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LUCAS 4:1-44

LUCAS 4:1-44 RV2020

Jesús volvió del Jordán lleno del Espíritu Santo y por impulso del mismo Espíritu fue al desierto. Allí permaneció cuarenta días, tentado por el diablo. Durante ese tiempo no comió nada y al final tuvo hambre. Entonces el diablo le dijo: —Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le respondió: —Escrito está: No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios . El diablo le llevó luego a un lugar alto y le mostró en un momento todos los reinos de la tierra, y le dijo: —Te puedo dar todo el poder y la grandeza de esos reinos, que me ha sido entregada y yo se la doy a quien quiero. Si postrado me adoras, todo será tuyo. Jesús respondió: —Vete de mí, Satanás. Escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás. Entonces el diablo le llevó a Jerusalén, le puso sobre el pináculo del templo y le dijo: —Si eres Hijo de Dios, tírate abajo desde aquí porque escrito está: Dios ordenará a sus ángeles que te guarden , y, En las manos te sostendrán, para que tu pie no tropiece con piedra . Le respondió Jesús: —Dicho está: No tentarás al Señor tu Dios. Acabadas las tentaciones, el diablo se alejó de él hasta la siguiente ocasión. Jesús volvió a Galilea lleno del poder del Espíritu y su fama se difundió por toda aquella región. Enseñaba en las sinagogas y era admirado por todos. Llegó a Nazaret, donde se había criado. El sábado, según su costumbre, entró en la sinagoga y se levantó a leer. Se le dio el libro del profeta Isaías, lo abrió y halló este pasaje: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas noticias a los pobres. Me ha enviado para sanar a los quebrantados de corazón, para pregonar libertad a los cautivos, para dar vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para predicar el año de gracia del Señor . Luego cerró el libro, se lo dio al ayudante de la sinagoga y se sentó. Los ojos de todos los presentes en la sinagoga estaban fijos en él. Jesús entonces comenzó a decirles: —Hoy se ha cumplido la Escritura que habéis oído. Todos hablaban bien de él y se quedaban asombrados de las palabras de gracia que salían de su boca, y comentaban: «¿no es este el hijo de José?». Él les dijo: —Sin duda me diréis este proverbio: «Médico, cúrate a ti mismo. Haz aquí en tu tierra todo cuanto, según hemos oído, has hecho en Capernaún». Y añadió: —Os aseguro que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra. También os digo: en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando del cielo no cayó una gota de agua durante tres años y seis meses y hubo una gran hambre en toda la tierra; sin embargo, Elías no fue enviado a ninguna de ellas, sino a una que vivía en Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, mas ninguno de ellos fue limpio, sino Naamán el sirio. Al oír estas cosas, todos en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, le echaron fuera de la ciudad y le llevaron hasta la cumbre del monte, sobre el cual estaba edificada la ciudad, con el fin de despeñarlo. Mas él se abrió paso entre ellos y se fue. Desde allí descendió Jesús a Capernaún, ciudad de Galilea. Allí se dedicaba los sábados a enseñar a la gente, que se admiraba de sus enseñanzas porque les hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenía el espíritu de un demonio inmundo que exclamó a gran voz: —¡Déjanos en paz, Jesús nazareno! ¿Has venido para destruirnos? ¡Te conozco bien: tú eres el Santo de Dios! Jesús le reprendió diciendo: —¡Cállate y sal de él! Entonces el demonio derribó al endemoniado y salió de él sin hacerle daño alguno. Todos estaban perplejos y comentaban: —¡Qué poderosa es la palabra de este hombre! ¡Con qué autoridad da órdenes a los espíritus inmundos y estos salen! Y la fama de Jesús se difundía por toda la región. Jesús salió de la sinagoga y fue a casa de Simón, cuya suegra tenía una fiebre muy alta. Rogaron a Jesús que la curase. Él, inclinándose, reprendió a la fiebre y la fiebre la dejó. Ella, levantándose al instante, les servía. A la puesta del sol, llevaron ante Jesús a toda clase de enfermos, y él los curaba poniendo sus manos sobre cada uno de ellos. También de muchos de ellos salían demonios que decían a voces: —Tú eres el Hijo de Dios. Pero Jesús los reprendía y no los dejaba hablar, porque sabían que él era el Cristo. Cuando amaneció, Jesús salió de Capernaún y se retiró a un lugar desierto. La gente le buscaba y cuando le encontraron, trataron de retenerle para que no los abandonase. Pero él les dijo: —También es necesario que anuncie el evangelio del reino de Dios a otras ciudades, porque para esto he sido enviado. Y predicaba en las sinagogas de Galilea.

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