MATEO 8:1-34
MATEO 8:1-34 RV2020
Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente. Entonces se le acercó un leproso, se postró ante él y le dijo: —Señor, si quieres puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo: —Quiero, sé limpio. Al instante su lepra desapareció y Jesús le advirtió: —Mira, no lo digas a nadie, sino ve, muéstrate al sacerdotey presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio de la curación ante ellos. Al entrar Jesús en Capernaún, se le acercó un centurión rogándole: —Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado. Jesús le dijo: —Iré y lo sanaré. Respondió el centurión: —Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra y mi criado sanará, pues también yo soy hombre bajo autoridad y tengo soldados a mis órdenes; le digo a este: «Ve», y va; y al otro: «Ven», y viene; y a mi siervo: «Haz esto», y lo hace. Al oírlo Jesús, se maravilló y dijo a los que le seguían: —Os aseguro que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; pero los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el rechinar de dientes. Entonces Jesús dijo al centurión: —Ve, y que te sea hecho tal como creíste. Y en aquel mismo momento su criado quedó sano. Fue Jesús a casa de Pedro y vio a la suegra de este postrada en cama, con fiebre. Entonces tocó su mano y la fiebre la dejó; ella se levantó y los servía. Al llegar la noche, le llevaron muchos endemoniados, y con la palabra echó fuera a los demonios y sanó a todos los enfermos, para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías: Él mismo tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias . Viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, mandó pasar al otro lado del lago. Entonces se le acercó un escriba y le dijo: —Maestro, te seguiré adondequiera que vayas. Jesús le respondió: —Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene donde recostar su cabeza. Otro de sus discípulos le dijo: —Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre. Jesús contestó: —Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos. Entró Jesús en la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca, pero él dormía. Se acercaron sus discípulos y lo despertaron, diciendo: —¡Señor, sálvanos, que perecemos! Él les dijo: —¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces se levantó, reprendió a los vientos y al mar y sobrevino una gran calma. Los hombres, maravillados, decían: —¿Quién es este, que aun los vientos y el mar le obedecen? Cuando llegó a la otra orilla, a la tierra de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos hombres endemoniados que salían de entre los sepulcros. Eran tan feroces que nadie podía pasar por aquel camino. Y clamaron: —¡Déjanos en paz, Hijo de Dios! ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo? Pacía lejos de ellos un hato de muchos cerdos. Y los demonios le rogaron: —Si nos echas fuera, permítenos ir a aquel hato de cerdos. Él les dijo: —Id. Ellos salieron y se fueron a aquel hato de cerdos. Entonces todo el hato se lanzó al mar por un despeñadero y perecieron en las aguas. Los que lo apacentaban huyeron y al llegar a la ciudad contaron todas las cosas y lo que había pasado con los endemoniados. Entonces toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, cuando lo vieron, le rogaron que se fuera de esa región.