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JOB LOS LIBROS$$SAPIENCIALES Y POÉTICOS

LOS LIBROS$$SAPIENCIALES Y POÉTICOS
INTRODUCCIÓN
La Biblia hebrea presenta, después de la ley y los profetas (véase Introducción a la Biblia), la sección llamada los escritos (heb. ketubim). Forman parte de ella obras de diversos géneros literarios: hay libros narrativos e históricos (Rut, 1 y 2$Crónicas, Esdras, Nehemías y Ester), proféticos (Daniel), y poéticos (Salmos, Cantar de los cantares, Lamentaciones, Job, Proverbios y Eclesiastés).
En realidad, en esos libros los géneros literarios se entremezclan: Muchas secciones de los libros proféticos tienen características poéticas (cf. Is 40–55, joya poética de la literatura del antiguo medio Oriente), al igual que algunas secciones del Pentateuco (cf. Gn 49.2-27; Ex 15.2-18,21; sobre las características de la poesía hebrea, véase Introducción a los Salmos [2]).
Entre los textos narrativos hay relatos proféticos (en 1 y 2$R se encuentra la historia de Elías y Eliseo, y, además, se mencionan a otros profetas).
En la literatura poética también se mezclan diversos géneros de literatura (véase Introducción a los Salmos [3]). Entre ellos, ocupa un lugar destacado el sapiencial (del latín “sapientia”, que significa “sabiduría”), representado por los libros de Job, Proverbios y Eclesiastés, además de algunos salmos y algunas secciones de otros libros.
La sabiduría que tratan de inculcar estos escritos didácticos tiene un carácter eminentemente práctico. Lo más importante es saber vivir, es decir, comportarse como es debido en las distintas circunstancias de la vida y desempeñar de manera correcta la función que le corresponde a cada uno dentro de la comunidad. Así como el buen artesano posee la “sabiduría” manual que le permite trabajar la madera, forjar los metales, engastar piedras preciosas o tejer bellas telas (cf. Ex 35.31-35), también el sabio tiene la habilidad, la agudeza y las cualidades necesarias para afrontar con éxito todas las contingencias de la vida.
Esta sabiduría es don de Dios y fruto de la experiencia y la reflexión. Para actuar sabiamente es preciso tener una noción clara del mundo en que se vive, y la experiencia cotidiana es una fuente inagotable de sabiduría para el que tiene los ojos abiertos y no se complace en su ignorancia. Por eso, el sabio observa la realidad, juzga lo que ve y comunica a sus discípulos lo que le enseña la experiencia.
Para trasmitir su enseñanza, los sabios recurren con frecuencia al proverbio o refrán, que suele presentar dos formas distintas: la amonestación y la sentencia. Esta última describe brevemente un hecho experimentable, algo que todo el mundo puede comprobar. Tales sentencias hacen ver las cosas como son, sin pronunciar ningún juicio moral (como ejemplos de las mismas, cf. Job 28.20; 37.24; Pr 10.12; 14.17; Ec 3.17; Cnt 8.7). Las amonestaciones, en cambio, advierten a los discípulos sobre el camino que deben seguir, y es fácil reconocerlas porque los consejos y exhortaciones se expresan con verbos en imperativo (cf. Pr 19.18; 20.13; Ec 7.21).
Otras formas en que los sabios trasmiten su mensaje son los poemas sapienciales (Pr 1–9), diálogos (Job 3–31), digresiones (características de Eclesiastés), alegorías (Pr 5.15-19) y oraciones de alabanza (Sal 1; 73; 119).
Al comunicar los resultados de su experiencia, los sabios de Israel desean inculcar en sus discípulos (a quienes suelen llamar hijos, cf. Pr 1.8) la importancia de algunos aspectos prácticos de la vida: el dominio de sí mismo, especialmente al hablar (Job 15.5; Pr 12.18; 13.3; Ec 3.7); la dedicación al trabajo (cf. Job 1.10; Pr 12.24; 19.24; Ec 2.22) y la virtud de la humildad, que no es debilidad, sino lo contrario de la arrogancia y la excesiva confianza en sí mismo (Job 26.12; Pr 15.33; 22.4). También valoran la amistad sincera (Job 22.21; Pr 17.17; 18.24), condenan la mentira y el falso testimonio (Job 34.6; Pr 14.25; 19.5) y recomiendan la fidelidad conyugal (Pr 5.15-20). De modo muy especial, exhortan a ser generosos con los pobres (Job 29.12; 31.16; Pr 17.5; 19.17; Ec 5.8) y a practicar la justicia (cf. Pr 10.2; 21.3,15,21; 22.8). Si el discípulo sigue el consejo de su maestro, tendrá vida; la necedad (no tanto intelectual, sino, sobre todo, práctica) acarrea muerte (véase índice temático).
