LUCAS 2:21-52
LUCAS 2:21-52 RV2020
Al llegar el octavo día, circuncidaron al niño y le llamaron Jesús, nombre que le había sido puesto por el ángel antes que fuera concebido. Y cuando se cumplieron los días para que, según la ley de Moisés, ellos fueran purificados, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo ante el Señor, cumpliendo así lo que está escrito en la ley del Señor: Todo primer hijo varón será consagrado al Señor , y para ofrecer al mismo tiempo el sacrificio prescrito por la ley del Señor: una pareja de tórtolas o dos pichones. Por entonces había en Jerusalén un hombre justo y piadoso llamado Simeón que esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba sobre él y le había revelado que no vería la muerte antes de contemplar al Ungido del Señor. Impulsado por el Espíritu, Simeón fue al templo cuando los padres del niño Jesús llevaban a su hijo para hacer con él lo que establecía la ley. Y tomando al niño en sus brazos, alabó a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes dejar partir a tu siervo en paz, conforme a tu palabra, porque mis ojos han visto ya tu salvación, que has preparado a la vista de todos los pueblos: luz que se manifiesta a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel. El padre de Jesús y la madre estaban asombrados de todo lo que de él se decía. Simeón los bendijo y anunció a María, la madre del niño: —Este niño será motivo de caída y encumbramiento de muchos en Israel, y signo de contradicción pues pondrá de manifiesto los pensamientos más íntimos de muchos corazones, y a ti te traspasará el alma como una espada. Había también allí una profetisa llamada Ana, ya muy anciana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Había vivido con su marido siete años desde su virginidad, permaneciendo luego viuda hasta los ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo, prestando servicio de noche y de día con ayunos y oraciones. En ese mismo instante Ana se presentó en el templo, y dio gracias a Dios y habló del niño a todos los que esperaban la salvación de Jerusalén. Después de haber cumplido con todo lo prescrito en la ley del Señor, se volvieron a Nazaret, su ciudad, que está en Galilea. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría, y la gracia de Dios estaba sobre él. Los padres de Jesús acudían todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando Jesús cumplió los doce años, fueron a la fiesta como tenían por costumbre. Concluida la celebración, los padres regresaron, pero Jesús se quedó en Jerusalén sin que ellos lo supieran. José y María, pensando que caminaba entre las personas que formaban la caravana, hicieron una jornada de camino mientras lo buscaban entre los parientes y conocidos, pero no le encontraron. Entonces volvieron a Jerusalén para buscarle. Al cabo de tres días le encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían se asombraban por su inteligencia y sus respuestas. Sus padres se quedaron atónitos al verle y María le dijo: —Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado con angustia. Él les respondió: —¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que me ocupe de los asuntos de mi Padre? Pero ellos no entendieron su respuesta. Jesús volvió con sus padres a Nazaret y permaneció sujeto a ellos. Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante la gente.