y así José pudo salvar del hambre a los egipcios. Más tarde salvó también a su padre y a sus hermanos de morir de hambre primero en la tierra de Canaán y luego llevándolos con él al país de Egipto.
Génesis nos habla de Dios como el principio de todo. Sin él, nada de lo que existe existiría: no habría vida ni existiríamos nosotros. Cuando Dios decidió crear la vida, nos creó parecidos a él mismo, para que actuemos y vivamos como él vive y actúa. Por eso podemos hablar, pensar y, sobre todo, ser libres. Pero en lugar de vivir y de actuar como Dios, nuestros primeros padres decidieron seguir el consejo de la serpiente (Génesis 3). Copiando su mal ejemplo, los que nacimos después también hemos escuchado y obedecido muchas veces la voz de otros, ¡hasta de un animal!, y no la voz de Dios.
Pero en Génesis se nos dice también que hubo un hombre, llamado Abrahán, que obedeció a Dios y confió plenamente en él (Gn 12.1-9). Fue tanto el amor y la confianza que Abrahán mostró hacia Dios, que se le conoce como «el amigo de Dios» y «el padre de la fe».
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La gente siempre se ha preguntado cómo comenzaron todas las cosas: el universo, la vida, el bien, el mal, la muerte, las ciudades, las artes, las profesiones, los seres humanos, y muchas otras cosas.
El libro de Génesis nos habla precisamente de eso, de los orígenes de las cosas y personas que forman el universo. Y esto explica por qué el libro se llama así: Génesis. Esta palabra viene del idioma griego y quiere decir «origen» o «principio».
Este libro puede dividirse en dos grandes secciones: los capítulos 1–11 y los capítulos 12–50. Los primeros once capítulos hablan de los orígenes de la humanidad y del mundo en que vivimos, así como del origen de las plantas y animales que hay en la tierra. También hablan del origen de los diferentes idiomas, de las primeras ciudades, de las diferentes profesiones e instrumentos musicales, y de cómo apareció el mal. Génesis 1–11 habla también de los distintos grupos humanos que habitaron las regiones que hoy conocemos como el Oriente Medio.
Los capítulos 12–50 hablan de los antepasados del pueblo de Israel, al que el Antiguo Testamento o Biblia Hebrea conoce como «el pueblo de Dios», «pueblo de la alianza» o «pueblo del pacto». El antepasado principal de ese grupo es Abrahán; su nieto Jacob llegó a ser el padre o antepasado principal de los israelitas. Cuenta el libro de Génesis que Jacob tuvo doce hijos, de los cuales José tuvo un protagonismo especial. A partir de Gn 32.29 Jacob recibirá también el nombre de Israel que en adelante designará a toda la nación descendiente de Jacob. Diez de sus hijos y dos de los hijos de José llegaron a ser jefes de las tribus que formaron la nación israelita.
La importancia de José puede verse claramente en que el libro le dedica un amplio espacio (Gn 37–50). Habla de su niñez, de la envidia que le tenían sus hermanos por ser el favorito de sus padres, y de los sueños que tuvo y en los que él aparecía como el jefe de toda la familia. Era tanto el odio que sus hermanos le tenían, que quisieron matarlo. Al final no lo hicieron, pero lo vendieron a unos comerciantes del desierto, quienes lo llevaron al país de Egipto, y allí lo vendieron como esclavo. Después de varias experiencias difíciles, José llegó a trabajar como el ayudante especial del faraón, es decir, el rey de Egipto. Dios concedió a José una gran sabiduría e inteligencia, y así José pudo salvar del hambre a los egipcios. Más tarde salvó también a su padre y a sus hermanos de morir de hambre primero en la tierra de Canaán y luego llevándolos con él al país de Egipto.
Génesis nos habla de Dios como el principio de todo. Sin él, nada de lo que existe existiría: no habría vida ni existiríamos nosotros. Cuando Dios decidió crear la vida, nos creó parecidos a él mismo, para que actuemos y vivamos como él vive y actúa. Por eso podemos hablar, pensar y, sobre todo, ser libres. Pero en lugar de vivir y de actuar como Dios, nuestros primeros padres decidieron seguir el consejo de la serpiente (Génesis 3). Copiando su mal ejemplo, los que nacimos después también hemos escuchado y obedecido muchas veces la voz de otros, ¡hasta de un animal!, y no la voz de Dios.
Pero en Génesis se nos dice también que hubo un hombre, llamado Abrahán, que obedeció a Dios y confió plenamente en él (Gn 12.1-9). Fue tanto el amor y la confianza que Abrahán mostró hacia Dios, que se le conoce como «el amigo de Dios» y «el padre de la fe».
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