1 REYES 22:1-40
1 REYES 22:1-40 RV2020
Tres años pasaron sin guerra entre los sirios e Israel. Aconteció al tercer año, que Josafat, rey de Judá, descendió a visitar al rey de Israel. Y el rey de Israel dijo a sus siervos: —¿No sabéis que Ramot de Galaad es nuestra y nosotros no hemos hecho nada para tomarla de manos del rey de Siria? Luego preguntó a Josafat: —¿Quieres venir conmigo a pelear contra Ramot de Galaad? —Yo soy como tú, mi pueblo como tu pueblo y mis caballos como tus caballos —respondió Josafat al rey de Israel. Dijo luego Josafat al rey de Israel: —Yo te ruego que consultes hoy la palabra del Señor. Entonces el rey de Israel reunió a los profetas, unos cuatrocientos hombres, a los que dijo: —¿Debo ir a la guerra contra Ramot de Galaad, o debo renunciar a ella? —Sube, porque el Señor la entregará en manos del rey —le respondieron ellos. Dijo Josafat: —¿Hay aquí algún otro profeta del Señor por medio del cual podamos consultar? El rey de Israel respondió a Josafat: —Aún hay alguien a través del cual podríamos consultar al Señor, Micaías hijo de Imla, pero yo lo aborrezco, porque nunca me profetiza el bien, sino solamente el mal. —No hable el rey así —dijo Josafat. Entonces el rey de Israel llamó a un oficial y le ordenó: —Trae pronto a Micaías hijo de Imla. El rey de Israel y Josafat, rey de Judá, estaban sentados cada uno en su silla, vestidos con sus ropas reales, en la plaza junto a la entrada de la puerta de Samaria, mientras todos los profetas profetizaban delante de ellos. Sedequías hijo de Quenaana se había hecho unos cuernos de hierro y gritaba: —Así ha dicho el Señor: ¡Con estos acornearás a los sirios hasta acabarlos! Todos los profetas profetizaban de la misma manera y decían: —Sube a Ramot de Galaad y serás prosperado, porque el Señor la entregará en manos del rey. El mensajero que había ido a llamar a Micaías le dijo: —Mira que las palabras de los profetas a una sola voz anuncian al rey cosas buenas; que tu palabra sea ahora como la palabra de ellos, y anuncia tú también buen éxito. Micaías respondió: —¡Vive el Señor, que lo que el Señor me hable, eso diré! Llegó, pues, ante el rey, y el rey le dijo: —Micaías, ¿iremos a pelear contra Ramot de Galaad o renunciaremos a ella? Él le respondió: —Sube y serás prosperado: el Señor la entregará en manos del rey. El rey le dijo: —¿Hasta cuántas veces he de exigirte que no me digas sino la verdad en nombre del Señor? Entonces él dijo: —He visto a todo Israel esparcido por los montes, como ovejas que no tienen pastor. El Señor ha dicho: «Estos no tienen señor. Que cada cual vuelva a su casa en paz». El rey de Israel dijo a Josafat: —¿No te lo había dicho yo? Ninguna cosa buena profetizará él acerca de mí, sino solamente el mal. Entonces Micaías dijo: —Oye, pues, la palabra del Señor: Yo he visto al Señor sentado en su trono, y todo el ejército de los cielos estaba junto a él, a su derecha y a su izquierda. Y el Señor decía: ¿Quién inducirá a Acab para que suba y caiga en Ramot de Galaad? Uno respondía de una manera y el otro replicaba de otra. Entonces se adelantó un espíritu, se puso delante del Señor y le dijo: «Yo le induciré». El Señor le preguntó: «¿De qué manera?». Él dijo: «Saldré y seré un espíritu de mentira en la boca de todos sus profetas». El Señor le dijo: «Tú conseguirás inducirle; ve, pues, y hazlo así». Ahora el Señor ha puesto un espíritu de mentira en la boca de todos tus profetas, y ha decretado el mal en contra tuya. Entonces se acercó Sedequías hijo de Quenaana y golpeó a Micaías en la mejilla, y le dijo: —¿Por dónde se me fue el espíritu del Señor para hablarte a ti? Micaías respondió: —Tú mismo lo verás el día en que vayas a toda prisa de aposento en aposento para esconderte. Entonces el rey de Israel dijo: —Toma a Micaías y llévalo ante Amón, gobernador de la ciudad, y ante Joás, hijo del rey. Tú les dirás: «Así ha dicho el rey: “Echad a este en la cárcel y mantenedlo con pan de angustia y con agua de aflicción, hasta que yo vuelva en paz”». Micaías respondió: —Si logras volver en paz, el Señor no ha hablado por mi boca. Y a continuación dijo: —Oíd, pueblos todos. Subió, pues, el rey de Israel, junto con Josafat, rey de Judá, a Ramot de Galaad. Y el rey de Israel dijo a Josafat: —Yo me disfrazaré y entraré en la batalla. Tú ponte tus vestidos. El rey de Israel se disfrazó y entró en la batalla. Pero el rey de Siria había mandado a los treinta y dos capitanes de sus carros: «No peleéis ni con grande ni con chico, sino solo contra el rey de Israel». Cuando los capitanes de los carros vieron a Josafat, dijeron: «Ciertamente, este es el rey de Israel». Y se volvieron contra él para atacarlo; pero el rey Josafat gritó. Al ver los capitanes de los carros que no era el rey de Israel, se apartaron de él. Pero un hombre disparó su arco al azar e hirió al rey de Israel por entre las junturas de la armadura, por lo que dijo él a su cochero: —Da la vuelta y sácame del campo, pues estoy herido. Aquel día había arreciado la batalla y el rey tuvo que ser sostenido en su carro frente a los sirios. A la caída de la tarde murió, y la sangre de la herida corría por el fondo del carro. A la puesta del sol corrió un pregón por el campamento que decía: —¡Cada uno a su ciudad y cada cual a su tierra! ¡El rey ha muerto! Entonces el rey fue traído a Samaria y lo sepultaron allí. Lavaron el carro en el estanque de Samaria y los perros lamían su sangre (también las rameras se lavaban allí), conforme a la palabra que el Señor había dicho. El resto de los hechos de Acab y todo lo que hizo, la casa de marfil que construyó y todas las ciudades que edificó, ¿no está escrito en el libro de las crónicas de los reyes de Israel? Cuando murió Acab, su hijo Ocozías le sucedió como rey.