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ISAÍAS 16:1-11

ISAÍAS 16:1-11 DHHE

Desde Selá en el desierto, los jefes del país envían corderos hasta el monte Sión. Los habitantes de Moab en el paso del Arnón son como pájaros espantados que huyen de su nido. Dicen a Sión: “Haz planes para protegernos, toma tú nuestra defensa. Extiende tu sombra en pleno mediodía, como si fuera de noche; ofrece asilo a los desterrados, no traiciones a los fugitivos. Deja que se refugien en ti los fugitivos de Moab. Sírveles de asilo frente al destructor.” Cuando termine la opresión y la destrucción haya pasado, cuando el invasor se vaya del país, un descendiente de David alcanzará el reinado, reinado estable fundado en la bondad. Será un juez honrado, que establecerá el derecho y hará llegar pronto la justicia. Conocemos el orgullo enorme de Moab, su arrogancia, su altivez, su soberbia y su inútil charlatanería. Por eso todos los habitantes de Moab llorarán por su nación; afligidos en extremo, se dolerán por los hombres de Quir-haréset. Los viñedos de Hesbón y de Sibmá se han marchitado, los han destrozado los señores de las naciones. Sus ramas llegaban hasta Jazer, se extendían por el desierto y alcanzaban hasta más allá del mar. Por eso lloro por los viñedos de Sibmá, lo mismo que por Jazer, y derramo lágrimas por Hesbón y Elalé, porque sobre sus frutos y cosechas resonó el grito de guerra. La alegría y el bullicio cesarán en los campos y no habrá más gritos de alegría, ni habrá cantos en las viñas, ni pisarán más las uvas para hacer el vino. Los gritos se acabaron. Mi corazón se estremece como un arpa por Moab y por Quir-haréset.

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