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LUCAS 9:28-45

LUCAS 9:28-45 RV2020

Unos ocho días después de pronunciadas estas palabras, Jesús tomó a Pedro, a Juan y a Jacobo y subió al monte a orar. Mientras oraba, cambió el aspecto de su cara y su vestido se volvió de una blancura resplandeciente. Con él conversaban dos hombres. Eran Moisés y Elías, que aparecieron rodeados de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén. Pedro y quienes le acompañaban, aunque rendidos de sueño, se despertaron y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Cuando estos se fueron, Pedro dijo a Jesús: —¡Maestro, qué bien estamos aquí! Hagamos tres cabañas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Pedro no sabía lo que decía. Y estando hablando, apareció una nube que los envolvió, de modo que se asustaron. Desde la nube vino una voz que decía: —Este es mi Hijo amado. Escuchadle a él. Tan pronto se escuchó la voz, Jesús se quedó solo. Los discípulos guardaron silencio, y por unos días no contaron a nadie lo que habían visto. Al día siguiente, cuando bajaron del monte, mucha gente salió al encuentro de Jesús. De entre la multitud un hombre clamó diciendo: —Maestro, te ruego que veas a mi hijo. Es el único que tengo. Un espíritu se apodera de él: de repente da voces, sufre convulsiones y echa espuma por la boca, y una vez que lo ha destrozado, a duras penas lo deja tranquilo. Rogué a tus discípulos que lo expulsasen, pero no pudieron. Respondió Jesús: —¡Oh, generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros y os he de soportar? Trae acá a tu hijo. Cuando el muchacho iba acercándose, el demonio le derribó y le producía convulsiones, pero Jesús reprendió al espíritu inmundo, sanó al muchacho y se lo devolvió a su padre. Todos se admiraban ante la grandeza de Dios. Mientras todos seguían admirados por lo que Jesús había hecho, dijo a sus discípulos: —Escuchadme bien y no olvidéis esto: el Hijo del Hombre será entregado en manos de los hombres. Pero ellos no entendían lo que les dijo porque tenían nublado su entendimiento y, además, tampoco se atrevían a pedirle que se lo aclarase.

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