1 CRÓNICAS PRIMER LIBRO DE LAS CRÓNICAS
PRIMER LIBRO DE LAS CRÓNICAS
INTRODUCCIÓN
A primera vista, los libros de Crónicas parecen ser una repetición de episodios relatados en otros escritos, especialmente en Samuel y Reyes. Esto es verdad hasta cierto punto, ya que en Crónicas vuelven a encontrarse, a veces ampliados, a veces condensados, casi todos los sucesos narrados en dichos otros libros. Sin embargo, no se trata de una mera reiteración, sino de una nueva presentación de los mismos hechos, adaptada a las circunstancias históricas en que se encontraba el pueblo judío después del exilio.
En efecto, cuando un grupo de judíos exiliados en Babilonia obtuvo el permiso para regresar a Jerusalén y emprender las obras de reconstrucción, sus condiciones de vida en el país de Judá no fueron las mismas que las de sus antepasados en tiempos de la monarquía. Esa pequeña comunidad ya no formaba un estado independiente, sino que estaba sometida al imperio persa. Este vasto imperio, a diferencia de Asiria y de Babilonia, practicaba por lo general una política de tolerancia en materia religiosa, y dio a los repatriados reiteradas muestras de benevolencia. Pero las poblaciones vecinas no compartían la misma actitud tolerante, sino que se manifestaron decididamente hostiles. En este nuevo contexto, se hacía indispensable tener una visión renovada de la historia de Israel, que pudiera iluminar el presente inmediato y servir de guía para el futuro. Esto fue precisamente lo que ofrecieron los libros de Crónicas a la comunidad judía postexílica: una meditación sobre la historia de Israel, que debía ser al mismo tiempo una lección de fidelidad al Señor, a su ley y al culto celebrado en el templo. Al desconocido autor de estos libros, los historiadores modernos suelen referirse como “el Cronista”. Dado el carácter de su obra, cabe suponer que fuera un levita de Jerusalén, que escribió entre los años 330 y 250$a.C. Este mismo autor lo es también de los libros de Esdras y Nehemías.
El Primer libro de las Crónicas (=1$Cr) se abre con una larga serie de genealogías, que empiezan en Adán y llegan hasta la familia de Saúl, el primer rey de Israel (1$Cr 1–9). Estas listas genealógicas ofrecen un amplio panorama histórico, que se remonta hasta la creación de la humanidad y se detiene especialmente en la tribu de Judá y en la familia de David, en los levitas y en los habitantes de Jerusalén. Así se introduce la historia del reinado de David, que ocupa toda la parte final del primer libro (1$Cr 10–29).
La continuación del relato pertenece ya al segundo libro, que consta de tres partes. Los capítulos iniciales están dedicados al reinado de Salomón (2$Cr 1–9); luego el Cronista narra la historia del reino de Judá hasta la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia (2$Cr 10.1–36.21), para concluir con una referencia al decreto de Ciro, el rey de Persia que autorizó el regreso de los exiliados a Jerusalén y la reconstrucción del templo (2$Cr 36.22-23).
A fin de comprender el mensaje de esta obra, es menester compararla con los relatos paralelos de Samuel y Reyes. Así se pone de manifiesto que el Cronista comunica su mensaje, sobre todo, por medio de ampliaciones y omisiones.
Las ampliaciones permiten identificar los temas que más interesan al autor del libro: el templo de Jerusalén, el sacerdocio y el culto. Este interés le hace concentrar la atención de un modo especial en los reinados de David y Salomón, pero con una perspectiva histórica y teológica particular: se presenta a David como el verdadero fundador del templo y de su ritual, por cuanto él fue quien dispuso todo lo necesario a tal fin y quien encomendó a Salomón, su hijo, la ejecución del proyecto.
En la parte dedicada al reinado de David, el Cronista narra con especial detenimiento el traslado a Jerusalén del arca del pacto, la organización del culto y los preparativos para la construcción del templo. David trazó el plano del edificio, reunió los materiales y organizó las funciones del clero hasta en los menores detalles. De manera semejante, la historia de Salomón se refiere en su mayor parte a la construcción del templo, a la oración del rey en la fiesta de la dedicación y a las promesas con que Dios respondió a su plegaria. También la historia de los sucesores de David está centrada en el templo de Jerusalén, y los desarrollos más extensos hablan de los reyes que pusieron más empeño en la restauración del santuario y del culto: Asá (2$Cr 14–16), Josafat (2$Cr 17–20) y, sobre todo, Ezequías (2$Cr 29–32) y Josías (2$Cr 34–35). Por su piedad y devoción, estos reyes realizaron grandes reformas religiosas después de tiempos de apostasía.
Pero tan significativos como la insistencia en lo relacionado con el culto son los aspectos que se dejan de lado. El Cronista omite todo aquello que puede resultar desdoroso para David: sus conflictos con Saúl, su vida errante antes de ser proclamado rey, su pecado con Betsabé, sus dramas familiares y la rebelión de su hijo Absalón. Igualmente notable es la supresión de toda referencia al reino del norte, surgido del cisma de Jeroboam$I (cf. 2$Cr 10.19). Solo el reino de Judá y la dinastía davídica son legítimos para el Cronista; el reino del norte, con sus ceremonias religiosas contaminadas por el culto a Baal, no podía de ningún modo representar al verdadero pueblo de Dios.
Para escribir esta historia, el autor ha recurrido, en primer lugar, a los libros canónicos. De Génesis, Éxodo, Números, Josué y Rut tomó las listas que figuran al comienzo del libro; pero su fuente principal son los libros de Samuel y Reyes, de los que reproduce pasajes enteros casi al pie de la letra. Además cita numerosas fuentes que no han llegado hasta nosotros: las crónicas del rey David (1$Cr 27.24), el libro de los reyes de Judá y de Israel (2$Cr 16.11; 27.7), el libro de los reyes de Israel (1$Cr 9.1; 20.34), las crónicas de los reyes de Israel (2$Cr 33.18), el comentario del libro de los reyes (2$Cr 24.27) y numerosos documentos relativos a los profetas (cf., por ejemplo, 1$Cr 29.29; 9.29; 12.15; 13.22; 32.32). Por la manera como selecciona los materiales de Samuel y Reyes, cabe suponer que el Cronista utilizó sus fuentes con gran libertad, incorporando aquello que servía a su propósito y descartando todo lo demás.
Los libros de Crónicas son una obra característica del judaísmo postexílico. En aquella época, el pueblo estaba privado de su independencia política, pero gozaba de una cierta autonomía reconocida por el gobierno persa. Esto le permitía vivir bajo la guía de sus sacerdotes y de acuerdo con las normas de su legislación religiosa, en torno al templo de Jerusalén. En este marco histórico, el Cronista compuso su vasto panorama histórico y teológico para recordar a sus lectores que la vida de la nación dependía enteramente de la fidelidad a Dios. Esa fidelidad debía expresarse de dos maneras complementarias: mediante la obediencia a la ley de Moisés en todas las dimensiones de la vida personal y social, y mediante un culto animado de una auténtica piedad. Este era el espíritu que había tenido David y que él trató de inculcar a todo el pueblo de Israel. Si la comunidad se mantenía fiel a dicho espíritu, Dios no dejaría de manifestarle su favor y de llevar a su pleno cumplimiento las promesas mesiánicas.
El esquema siguiente ofrece una visión sinóptica del Primer libro de las Crónicas:
I. Desde Adán hasta David (1–9)
II. El reinado de David (10–29)
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