MATEO 26:14-50
MATEO 26:14-50 BLP
Entonces uno de los doce discípulos, el llamado Judas Iscariote, fue a ver a los jefes de los sacerdotes y les propuso: —¿Qué recompensa me daréis si os entrego a Jesús? Le ofrecieron treinta monedas de plata. Desde aquel momento, Judas comenzó a buscar una oportunidad para entregarles a Jesús. El primer día de los Panes sin levadura se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: —¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua? Jesús les contestó: —Id a la ciudad, a casa de fulano, y dadle este recado: «El Maestro dice: Mi hora está cerca y voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos». Los discípulos hicieron lo que Jesús les había encargado y prepararon la cena de Pascua. Al anochecer, Jesús se sentó a la mesa con los Doce y, mientras cenaban, dijo: —Os aseguro que uno de vosotros va a traicionarme. Los discípulos, muy tristes, comenzaron a preguntarle uno tras otro: —¿Acaso seré yo, Señor? Jesús les contestó: —El que va a traicionarme es uno que come en mi propio plato. Es cierto que el Hijo del hombre tiene que seguir su camino, como dicen de él las Escrituras. Sin embargo, ¡ay de aquel que traiciona al Hijo del hombre! Mejor le sería no haber nacido. Judas, el traidor, le preguntó: —¿Acaso soy yo, Maestro? Jesús le contestó: —Tú lo has dicho. Durante la cena, Jesús tomó pan, bendijo a Dios, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo: —Tomad, comed: esto es mi cuerpo. Tomó luego en sus manos una copa, dio gracias a Dios y la pasó a sus discípulos, diciendo: —Bebed todos de ella, porque esto es mi sangre, con la que Dios confirma la alianza, y que va a ser derramada en favor de todos para perdón de los pecados. Os digo que no volveré a beber de este fruto de la vid hasta el día aquel en que beba con vosotros un vino nuevo en el reino de mi Padre. Cantaron después el himno y salieron hacia el monte de los Olivos. Jesús les dijo entonces: —Esta noche todos me abandonaréis, porque así lo dicen las Escrituras: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Pero después de mi resurrección iré antes que vosotros a Galilea. Pedro le contestó: —¡Aunque todos te abandonen, yo no te abandonaré! Jesús insistió: —Te aseguro que esta misma noche, antes de que cante el gallo, tú me habrás negado tres veces. Pedro insistió: —¡Yo no te negaré, aunque tenga que morir contigo! Y lo mismo decían los otros discípulos. Llegó Jesús, acompañado de sus discípulos, al lugar llamado Getsemaní, y les dijo: —Quedaos aquí sentados mientras yo voy un poco más allá a orar. Se llevó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo y comenzó a sentirse afligido y angustiado; entonces les dijo: —Me está invadiendo una tristeza de muerte. Quedaos aquí y velad conmigo. Se adelantó unos pasos más y, postrándose rostro en tierra, oró así: —Padre mío, si es posible, aparta de mí esta copa de amargura; pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. Volvió entonces adonde estaban los discípulos y, al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro: —¿Ni siquiera habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para que no desfallezcáis en la prueba. Es cierto que tenéis buena voluntad, pero os faltan las fuerzas. Por segunda vez se alejó de ellos y oró así: —Padre mío, si no es posible que esta copa de amargura pase sin que yo la beba, hágase lo que tú quieras. Regresó de nuevo adonde estaban los discípulos, y volvió a encontrarlos dormidos pues tenían los ojos cargados de sueño. Así que los dejó como estaban y, apartándose de ellos, oró por tercera vez con las mismas palabras. Cuando volvió, les dijo: —¿Aún seguís durmiendo y descansando? Mirad que ha llegado la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores. ¡Levantaos, vámonos! Ya está aquí el que me va a entregar. Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegó Judas, uno de los Doce. Venía acompañado de un numeroso tropel de gente armada con espadas y garrotes, enviada por los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo. Judas, el traidor, les había dado esta contraseña: —Aquel a quien yo bese, ese es; apresadlo. Así que apenas llegó, se acercó a Jesús y lo saludó diciendo: —¡Hola, Maestro! Y lo besó. Jesús le dijo: —Amigo, lo que has venido a hacer, hazlo ya. Entonces se abalanzaron sobre Jesús y, echándole mano, lo apresaron.