HEBREOS 10:1-25
HEBREOS 10:1-25 BLP
La ley de Moisés es solo una sombra de los bienes futuros y no la realidad misma de las cosas. Por eso es incapaz de hacer perfectos a quienes, todos los años sin falta, se acercan a ofrecer los mismos sacrificios. Si fuera de otro modo, ya habrían dejado de ofrecer tales sacrificios, pues quienes los ofrecen, una vez limpios, ya no tendrían por qué seguir sintiéndose culpables. Y, sin embargo, año tras año esos sacrificios les recuerdan que siguen bajo el peso del pecado, pues es imposible que la sangre de toros y machos cabríos pueda borrar los pecados. Por eso dice Cristo al entrar en el mundo: No has querido ofrendas ni sacrificios, sino que me has dotado de un cuerpo. Tampoco han sido de tu agrado los holocaustos y las víctimas expiatorias. Entonces dije: Aquí vengo yo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como está escrito acerca de mí en un título del libro . En primer lugar dice: No has querido ni han sido de tu agrado las ofrendas, los sacrificios, los holocaustos y las víctimas expiatorias —cosas todas que se ofrecen de acuerdo con la ley—. Y a continuación añade: Aquí vengo yo para hacer tu voluntad , con lo que deroga la primera disposición y confiere validez a la segunda. Y al haber cumplido Jesucristo la voluntad de Dios, ofreciendo su propio cuerpo una vez por todas, nosotros hemos quedado consagrados a Dios. Cualquier otro sacerdote desempeña cada día su ministerio ofreciendo una y otra vez los mismos sacrificios que son incapaces de borrar definitivamente los pecados. Cristo, en cambio, después de ofrecer de una vez para siempre un solo sacrificio por el pecado, está sentado junto a Dios. Espera únicamente que Dios ponga a sus enemigos por estrado de sus pies . Y así, ofreciéndose en sacrificio una única vez, ha hecho perfectos de una vez para siempre a cuantos han sido consagrados a Dios. El mismo Espíritu Santo lo atestigua cuando, después de haber dicho: Esta es la alianza que sellaré con ellos cuando llegue aquel tiempo —dice el Señor—: inculcaré mis leyes en su corazón y las escribiré en su mente. Y añade: No me acordaré más de sus pecados, ni tampoco de sus iniquidades. Ahora bien, donde el perdón de los pecados es un hecho, ya no hay necesidad de ofrendas por el pecado. Así pues, hermanos, la muerte de Jesús nos ha dejado vía libre hacia el santuario, abriéndonos un camino nuevo y viviente a través del velo, es decir, de su propia humanidad. Jesús es, además, el gran sacerdote puesto al frente del pueblo de Dios. Acerquémonos, pues, con un corazón sincero y lleno de fe, con una conciencia purificada de toda maldad, con el cuerpo bañado en agua pura. Mantengamos fielmente la esperanza que profesamos porque quien ha hecho la promesa es fiel, y estimulémonos mutuamente en la práctica del amor y de las buenas obras. Que nadie deje de asistir a las reuniones de su iglesia, como algunos tienen por costumbre; al contrario, animaos unos a otros, tanto más cuanto estáis viendo que se está acercando el día.