NEHEMÍAS 9:1-37
NEHEMÍAS 9:1-37 BLP
El vigésimo cuarto día de ese mes se reunieron los israelitas y ayunaron vestidos de sayal y cubiertos de polvo. Se separaron los del linaje de Israel de todos los extranjeros y, en pie, confesaron sus pecados y las culpas de sus antepasados. Durante una cuarta parte del día, estando de pie en su sitio, leyeron el Libro de la Ley del Señor, su Dios; durante otra cuarta parte del día reconocieron sus pecados y adoraron al Señor, su Dios. Luego subieron al estrado los levitas Josué, Baní, Cadmiel, Sebanías, Bunní, Serebías, Baní y Quenaní e invocaron en alta voz al Señor, su Dios. Esto es lo que dijeron los levitas Josué, Cadmiel, Baní, Jasabnías, Serebías, Hodías, Sebanías y Petaías: —Decidíos a bendecir al Señor vuestro Dios: Desde siempre y para siempre sea bendito tu nombre glorioso, que sobrepasa toda bendición y alabanza. Tú eres el Señor, solo tú. Tú hiciste los cielos, lo más alto de los cielos y todos sus ejércitos; la tierra y cuanto hay en ella, los mares y todo cuanto hay en ellos. A todas las cosas das vida y te adoran los ejércitos del cielo. Tú eres el Señor, el Dios que escogió a Abrán, a quien sacaste de Ur de los Caldeos y pusiste por nombre Abrahán. Viste que te era fiel e hiciste alianza con él, para darle a él y a su linaje la tierra del cananeo, del hitita, del amorreo, del fereceo, del jebuseo y del guirgaseo. Y siendo como eres leal, has cumplido tu palabra. Tú viste cómo sufrían nuestros antepasados en Egipto, escuchaste en el mar de las Cañas su clamor. Hiciste señales y prodigios contra el faraón y todos sus siervos, contra todo el pueblo de su tierra, porque pudiste comprobar con cuánta insolencia los trataban. Así te labraste una fama que hoy todavía perdura. Abriste el mar ante ellos y lo cruzaron a pie enjuto. Arrojaste a sus perseguidores al abismo como se lanza una piedra a las aguas turbulentas. Durante el día los guiaste mediante una columna de nube; por la noche los alumbrabas mediante una columna de fuego para que prosiguieran su camino. Descendiste al monte Sinaí y hablaste con ellos desde el cielo. Les diste normas justas, leyes verdaderas, buenos preceptos y estatutos. Les hiciste saber que el sábado es día consagrado a ti. Por medio de tu siervo Moisés les procuraste mandamientos, unos estatutos y una ley. Para su hambre, les diste pan del cielo; para su sed, agua brotada de la peña. Les dijiste que entraran a poseer la tierra, que habías jurado solemnemente regalarles. Pero nuestros antepasados actuaron con soberbia y desoyeron, tercos, tus mandatos. No quisieron escucharte, no se acordaron de las maravillas que hiciste en su favor; rebeldes y tozudos, se empeñaron en regresar a su situación de esclavitud. Pero tú eres un Dios que perdona, un Dios clemente y compasivo, lento a la ira y rico en amor. Así que no los abandonaste, ni siquiera cuando se hicieron un becerro fundido y proclamaron: «Este es el dios que te sacó de Egipto», cometiendo así un tremendo pecado. Tú, por tu inmensa ternura, no los abandonaste en el desierto. No les faltó la columna de nube para guiarlos por el camino durante el día, ni la columna de fuego, para alumbrar por la noche la senda que debían recorrer. Les diste tu buen espíritu y de esa manera los instruiste; no retiraste tu maná de su boca, y para su sed los abasteciste de agua. Los sustentaste en el desierto y nada echaron en falta: no envejecieron sus vestidos, ni se hincharon sus pies. Les diste reinos y pueblos que se repartieron por distritos. Se apoderaron del país de Sejón, rey de Jesbón, de la tierra de Og, rey de Basán. Multiplicaste sus hijos como las estrellas del cielo; los introdujiste en la tierra que habías jurado dar a sus antepasados. Vinieron sus hijos y conquistaron el país: les sometiste sus habitantes, pusiste a los cananeos en sus manos, tanto a los reyes como a la gente del país, para que dispusieran de ellos a su antojo. Conquistaron ciudades fortificadas y también la tierra fértil. Se hicieron con casas repletas de bienes, con cisternas excavadas, con viñas y olivares, con gran cantidad de árboles frutales. Comieron, se saciaron, engordaron; y gracias a tu bondad disfrutaron de una vida deliciosa. Pero no te obedecieron y se rebelaron contra ti dando la espalda a tu ley. Mataron a tus profetas, que les reprendían para que se convirtieran a ti, y te ofendieron gravemente. Así que los entregaste a sus enemigos y estos los oprimieron. Entonces angustiados, clamaron a ti y tú los escuchaste desde el cielo: lleno de compasión les procuraste libertadores que los salvasen de sus enemigos. Pero apenas se sentían en paz, otra vez volvían a ofenderte, y otra vez los entregabas en manos de sus enemigos que volvían a oprimirlos. De nuevo clamaban a ti y tú los escuchabas desde el cielo. Así fue como los libraste muchas veces conforme a tu gran misericordia. No cesabas de amonestarlos para que se convirtieran a tu ley; ellos, sin embargo, fueron soberbios y no escucharon tus mandatos. Pecaron contra tus normas que dan vida a quien las cumple; rebeldes, te dieron la espalda y, tercos, no quisieron escuchar. Los soportaste durante años, tu espíritu los amonestó por medio de tus profetas, pero ellos no quisieron escuchar; por eso los entregaste a gentes de [otros] países. Pero en tu gran misericordia no los abandonaste ni aniquilaste, tú que eres un Dios clemente y compasivo. Ahora, pues, Dios nuestro, Dios grande, poderoso y terrible, que eres misericordioso y te mantienes fiel a la alianza: ¡No tengas en poco todo el dolor que sufrieron nuestros reyes, nuestros príncipes y sacerdotes, nuestros profetas y todo tu pueblo desde los tiempos de los reyes asirios hasta el día de hoy! Te has portado justamente en cuanto nos ha sucedido; tú has actuado rectamente, nosotros hemos sido los perversos. Nuestros reyes y nuestros jefes, nuestros sacerdotes y antepasados incumplieron tu ley: no atendieron tus mandamientos ni las advertencias que les hiciste. Les habías concedido un reino y una gran prosperidad en una tierra fértil y espaciosa; pero no te sirvieron ni se apartaron del mal. Pues bien, hoy vivimos como esclavos en la tierra que diste a nuestros antepasados para que comieran sus frutos y gozaran de sus bienes. ¡Hoy vivimos en ella como esclavos! Produce frutos abundantes, pero son para los soberanos que has puesto sobre nosotros a causa de nuestros pecados. Disponen a su capricho tanto de personas como de ganados, mientras una tremenda angustia ha hecho presa en nosotros.