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MARCOS 1:1-45

MARCOS 1:1-45 RV2020

Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está escrito en el profeta Isaías: He aquí yo envío mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino delante de ti. Voz de uno que clama en el desierto: «Preparad el camino del Señor. ¡Enderezad sus sendas! ». Juan bautizaba en el desierto y predicaba el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados. Acudían a él todos los habitantes de la provincia de Judea y todos los de Jerusalén, y, confesando sus pecados, los bautizaba en el río Jordán. Juan estaba vestido de pelo de camello, tenía un cinto de cuero alrededor de su cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Predicaba diciendo: —Viene tras de mí el que es más poderoso que yo, a quien no soy digno, habiéndome agachado, de desatar la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo. En aquellos días Jesús vino de Nazaret de Galilea y Juan le bautizó en el Jordán. En seguida, al subir del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu descendía sobre él como una paloma. Y desde los cielos vino una voz que decía: —Tú eres mi Hijo amado. En ti me complazco. Luego el Espíritu impulsó a Jesús a ir al desierto. Allí permaneció durante cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivió entre las fieras y los ángeles le servían. Después que Juan fue encarcelado, Jesús se dirigió a Galilea y predicando el evangelio de Dios, decía: —El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepentíos y creed en el evangelio! Al pasar junto al mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés echando la red en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: —Seguidme y os haré pescadores de hombres. Al instante dejaron sus redes y le siguieron. Un poco más adelante vio a Jacobo, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan. Estaban en la barca reparando las redes y los llamó. Ellos inmediatamente dejaron a su padre en la barca con los jornaleros y también le siguieron. Fueron a Capernaún, y el sábado entró Jesús en la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos se admiraban de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. Pero había en la sinagoga un hombre con espíritu inmundo y gritó: —¡Ah! ¿Qué tienes que ver con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: el Santo de Dios. Jesús lo reprendió diciendo: —¡Cállate y sal de él! Y el espíritu inmundo, sacudiéndole con violencia, dio un alarido y salió de él. Todos se asombraron y se preguntaban entre sí: —¿Qué es esto? ¿Qué nueva enseñanza es esta que con autoridad manda aun a los espíritus inmundos, y le obedecen? Muy pronto se difundió su fama por todas las regiones que circundan Galilea. Al salir de la sinagoga, Jesús, acompañado de Jacobo y Juan, fue a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba acostada con fiebre, y en seguida se lo dijeron. Entonces él se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Inmediatamente le desapareció la fiebre y se puso a servirlos. Cuando se puso el sol y llegó la noche, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. Toda la ciudad se agolpó a la puerta. Jesús sanó a muchos que padecían de diversas enfermedades y echó fuera muchos demonios; y a estos no les permitía hablar, porque le conocían. Se levantó Jesús muy de mañana. Cuando aún no había amanecido, salió de la ciudad y se fue a un lugar desierto. Allí se puso a orar. Le buscaron Simón y los que con él estaban, y hallándole le dijeron: —Todos te buscan. Él respondió: —Vamos a los lugares vecinos para predicar también allí, porque para esto he venido. Predicaba en las sinagogas por toda Galilea y echaba fuera los demonios. Vino a él un leproso y le rogaba de rodillas diciendo: —Si quieres, puedes limpiarme. Jesús, profundamente conmovido, extendió la mano, le tocó y le dijo: —Quiero, sé limpio. Tan pronto terminó de hablar, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió en seguida y le dijo con severidad: —Mira, no digas a nadie nada, sino ve, muéstrate al sacerdote y ofrece, por tu purificación, lo que Moisés mandó, para que a ellos les sirva de testimonio. Pero al salir, comenzó a publicar y a divulgar por todas partes el hecho. Así, pues, Jesús no podía ya entrar abiertamente en ninguna ciudad, sino que se quedaba fuera, en los lugares desiertos. Pese a todo, venían a él de todas partes.

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