LAMENTACIONES 1:1-18
LAMENTACIONES 1:1-18 DHHE
¡Qué solitaria ha quedado la ciudad que un día fuera populosa! ¡Tiene aspecto de viuda la ciudad capital de los pueblos! ¡Sometida está a trabajos forzados la princesa de los reinos! Se ahoga en llanto por las noches; las lágrimas corren por sus mejillas. De entre todos sus amantes, ni uno hay que la consuele. Todos sus amigos la han traicionado; se han vuelto sus enemigos. A más de sufrimientos y duros trabajos, Judá está ahora en cautiverio. La que antes reinaba entre los pueblos, ahora no encuentra reposo. Los que la perseguían, la alcanzaron y la pusieron en aprietos. ¡Qué tristes los caminos de Sión! ¡No hay nadie que venga a las fiestas! Las puertas de la ciudad se ven desiertas, los sacerdotes lloran, las jóvenes se afligen y Jerusalén está llena de amargura. Sus enemigos dominan, sus adversarios prosperan. Es que el Señor la ha afligido por lo mucho que ha pecado. Sus hijos fueron al destierro llevados por el enemigo. Desapareció de la bella Sión toda la hermosura; sus jefes, como ciervos, andan en busca de pastos; arrastrando los pies, caminan delante de sus cazadores. Jerusalén recuerda aquellos días, cuando quedó sola y triste; recuerda todas sus riquezas de tiempos pasados; recuerda cuando cayó en poder del enemigo y nadie vino en su ayuda, cuando sus enemigos la vieron y se burlaron de su ruina. Jerusalén ha pecado tanto, que se ha hecho digna de desprecio. Los que antes la honraban, ahora la desprecian porque han visto su desnudez. Por eso está llorando, y avergonzada vuelve la espalda. Tiene su ropa llena de inmundicia; no pensó en las consecuencias. Es increíble cómo ha caído; no hay quien la consuele. ¡Mira, Señor, mi humillación y la altivez del enemigo! El enemigo se ha adueñado de las riquezas de Jerusalén. La ciudad vio a los paganos entrar violentamente en el santuario: ¡gente a la que tú, Señor, ordenaste que no entrara en tu lugar de reunión! Todos sus habitantes lloran mientras van en busca de alimentos; dieron sus riquezas a cambio de comida para poder sobrevivir. ¡Mira, Señor, mi ruina! ¡Considera mi desgracia! ¡Vosotros, los que vais por el camino, deteneos a pensar si hay dolor como el mío, que tanto me hace sufrir! ¡El Señor me mandó esta aflicción al encenderse su enojo! El Señor lanzó desde lo alto un fuego que me ha llegado hasta los huesos; tendió una trampa a mi paso y me hizo volver atrás; me ha entregado a cada instante al abandono y al sufrimiento. Mis pecados los ha visto el Señor, me han sido atados por él mismo y pesan como un yugo sobre mí. ¡Acaban con mis fuerzas! El Señor me ha puesto en manos de gente frente a la cual no puedo resistir. El Señor arrojó lejos de mí a todos los valientes que me defendían. Lanzó un ejército a atacarme, para acabar con mis hombres más valientes. ¡El Señor ha aplastado a la virginal Judá como se aplastan las uvas en el lagar! Estas cosas me hacen llorar. Mis ojos se llenan de lágrimas, pues no tengo a nadie que me consuele, a nadie que me dé nuevo aliento. Entre ruinas han quedado mis hijos, porque pudo más el enemigo que nosotros. Sión extiende las manos suplicante, pero no hay quien la consuele. El Señor ha ordenado que a Jacob lo rodeen sus enemigos; Jerusalén es para ellos objeto de desprecio. El Señor hizo lo debido, porque me opuse a sus mandatos. ¡Escuchadme, pueblos todos; contemplad mi dolor! ¡Mis jóvenes y jovencitas han sido llevados cautivos!