1 SAMUEL 24:2-22
1 SAMUEL 24:2-22 BLP
Cuando Saúl volvió de perseguir a los filisteos, le informaron que David estaba en el desierto de Enguedí. Saúl tomó consigo a tres mil hombres de lo más selecto de Israel y marchó a buscar a David y a sus hombres por los Riscos de los Rebecos. Cuando llegó a unos apriscos de ovejas junto al camino, entró en una cueva que había allí a hacer sus necesidades. David y sus hombres estaban al fondo de la cueva. Los hombres de David le dijeron: —Esta es la ocasión que te anunció el Señor cuando te dijo: «Voy a poner a tu enemigo en tus manos. Haz con él lo que mejor te parezca». David se levantó sin hacer ruido y cortó el borde del manto de Saúl. Pero luego le remordió la conciencia por haberle cortado el borde del manto a Saúl. Y dijo a sus hombres: —Dios me libre de hacerle eso a mi rey, el ungido del Señor, y de atentar contra él. ¡Es el ungido del Señor! David aplacó a sus hombres con estas palabras y no les permitió atacar a Saúl. Mientras tanto, Saúl salió de la cueva y siguió su camino. Inmediatamente después, David salió de la cueva y se puso a gritar tras Saúl: —¡Señor! ¡Majestad! Saúl miró hacia atrás y David se inclinó hacia el suelo e hizo una reverencia. Luego dijo a Saúl: —¿Por qué haces caso a los que dicen que David busca tu ruina? Ahora mismo puedes comprobar que el Señor te ha puesto hoy en mis manos dentro de la cueva: me animaron a matarte, pero te he respetado y he dicho que no atentaría contra mi rey, porque es el ungido del Señor. Fíjate bien, padre mío, en lo que tengo en la mano: el borde de tu manto. Y si he cortado el borde de tu manto y no te he matado, has de reconocer que mis manos están limpias de maldad y de traición y que no te he ofendido. Tú, en cambio, me acosas para matarme. Que el Señor sea nuestro juez y que salga en mi defensa ante ti; pero yo no levantaré mi mano contra ti. Como dice un antiguo refrán: «De los malos sale la maldad»; pero yo no levantaré mi mano contra ti. ¿Contra quién ha salido el rey de Israel? ¿A quién estás persiguiendo? ¡A un perro muerto! ¡A una pulga! Que el Señor dicte sentencia entre los dos: que examine, defienda mi causa y me libre de tu mano. Cuando David terminó de decir estas palabras, Saúl exclamó: —¿Es esa tu voz, David, hijo mío? E inmediatamente se echó a llorar. Luego dijo a David: —Tú eres más inocente que yo, pues tú me has pagado muy bien y yo muy mal. Tú me acabas de demostrar ahora lo bien que te has portado conmigo, pues el Señor me ha puesto en tus manos y tú no me has matado. Cuando alguien encuentra a su enemigo, no lo deja marchar por las buenas. ¡Que el Señor te recompense por esto que acabas de hacer hoy conmigo! Ahora sé a ciencia cierta que serás rey y que en ti se consolidará el reino de Israel. Júrame, pues, por el Señor que no aniquilarás mi descendencia ni borrarás mi apellido.