Isaías 1:2-20
Isaías 1:2-20 NVI
¡Oíd, cielos! ¡Escucha, tierra! Así dice el SEÑOR: «Yo crie hijos hasta hacerlos hombres, pero ellos se rebelaron contra mí. El buey conoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo; ¡pero Israel no conoce, mi pueblo no entiende!» ¡Ay, nación pecadora, pueblo cargado de culpa, generación de malhechores, hijos corruptos! ¡Han abandonado al SEÑOR! ¡Han despreciado al Santo de Israel! ¡Se han vuelto atrás! ¿Para qué recibir más golpes? ¿Para qué insistir en la rebelión? Toda su cabeza está herida, todo su corazón está enfermo. Desde la planta del pie hasta la coronilla no les queda nada sano: todo en ellos es heridas, moretones y llagas abiertas, que no les han sido curadas ni vendadas, ni aliviadas con aceite. Vuestro país está desolado, vuestras ciudades son presa del fuego; ante vuestros propios ojos los extraños devoran vuestros campos; vuestro país está desolado, como si hubiera sido destruido por extranjeros. La bella Sión ha quedado como cobertizo en un viñedo, como choza en un melonar, como ciudad sitiada. Si el SEÑOR Todopoderoso no nos hubiera dejado algunos sobrevivientes, seríamos ya como Sodoma, nos pareceríamos a Gomorra. ¡Oíd la palabra del SEÑOR, gobernantes de Sodoma! ¡Escucha la ley de nuestro Dios, pueblo de Gomorra! «¿De qué me sirven vuestros muchos sacrificios? —dice el SEÑOR—. Harto estoy de holocaustos de carneros y de la grasa de animales engordados; la sangre de toros, corderos y cabras no me complace. ¿Por qué venís a presentaros ante mí? ¿Quién os mandó traer animales para que pisotearan mis atrios? No me sigáis trayendo vanas ofrendas; el incienso es para mí una abominación. Luna nueva, día de reposo, asambleas convocadas; ¡no soporto que con vuestra adoración me ofendáis! Yo aborrezco vuestras lunas nuevas y festividades; se han vuelto una carga para mí que estoy cansado de soportar. Cuando levantáis vuestras manos, yo aparto de vosotros mis ojos; aunque multipliquéis vuestras oraciones, no las escucharé, pues tenéis las manos llenas de sangre. ¡Lavaos, limpiaos! ¡Apartad de mi vista vuestras obras malvadas! ¡Dejad de hacer el mal! ¡Aprended a hacer el bien! ¡Buscad la justicia y reprended al opresor! ¡Abogad por el huérfano y defended a la viuda! »Venid, pongamos las cosas en claro —dice el SEÑOR—. ¿Son vuestros pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana! ¿Estáis dispuestos a obedecer? ¡Comeréis lo mejor de la tierra! ¿Rehusáis y os rebeláis? ¡Seréis devorados por la espada!» El SEÑOR mismo lo ha dicho.