Un problema característico que aborda la sabiduría es el de la retribución (cf. Job 34.11,33; Pr 11.31; 13.13), o sea, la forma en que serán recompensados los justos y castigados los pecadores (el sabio y el necio, figuras contrapuestas en esta literatura), según sus acciones. Proverbios sostiene un punto de vista más optimista que Job y Eclesiastés.
La razón del sufrimiento (Job 11; 22.23-30; 36.7-14; Pr$2; Ec 3.16-18; cf. Ro 11.33; 1$Co 2.6-16) y de la muerte (Job 33.9-30; 33.16-18; Pr 18.21; 24.11-12; Ec 8.8) son temas que siempre han inquietado a la humanidad; los sabios, por tanto, también han contribuido con sus importantes aportes, especialmente en Job y Eclesiastés.
En los escritos sapienciales no solo se escucha la voz de los sabios de Israel: algunas veces oímos la voz de los sabios de otros pueblos (véanse Pr 30.1 nota$ b; 31.1$n.). También la Sabiduría (personificada) habla e invita a recibir su enseñanza, que es un tesoro de incomparable valor (Pr 8.10-11). Como una ama de casa, ha preparado un banquete y quiere que todos sean sus comensales (cf. Pr 9.1-6). Frente a ella está la Necedad, también personificada, que trata de atraer a los inexpertos con sus falsos encantos y seducciones (Pr 9.13-18).
En una etapa posterior, el pueblo hebreo identificó la sabiduría con la ley (lit. instrucción) promulgada por Moisés en el monte Sinaí. Así, Pr 1.7 estipula que la sabiduría comienza por honrar (lit. temer; véase Dt 6.13 nota$ j) al Señor, y Job 28.28 aclara el sentido de esta oración: Servir (lit. temer) fielmente al Señor: eso es sabiduría. Apartarse del mal: eso es inteligencia, lo cual es una amonestación, no solo de la ley de Moisés, sino de toda la Biblia.
La sabiduría proverbial del antiguo Israel contiene numerosas enseñanzas, válidas aun en nuestros días, que leídas a la luz del evangelio adquieren una profundidad mucho mayor. Pero también posee algunas limitaciones, que han sido señaladas en las Introducciones a Job, Proverbios y Eclesiastés.
INTRODUCCIÓN
Después de los textos narrativos, comienza con el libro de Job (=Job) la serie de los escritos poéticos. La narración en prosa queda reducida en este libro al prólogo (caps. 1–2) y a la conclusión (42.7-17). Lo demás es poesía, caracterizada por el ritmo y la sonoridad del lenguaje, por una extraordinaria abundancia de imágenes poéticas y por el uso del paralelismo (véase la Introducción a los Salmos [2]).
La sección narrativa presenta a un hombre de conducta intachable, llamado Job, que vivía en la región de Us, fuera del territorio de Israel. Job gozaba de gran prosperidad, rodeado de una familia numerosa, hasta que de la manera más imprevista se vio sometido a una prueba terrible: perdió todos sus bienes, se quedó sin hijos y contrajo una horrible enfermedad. Pero en medio de tantas desgracias no dejó de bendecir el nombre del Señor (1.21): Si aceptamos los bienes que Dios nos da, ¿por qué no vamos a aceptar también los males? (2.10).
Después de este prólogo en prosa, que introduce a los personajes del drama, viene la parte poética. Allí la actitud de Job cambia por completo. Ya no se manifiesta como el prototipo de la persona paciente y sumisa (cf. Stg 5.11), sino que da rienda suelta a su dolor y expone, en tono apasionado, su angustia y sus amargos interrogantes. Su pregunta más insistente es por qué Dios le envió una calamidad tan grande, siendo así que él había sido siempre su fiel servidor y no había hecho nada malo.
A este interrogante responden por turno tres amigos suyos, que llegaron supuestamente a consolarlo. Su respuesta es siempre la misma: la desgracia es el castigo del pecado; si Job padece sufrimientos tan penosos, algún pecado habrá cometido; que se convierta al Señor y volverá a ser feliz. Pero esa respuesta no tranquiliza el espíritu atormentado de Job; él sabe que es inocente, y manifiesta su deseo de encontrarse con Dios cara a cara para pedirle cuentas de su incomprensible modo de actuar (cf. Job 31.35-37).
