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LUCAS 13:1-35

LUCAS 13:1-35 RV2020

En ese momento estaban allí algunos que le contaron a Jesús el caso de aquellos galileos a quienes Pilato había hecho matar cuando ofrecían el sacrificio, mezclando así su sangre con la de los animales sacrificados. Les respondió Jesús: —¿Pensáis que estos galileos padecieron tales cosas porque eran más pecadores que los demás galileos? Os digo yo que no. Más bien, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. ¿O pensáis que aquellos dieciocho sobre quienes cayó la torre en Siloé y los mató eran más culpables que el resto de los habitantes de Jerusalén? Os digo yo que no. Más bien, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. Dijo también esta parábola: —Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Cuando vino a buscar fruto no lo halló. Y dijo al viñador: «Ya hace tres años que vengo a buscar fruto de esta higuera y no lo hallo. Córtala porque está ocupando inútilmente la tierra». El viñador respondió: «Señor, déjala todavía este año, hasta que yo la excave y la abone. Si da fruto, bien; y si no, córtala». Estaba Jesús enseñando en una sinagoga un sábado y había allí una mujer que desde hacía dieciocho años padecía una enfermedad causada por un espíritu: estaba encorvada y de ninguna manera podía enderezarse completamente. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: —Mujer, eres libre de tu enfermedad. Puso las manos sobre ella. La mujer se enderezó al instante y glorificaba a Dios. Pero el principal dirigente de la sinagoga, enojado por el hecho de que Jesús hubiera sanado en sábado, dijo a la multitud: —Seis días hay en que se debe trabajar. Venid a curaros en esos días y no en sábado. El Señor le respondió: —¡Hipócritas! ¿No desata en sábado cada uno de vosotros su buey o su asno del pesebre y lo lleva a beber? Y a esta mujer descendiente de Abrahán, a quien Satanás había atado durante dieciocho años, ¿no se le debía desatar esta ligadura en sábado? Al decir él estas cosas, todos sus adversarios quedaron avergonzados. Sin embargo, todo el pueblo se alegraba de los hechos portentosos que Jesús realizaba. Decía Jesús: —¿A qué es semejante el reino de Dios? ¿Con qué lo compararé? Es semejante al grano de mostaza que un hombre tomó y sembró en su huerto. El grano creció y se hizo un gran árbol y las aves del cielo anidaron en sus ramas. Y otra vez dijo: —¿A qué compararé el reino de Dios? Es semejante a la levadura que una mujer tomó y la amasó con tres medidas de harina hasta que todo quedó leudado. Jesús, dirigiéndose a Jerusalén, pasaba por ciudades y aldeas enseñando y uno le preguntó: —Señor, ¿son pocos los que se salvan? Jesús les dijo: —Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Después de que el dueño de la casa se haya levantado y cerrado la puerta, empezaréis a llamar desde fuera diciendo: «Señor, Señor, ábrenos». Mas él os responderá: «No sé de dónde sois». Entonces comenzaréis a decir: «Contigo hemos comido y bebido y en nuestras plazas has enseñado». Pero replicará: «Os digo que no sé de dónde sois. Apartaos de mí todos los que practicáis la injusticia». Allí será el llanto y el rechinar de dientes cuando veáis a Abrahán, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos. Vendrán gentes del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Y veréis que son últimos quienes eran los primeros y que son primeros quienes eran los últimos. Aquel mismo día llegaron unos fariseos y le dijeron: —Sal y vete de aquí, porque Herodes te quiere matar. Él les dijo: —Id y decid a aquella zorra: «Echo fuera demonios y hago curaciones hoy y mañana y al tercer día termino mi obra». Sin embargo, es necesario que hoy y mañana y pasado mañana siga mi camino, porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, pero no quisisteis! Pues bien, vuestra casa va a quedar desierta. Y os digo que no me volveréis a ver hasta que llegue el día en que digáis: «Bendito el que viene en nombre del Señor».

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