Una vez concluida esta serie de diálogos, aparece en forma inesperada un cuarto personaje, llamado Elihú, que no oculta su disgusto por el atrevimiento de Job y por las respuestas de sus tres amigos (caps. 32–37). El estilo de esta sección es más difuso, reiterativo y enfático, y los discursos, anunciados como la exposición imparcial de un maestro de sabiduría, se convierten con frecuencia en una acusación (cf. 34.7-9,34-37). Elihú exalta la justicia, la sabiduría, la santidad y la grandeza divinas, y pone de relieve, de modo particular, el valor pedagógico del sufrimiento: Dios puede valerse de él para llamar a la reflexión y hacer que el pecador se convierta de su maldad: Por medio del sufrimiento, Dios salva al que sufre; por medio del dolor, le hace entender (36.15).
Por último, interviene Dios mismo, de en medio de la tempestad (38.1; 40.6). Job se había quejado muchas veces del inexplicable silencio divino, y al fin consigue que el Señor se le manifieste y le dé una respuesta. Esta respuesta resulta a primera vista sorprendente porque no dice nada sobre los padecimientos de Job. Se trata, más bien, de una larga serie de preguntas que no dejan ninguna duda sobre la insondable grandeza del Creador y sobre la sabiduría con que él gobierna el universo. De este modo, la palabra divina produce el efecto querido por Dios: al verse confrontado con un poder y una sabiduría que superan infinitamente su capacidad de comprensión, Job se ve obligado a confesar su atrevimiento y su ignorancia. Había hablado de cosas que no sabía, pero al fin reconoce que el hombre no tiene derecho a pedirle cuentas a Dios. El porqué del sufrimiento sigue siendo para él un misterio, pero queda satisfecho de haber visto a Dios con sus propios ojos (38.1–42.6).
La conclusión (42.7-17), lo mismo que el prólogo, es una breve narración en prosa. Dios reprende a los tres visitantes, aprueba la fidelidad de Job y le devuelve, multiplicada, su antigua prosperidad.
El libro de Job no es un tratado teórico sobre el misterio del sufrimiento del justo. Es, más bien, una admirable polifonía, donde varias voces expresan puntos de vista diversos. Por un lado está Job, el hombre dolorido, que expresa las angustias de todo ser humano frente al sufrimiento del inocente y que no acepta que su dolor pueda explicarse como un castigo divino. Por el otro lado están sus visitantes, tristes consoladores que no se dejan conmover ante el espectáculo del sufrimiento humano y solo saben ofrecer a la persona que sufre el consuelo de una doctrina. Por último, se escucha la voz del Señor: ante ella, Job no tiene más remedio que reconocer su pequeñez y su incapacidad para comprender los misteriosos designios de Dios. Pero este encuentro con el Señor, al enfrentarlo con sus propios límites, le da una lección de humildad y lo introduce en una sabiduría más profunda.
El libro no contiene indicaciones sobre su autor ni sobre la época en que fue redactado. Es indudable, sin embargo, que su autor ha sido un gran poeta, que poseía un dominio extraordinario de la lengua hebrea, una gran experiencia de la vida y un pensamiento extremadamente audaz. Algunos indicios hacen pensar, asimismo, que la obra pasó por varias etapas antes de recibir su forma definitiva, hacia el siglo$V$a.C. Es notoria, por ejemplo, la diferencia entre los relatos en prosa y las secciones poéticas, y esto permite suponer que el autor utilizó un relato muy antiguo como marco para expresar su propio pensamiento. Otro elemento, que parece haber sido añadido más tarde, son los discursos de Elihú. Este personaje se presenta en forma inesperada, y su intervención introduce un largo suspenso entre la respuesta de Dios y las palabras de Job en 31.35-40. Por otra parte, no se menciona a Elihú al comienzo, cuando aparecen los otros tres amigos, ni tampoco al final, cuando se vuelven a citar los nombres de Elifaz, Bildad y Sofar (42.9). El autor mismo, o un revisor posterior, pudieron añadir estos pasajes, tal vez con la finalidad de aclarar algunos temas que se consideraban incompletos en los diálogos anteriores.
Desde el punto de vista literario, el libro de Job es una de las obras cumbres de la poesía universal. Su vocabulario es muy rico y su estilo poético utiliza con incomparable maestría los recursos sintácticos y sonoros de la lengua hebrea. No es nada extraño, entonces, que una obra de esta envergadura contenga numerosos giros y expresiones difíciles de traducir. Algunas de estas dificultades se mencionan en las notas aclaratorias.
El libro consta de las partes siguientes:
I. Prólogo (1–2)
II. Debate de Job con sus tres amigos (3–27)
III. Himno a la sabiduría (28)
IV. Defensa de Job (29–31)
V. Discursos de Elihú (32–37)
VI. Discursos del Señor y respuestas de Job (38.1–42.6)
VII. Epílogo (42.7-17)

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